Por: Jonah Lehrer para BBC Ciencia - A la hora de tomar decisiones importantes, ¿se deja llevar por su instinto o se deja guiar por su lado racional? Cuando usted se encuentra ante una encrucijada, ya sea en su vida profesional o personal, ¿trata de razonar sobre la situación o se deja llevar por lo que siente? Desde Platon, los seres humanos se consideran criaturas racionales.
Al momento de tomar decisiones, se supone que debemos analizar concienzudamente las alternativas y sopesar cuidadosamente las ventajas y desventajas. Esta simple idea atraviesa la filosofía de Platon y Descartes, constituye la base de la economía moderna y contribuyó durante décadas a la investigación de la ciencia cognitiva. Con el tiempo, nuestro racionalidad pasó a ser lo que nos define. Era, sencillamente, lo que nos hacía humanos. Pero, estamos frente a un error. Ésta no es la manera en que funciona nuestro cerebro. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos mirar dentro del cerebro y ver cómo pensamos. Resulta que no estamos hechos para ser racionales o lógicos o incluso intencionados. En cambio, nuestro cerebro contiene una confusa red que conecta diferentes zonas, muchas de las cuales están involucradas en la producción de emociones. Cada vez que tomamos una decisión, nuestro cerebro está inundado de sentimientos, controlado por pasiones inexplicables. Incluso cuando tratamos de ser razonables y medidos, estos impulsos emocionales influyen secretamente en nuestros juicios. Indecisión patológica - Algunas de las primeras evidencias que sustentan esta teoría provienen del trabajo del neurólogo Antonio Damasio. A principios de la década de los 80, Damasio comenzó a estudiar a un paciente llamado Elliot, quien a raíz de un tumor cerebral había perdido la capacidad de experimentar emociones. En ese momento, los científicos asumían que nuestras emociones eran irracionales. Una persona sin emociones -en otras palabras, alguien como Elliot- podría tomar mejores decisiones. Pero eso no fue lo que sucedió con él. Su tumor lo dejó con un desorden devastador: quedó patológicamente indeciso. Elliot pasaba el tiempo reflexionando sobre los detalles más irrelevantes, como por ejemplo si debía utilizar una lapicera azul o negra, o qué estación de radio escuchar, o dónde estacionar su carro. Cuando iba a un restaurante, Elliot consideraba detenidamente dónde estaban las mesas, cómo era la iluminación, qué ofrecía el menú y luego se dirigía a distintos locales para estudiar cuán ocupados estaban. Sin embargo, estas consideraciones no parecían ayudarlo: seguía sin saber qué hacer. El razonamiento puro es una enfermedad. Pero esto no significa que siempre debamos confiar en nuestras emociones. Aunque nuestro instinto pueda ser en muchas ocasiones muy acertado, también nos puede empujar a cometer errores. Deficiencias emocionales - Cuando comemos mucho o gastamos mucho dinero con la tarjeta de crédito, o hacemos una mala inversión, es probable que se deba a que hemos escuchado a nuestro cerebro emocional, cuando deberíamos haber pensado racionalmente. Cuando nuestras emociones están fuera de control, el resultado puede ser tan devastador como cuando no sentimos ninguna emoción. Recientemente, psicólogos y neurólogos han identificado una larga lista de deficiencias emocionales que nos hacen frecuentemente cometer errores. Consideremos el error conocido como el terror a la pérdida, identificado por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky. Los expertos notaron que, cuando a una persona le proponían echar una moneda a la suerte (para adivinar cara o cruz) en la que podría perder US$20, la persona exigía que si ganaba, la recompensasen con US$40. El dolor ante la pérdida era aproximadamente dos veces más potente que el placer generado por la ganancia. Es más, nuestras decisiones parecen estar determinadas por estos sentimientos. Como dijeron Kahneman y Tversky, "en la toma de decisiones las pérdidas dominan más nuestro pensamiento que las ganancias". El terror a la pérdida es reconocido ahora como un prejuicio importante, con múltiples implicaciones. Nuestro deseo de evitar todo lo que esté relacionado con perder moldea muchas veces nuestra conducta, impulsándonos a cometer tonterías. ¿Y entonces? - Entonces, ¿cómo tomar decisiones? La clave está en algo llamado metacognición: pensar sobre el pensamiento. Porque la mente es algo así como una navaja suiza -está llena de diferentes herramientas mentales diseñadas para situaciones específicas- es esencial que aprendamos cómo adaptar nuestro procesos de pensamiento a la tarea que tenemos frente a nosotros. No importa el tema. Puede que estemos jugando al fútbol o al póker. La mejor manera de asegurarnos de que estamos usando nuestro cerebro de manera correcta es estudiarlo mientras está en funcionamiento. ¿Por qué reflexionar sobre el proceso de pensar es tan importante? Primero, porque nos ayuda a evitar errores estúpidos. No se puede evitar el terror a la pérdida a menos que sepamos que la mente entiende las pérdidas de una manera diferente que las ganancias. La mente está llena de defectos, pero podemos superarlos. No hay receta para tomar buenas decisiones. Pero aprender sobre la forma en que pensamos puede ayudarnos a pensar mejor.
