sábado, 7 de marzo de 2009

La democracia entre dos extremos


Por: Alberto Rodríguez Barrera - Durante el año de 1961 iba quedando claro que el Gobierno de Coalición, liderado por formación doctrinaria, experiencia política y sensibilidad social e intelectual, tenía el propósito indeclinable de gobernar lo más democráticamente posible. Rómulo Betancourt era el líder de un partido popular y progresista, como intérprete de la fibra liberal del pueblo venezolano, al cual conocía como pocos. Se propuso no caer en las provocaciones constantes de la izquierda y de la derecha. No era caudillo ni hombre de presa, ningún Páez, Guzmán, José Tadeo Monagas, Crespo, Castro o Gómez, sino un líder de un partido de masas populares. Obediente a los principios ideológicos democráticos, abanderaba un cambio estructural y renovador. El Gobierno de Coalición evidenciaba que no mandaba solo y sabía que era inactual y antihistórico quien pretendiera mandar sin estructura política, sin organización, sin programa ni ideología. Había conciencia de que Venezuela estaba saliendo de una etapa pastoril y preindustrial, y de que estaba en una etapa de transición hacia su modernidad. Fidel Castro triunfó en La Habana en enero de 1959. Los jóvenes sintieron atracción por su triunfo espectacular, encandilados por la Revolución Cubana como si fuera una aventura romántica y que al principio no era comunista. Muchos se cohesionaron alrededor de la idea guerrillera como instrumento de combate. Muchos comunistas y miristas se volvieron acríticos, otros descaminaron el juicio convirtiéndose en títeres captados por la onda guerrillera, entregándose al desvarío como marionetas enloquecidas. El terrible desencanto sería no ver a la dictadura de Batista permutada en una democracia respetuosa de los derechos humanos, como estaba sucediendo en Venezuela. La decisión comunista de participar en las guerrillas fue la peor estrategia que en su vida tuvo el Partido Comunista y los llevaría a perder su capital político sólido en la ruleta de la violencia. El importante líder comunista Juan Bautisa Fuenmayor lo resumiría todo así: “La adopción de la línea de insurrección popular, terrorismo urbano y guerrillas en los montes, cambió totalmente el panorama político nacional y abrió amplias perspectivas de afianzamiento de Betancourt en el poder”. No fue Betancourt ni el Gobierno de Coalición los que produjeron la violencia. La produjeron las guerrillas, obligando a la aparición de la contraviolencia. Como todos los movimientos violentos de guerra, hubo endurecimientos de parte y parte, cometiéndose excesos y estupideces (asesinar diariamente a un policía y algunos asesinatos de comunistas por parte de policías). La decisión de ir a las guerrillas se incubó en 1960, se formalizó el 10 de marzo de 1961, se oficializó la ruptura de relaciones de Venezuela con Cuba el 11 de noviembre de 1961 –marcando la fecha sin retorno de los comunistas hacia la guerrilla- y los primeros románticos –mochila al hombro y sin entrenamiento adecuado- subieron a las montañas a lidiar con zancudos, arañas, alacranes y culebras que muchos jamás habían visto en su vida. Todo esto mientras Venezuela vivía su luna de miel con la democracia, con plena libertad para los partidos políticos y el pueblo creyendo sanamente en ellos, en sus organizaciones obreras, en sus agrupaciones empresariales y profesionales, en los aires de paz, convivencia y tolerancia, una libertad recuperada que para nada requería la aventura de matar y ser muerto, de destruir en lugar de construir, de darle a los estudiantes fusiles en vez de libros, de enseñarlos a ser criminales en lugar de ser constructivos. Al mes siguiente de aprobarse la guerrilla comunista, ¿qué ocurría con el Gobierno de Coalición? Además de inaugurar la reconstruccció n total de la autopista Caracas-Valencia (podrida toda ella por la construcción perezjimenista) , en Cojedes se inauguraban las redes de distribución que unían con diversas carreteras a San Carlos-Campo Carabobo-Tinaco- Acarigua- El Pao-El Baúl, conectándose con la gran planta termoeléctrica inaugurada en Puerto Cabello que le daba electricidad a todo el estado hasta en las más remotas aldeas, se distribuían miles de hectáreas de la reforma agraria y préstamos a campesinos y al sector empresarial, se construían edificaciones educacionales y asistenciales, cloacas, acueductos y riego. En Barinas se inauguró en abril la repavimentació n de la carretera Barinas-Campo de Carabobo, se asfaltaron casi todas las calles y avenidas de Barinas (donde sólo había una avenida asfaltada en 1958), se inauguró una escuela técnica industrial, se ejecutaban las carreteras Barinas-San Antonio de Caparo-Barinitas- Altamira- Caldera-Puente Páez-Mijagual- Dolores-Puente Nutria-Barinas- San Cristóbal, además de otras tantas edificaciones educacionales, incluyendo 23 escuelas rurales, los acueductos y la electrificació n Barinas-Barinitas , el plan de irrigación Boconó-Masparro (para 400 mil hectáreas, 340 de Barinas), entre otra cantidad de obras. Y en la noble villa de San Cristóbal, en el Táchira, las obras públicas ejecutadas y en ejecución con lluvia de inversiones incrementaba también las vías de comunicación, construcciones educacionales y asistenciales, créditos agrícolas y ganaderos, reforma