Por Pedro Lastra - Se acabó la revolución. Se agotó el manifiesto. Adiós al proletariado. Bye Bye Lenin. De esta revolución petrolera, sostenida a realazos, mantenida con las gigantescas ubres de esta barata mujerzuela rojo rojita, chavista y revolucionaria, a cuyos pechos se pegaron como sanguijuelas todos los chulos del continente mamando a más no poder, no quedan sino las gotas. Se secaron las ubres. Desaparecen los pezones. Y los chulos – de Raúl a Rafael y de Daniel a Evo – sólo sobrevive el tic de lamer y chupar, chupar y lamer. En el vacío. Como carajito tercermundista, africano y muerto de hambre. La voracidad sigue de largo mientras el hambre milenaria no se sacia. Barrigones y famélicos, desnutridos y voraces, vivieron unos años de paraíso terrenal aferrados a la vaca petrolera. Ya andarán lloriqueando con los mocos colgando: ¿esperar otra cosa del cocalero Morales? ¿Otra expectativa de la insaciable Madame Botox, la reina de Buenos Aires, pintarrajeada como cafetinera de tango arrabalero? ¿Pedirle contención al pantagruélico Fidel o al desvergonzado Daniel Ortega? Años y años chupando ante el jolgorio y la algarabía del chavismo decadente y corruptor. Frente a la indiferencia de los magistrados, contralores y fiscales rojo rojitos prontos a vender su escasa dignidad por una suculenta cuenta bancaria - ladrones de postín - y el estupor y el silencio avergonzado de la oposición democrática. Más de cincuenta y tres mil millones de dólares tirados a la calle. Miles de miles, casi 20 mil millones chupados por el agujero negro de la isla de la felicidad. Tantos que le reventaron los intestinos al tirano del Caribe. Cinco mil millones repartidos en las alturas del altiplano, triturados entre el estiércol de las llamas y el bagazo de la coca guerrillera. Otro tanto para Madame Botox y su guapetón de los ojos torcidos. Ambos dignos de los malandros y asesinos de la Opera de tres Centavos. No fue poca la torta que agarró el degenerado de Nicaragua. Ni la que haló de la bolsa el tontón ecuatoriano. Bruto pero pillo como el hambre. Y montado sobre ese montón de estiércol, el mesías Sabanetero. Bufón, charlatán y dilapidador. Tirando los dineros del pobre pueblo venezolano, los ojos desorbitados de promesas. Hoy esos pobres y miserables despiertan en el mismo catre, bajo el mismo techo, sobre el mismo suelo de tierra apisonada. Con la misma miseria, la misma ignorancia, la misma sangre derramada y la misma injusticia. Aferrados a un trabajo malparado, comiendo las sobras del festín de Baltasar, tocado con la misma estúpida cachucha rojo-rojita. Por pendejos. Comenzamos a despertar del ensueño. Huele a borrachera, a vomito, a sangre reseca, a pólvora, a herida hirviente. Amanece y el sol se niega a darnos la poca lumbre necesaria. El gigante comienza a desperezarse. Ha vuelto a ser brutalmente engañado y empieza a abrir los ojos. Ya veremos al brujo uniformado corriendo patitas que te quiero para salvarse de la bravura desatada. Le faltarán las botas de siete leguas.
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