miércoles, 15 de julio de 2009

El poder del débil


La más importante en el hormiguero es la Reina. Sin embargo, su reinado depende del séquito de plebeyos que la protegen y alimentan, porque la soberana pasa buena parte de su vida inmóvil y pariendo nuevos súbditos. ¿Dónde radica entonces el poder? ¿En el que lo ostenta o en quienes se lo confieren? Cualquiera sea la respuesta, es verdad que en cuanto descubre uno el andamiaje que sostiene al poder temporal (político, económico, etc.) deja de admirarlo, aunque su presencia siga infundiendo respeto. De lejos parece una nube inmensa que cubre la luz del Sol. De cerca se aprecia que está formada por un enjambre de moscas.Decía L.F. Céline que no basta tener quepis para mandar. También hay que tener tropas, algo que conocen al revés y al derecho los poderosos, a cuya corte de chambelanes y suches deben en buena medida su prosperidad. Si bien existen la capacidad y el liderazgo de algunos dirigentes, temo que dichas cualidades no son ni tan abundantes ni tan determinantes como la sumisión, complacencia, necesidad e ignorancia de sus dirigidos. Y esta afirmación es válida desde monarcas a capataces, pasando por todo lo que hay en medio.Son célebres las chifladuras protagonizadas por reyes, emperadores y gobernantes como Calígula, Nerón, Enrique VIII, Luis XIV, Hitler o Mao, quienes tuvieron siempre cerca una comitiva de chupamedias dispuestos a arrastrarse con tal de satisfacer los caprichos de la autoridad. Hoy en día vemos un calco exacto de estas formas pervertidas de liderazgo en instituciones públicas o privadas donde la palabra del jefe es ley divina para los títeres que chupan de su teta. Y si hay alguien más celoso que el propio jefe a la hora de hacer cumplir las normativas más obtusas es precisamente este séquito, a tal punto empeñado en conservar intacto el status quo, que se vuelven el principal obstáculo para los cambios y el progreso. He ahí la fatalidad de los mandos medios: son más papistas que el Papa, condición que eterniza y acentúa las deficiencias administrativas. No es de extrañar entonces que una vez podrido el cerebro, se mueran con él todos los órganos.El buen Rey, el auténtico líder, no se rodea exclusivamente de peones, sino además de alfiles, caballos y torres. Y para ascender de peón a Rey es preciso desafiar a toda esta guardia de piezas, en buena lid claro está, como el maestro de ajedrez. Por supuesto es mucho más sencillo conformarse con ser peón, pero que no se sorprenda, quien lo acepte, de ser la primera pieza removida del tablero. En ocasiones el desafío a la autoridad - que no violento – es el único y mejor camino para promover mejorías, porque como aconseja Maquiavelo en El Príncipe: “nunca debe dejarse empeorar un mal por evitar una guerra”. Es bastante peligroso subestimar a los poderosos, pero aun más, a los débiles. Tomado de: http://bichomaldito.blogspot.com/

1 comentario:

  1. No deberías leer esto... Es retorcidamente “maquiavélico”. Entra, mira y ya dirás qué te parece.

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