Al momento de tomar decisiones, se supone que debemos analizar concienzudamente las alternativas y sopesar cuidadosamente las ventajas y desventajas. Esta simple idea atraviesa la filosofía de Platon y Descartes, constituye la base de la economía moderna y contribuyó durante décadas a la investigación de la ciencia cognitiva. Con el tiempo, nuestro racionalidad pasó a ser lo que nos define. Era, sencillamente, lo que nos hacía humanos. Pero, estamos frente a un error. Ésta no es la manera en que funciona nuestro cerebro. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos mirar dentro del cerebro y ver cómo pensamos. Resulta que no estamos hechos para ser racionales o lógicos o incluso intencionados. En cambio, nuestro cerebro contiene una confusa red que conecta diferentes zonas, muchas de las cuales están involucradas en la producción de emociones. Cada vez que tomamos una decisión, nuestro cerebro está inundado de sentimientos, controlado por pasiones inexplicables. Incluso cuando tratamos de ser razonables y medidos, estos impulsos emocionales influyen secretamente en nuestros juicios. Indecisión patológica - Algunas de las primeras evidencias que sustentan esta teoría provienen del trabajo del neurólogo Antonio Damasio. A principios de la década de los 80, Damasio comenzó a estudiar a un paciente llamado Elliot, quien a raíz de un tumor cerebral había perdido la capacidad de experimentar emociones. En ese momento, los científicos asumían que nuestras emociones eran irracionales. Una persona sin emociones -en otras palabras, alguien como Elliot- podría tomar mejores decisiones. Pero eso no fue lo que sucedió con él. Su tumor lo dejó con un desorden devastador: quedó patológicamente indeciso. Elliot pasaba el tiempo reflexionando sobre los detalles más irrelevantes, como por ejemplo si debía utilizar una lapicera azul o negra, o qué estación de radio escuchar, o dónde estacionar su carro. Cuando iba a un restaurante, Elliot consideraba detenidamente dónde estaban las mesas, cómo era la iluminación, qué ofrecía el menú y luego se dirigía a distintos locales para estudiar cuán ocupados estaban. Sin embargo, estas consideraciones no parecían ayudarlo: seguía sin saber qué hacer. El razonamiento puro es una enfermedad. Pero esto no significa que siempre debamos confiar en nuestras emociones. Aunque nuestro instinto pueda ser en muchas ocasiones muy acertado, también nos puede empujar a cometer errores. Deficiencias emocionales - Cuando comemos mucho o gastamos mucho dinero con la tarjeta de crédito, o hacemos una mala inversión, es probable que se deba a que hemos escuchado a nuestro cerebro emocional, cuando deberíamos haber pensado racionalmente. Cuando nuestras emociones están fuera de control, el resultado puede ser tan devastador como cuando no sentimos ninguna emoción. Recientemente, psicólogos y neurólogos han identificado una larga lista de deficiencias emocionales que nos hacen frecuentemente cometer errores. Consideremos el error conocido como el terror a la pérdida, identificado por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky. Los expertos notaron que, cuando a una persona le proponían echar una moneda a la suerte (para adivinar cara o cruz) en la que podría perder US$20, la persona exigía que si ganaba, la recompensasen con US$40. El dolor ante la pérdida era aproximadamente dos veces más potente que el placer generado por la ganancia. Es más, nuestras decisiones parecen estar determinadas por estos sentimientos. Como dijeron Kahneman y Tversky, "en la toma de decisiones las pérdidas dominan más nuestro pensamiento que las ganancias". El terror a la pérdida es reconocido ahora como un prejuicio importante, con múltiples implicaciones. Nuestro deseo de evitar todo lo que esté relacionado con perder moldea muchas veces nuestra conducta, impulsándonos a cometer tonterías. ¿Y entonces? - Entonces, ¿cómo tomar decisiones? La clave está en algo llamado metacognición: pensar sobre el pensamiento. Porque la mente es algo así como una navaja suiza -está llena de diferentes herramientas mentales diseñadas para situaciones específicas- es esencial que aprendamos cómo adaptar nuestro procesos de pensamiento a la tarea que tenemos frente a nosotros. No importa el tema. Puede que estemos jugando al fútbol o al póker. La mejor manera de asegurarnos de que estamos usando nuestro cerebro de manera correcta es estudiarlo mientras está en funcionamiento. ¿Por qué reflexionar sobre el proceso de pensar es tan importante? Primero, porque nos ayuda a evitar errores estúpidos. No se puede evitar el terror a la pérdida a menos que sepamos que la mente entiende las pérdidas de una manera diferente que las ganancias. La mente está llena de defectos, pero podemos superarlos. No hay receta para tomar buenas decisiones. Pero aprender sobre la forma en que pensamos puede ayudarnos a pensar mejor.
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