lunes, 2 de marzo de 2009

¿Qué hacer?


Por: Antonio Pasquali - Tras violar su propia Constitución para autopostularse a la reelección perpetua, sobornar a millares de votantes, coaccionar a empleados y poderes estatales y practicar "escuadrismo" fascista contra la oposición, Chávez vuelve a ganar una mano en su juego preferido: reinventar un cesarismo democrático legitimado en las urnas, una autocracia vitalicia disfrazada de dictadura del proletariado. Gana con rito ortodoxo, los interesados lo felicitan. La perspectiva de una cubanización avanzada de Venezuela, ya en acto, se nos hace más probable. La oposición, tras una docena de votaciones, pudiera caer en tentación de tirar la toalla. ¿Qué hacer? Una fugaz mirada a una época muy parecida a la nuestra, la helenística, deja entrever una de las respuestas, la mala. Entre los siglos IV y III a.C. Grecia está fatigada de esa democracia degradada que Aristófanes y otros denunciaban (Las Avispas fustigaba, por ejemplo, a quienes salían a fomentar delitos para luego ganarse tres óbolos como jueces populares). La aventura de Alejandro (356-323) termina en satrapías, en un remedio peor que la enfermedad (muchos sátrapas se autocalificaron Sóter o salvador). En 324, su tesorero Hárpalo huye con el dinero que debió cuidar y pide asilo a Atenas; ésta delibera y se lo concede, pero faltan 20 de los 80 talentos de oro que traía. Los ha sustraído Demóstenes (¡el gran orador!), quien confiesa el robo, es preso y termina suicidado. Aquel mundo asqueado de política, de futuros cerrados y sin nadie en quién creer, formalizó su desaliento dando vida a dos filosofías, el estoicismo y el epicureísmo, que fundamentaron de una vez por todas la falta de compromiso social y el individualismo moral. Zenón enseña que, por estar todo predeterminado, pasiones y voluntad de poder son inútiles; sólo cabe desconectarse del entorno hasta lograr la ataraxía o imperturbabilidad, con el suicidio como última libertad. Epicuro pregona la inutilidad de la fe (los lejanos dioses no se ocupan del hombre) y del temor a la muerte ("mientras vivimos ella no está, y cuando ella llegue ya no estaremos"), y sugiere sobrellevar la vida, suerte de pasión inútil, practicando un hedonismo privado y minimalista. A esta seductora reducción de la praxis a la cura de sí mismos (de mera validez terapéutica) se opone la platónica pulsión altruista de mantenerse como animales políticos, sensibles al otro y en procura de justicia y concordia social. Bien quisiera el autócrata (a un milímetro de endiosarse con un bíblico "yo soy el camino, la verdad y la vida") que la mitad opositora de la población ­a la que sigue exasperando para que abandone el ring­ cayese en la alejandrina tentación de irse del país, o perderse masivamente en ataraxias y hedonismos. La realidad lo desmiente: la oposición no sólo crece, sino que tiene en la juventud un imponente relevo. Habiendo conocido como pocos la TV por dentro, Renny Ottolina llegó a calificarla de "monstruo sagrado con mucho de monstruo y nada de sagrado", una definición que calza bien a nuestro Presidente, por quien demasiado nos hemos dejado atemorizar en lugar de desacralizarlo con método. A ese monstruo non sanctus de pies de arcilla le acecha en cosa de meses una debacle económica que lo obligará, como otro Fidel, a pedir al país sacrificio tras sacrificio "para salvar la revolución", el agotamiento de sus quimeras hoy reducidas a vulgar ideología militar-conservador a, la traición de quienes dejó robar con hambre vieja, unas elecciones parlamentarias en las que dejará más plumas, los zarpazos de los muchos cuervos que crió, y quizás el destino de todo populismo, concluir en bancarrota. El 15-F fue una jornada luminosa: sin caudillos, recursos ni programas, más de 5 millones de venezolanos opuestos a la rendición hicimos rebrotar una democracia de manantial. Presidente: seguiremos esperándolo en número crecido, tozudamente, en la esquina donde el callejón sin salida del despotismo muere en la avenida de las sociedades abiertas.

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