agraria, electrificació n, viviendas y como en el resto de las regiones se creaba Corpoandes para coordinar la acción creadora y administrativa en los tres estados andinos. En Lara el mes de abril trajo un racimo de inauguraciones de obras, como la carreteras Tocuyito-Nirgua -Chivacoa-Carora- Lagunillas, la escuela técnica industrial, el local del Instituto Pedagógico, el puente sobre el río Turbio, edificios de apartamentos, industrias grandes y pequeñas, cloacas y acueductos para Barquisimeto- Carora-El Tocuyo-Quíbor, electricidad para Guarico-Humocaro Bajo-Cubiro- Cuara-Sanare, nuevas escuelas (en dos años se habían construido 171), medicaturas, centros deportivos, comedores… Todo esto, así de resumido y en sólo algunos pocos estados, sirve para dar una idea mínima, referencial o escueta de la obra político-social que regaba democráticamente por todo el país el Gobierno de Coalición. Contra esta labor, concreta pero “invisible” con el paso del tiempo, los acontecimientos guerrilleros por venir iban a ser: toma del pueblecito de El Hatillo; toma del transporte militar en San Martín; incendio de la fábrica de pintura Dupont; toma del Museo de Bellas Artes; incendio de Sears; secuestro del vapor Anzoátegui; secuestro del futbolista Di Stéfano; incendio del edificio de trajes Adams, de la imprenta que hacía las tarjetas electorales y de la Good Year de Valencia; asalto del tren de El Encanto; asaltos a bancos; secuestro y asesinato de Iribarren Borges; asesinato de policías; y otros hechos que se concentrarían en cinco frentes guerrilleros: el José Leonardo Chirinos en Falcón (Douglas Bravo), el Simón Bolívar en Lara (Argimiro Gabaldón), el José Antonio Páez en Trujillo, Portuguesa y Barinas (Juan Vicente Cabezas, Fabricio Ojeda y Tirso Pinto), el Ezequiel Zamora en “El Bachiller” (Américo Martín, Paúl del Río alias Máximo Canales, Soto Rojas y Moisés Moleiro, y el Manuel Ponte Rodríguez en Anzoátegui y Monagas (Winston Bermúdez y Antonio Ortiz). Los constantes y reiterados fracasos insurreccionales, tanto guerrilleros como golpistas, convencieron a comunistas y miristas que vencer a corto plazo era una ilusión. Acomodando los hechos a sus sueños, escogieron entonces la estrategia de la guerra prolongada. Tanto los golpistas como los guerrilleros convertían los análisis objetivos en subjetivos, ajustando o conjugando sus deseos, aspiraciones y querencias fuera del marco de la realidad económica, social, política y cultural del país. En el pasticho invocatorio, hacían malabarismos teóricos con Mao, Castro, Ben Bella y hasta llegarían a pensar que Chang Kai-Shek y Betancourt eran protagonistas de un mismo proceso. Eran soñadores, no eran estrategas. Jugaban a ser “comandantes” que llegarían a convertirse eventualmente en fortaleza militar, pero irían durmiéndose, mineralizándose, congelándose, sin posibilidades de victoria. Los fracasos los llevarían finalmente a un gran acierto: acogerse a la pacificación y volver al escenario democrático, donde muchos de ellos servirían honorablemente al país. Por otro lado, además del levantamiento golpista de Castro León en San Cristóbal (19 de abril de 1960), el coronel Edito Ramirez se alzó en la Escuela Militar de Caracas (20 de febrero de 1961); varios militares protagonizarí an “el barcelonazo” (26 de junio de 1961) en el cuartel Pedro María Freites de Barcelona (20 muertos, 50 heridos); los insurrectos guerrilleros intentarían tomar los cuarteles del litoral central (29 de enero de 1962); el levantamiento del Batallón de Infantería Marina Mariscal Sucre y el Destacamento Nº33 de la Guardia Nacional protagonizarí an “el carupanazo” (4 de mayo de 1962), mezcla de militares y extremistas de izquierda; varios capitanes sublevados en la base naval de Puerto Cabello protagonizarí an ‘el porteñazo” (2 de junio de 1962), controlado por el PCV y que sería la más seria insurrección. Desde la Presidencia y a través del Gobierno de Coalición, Rómulo se propuso mantener a las Fuerzas Armadas al margen de los intereses, simpatías y antipatías de los partidos, doctrina de Acción Democrática que no fue modificada. A los oficiales conspiradores o que pretendieran crear una situación de crisis antidemocrática, se les abría una investigación o salían de sus filas, de la misma manera en que fueron objeto de reconocimiento los méritos de quienes sacrificaron su carrera y corrieron los riesgos de la cárcel, la persecución y el destierro por identificarse con la causa democrática. Rómulo sabía que era un hombre polémico, con grandes simpatías o grandes reservas en Venezuela, pero en la Presidencia escuchaba a todo el país, sin discriminaciones de ninguna clase y sin sectarismos odiosos. Los partidos extremistas lo señalaban como dictador, tirano, autócrata o de derechas. Pero este era el líder del Partido que estableció en Venezuela el sufragio universal y quien le dio a la clase obrera y campesina la entidad que merecían, abriéndoles junto a la clase media las puertas de la participación política. Pero la izquierda marxista creía que en Venezuela estaba planteada la misma guerrilla de Fidel Castro y creían que Rómulo era Batista, olvidando dos cosas: había moral en las Fuerzas Armadas, un Partido y un Gobierno de Coalición con masas obreras, con mística e ideales. Y el mismo error lo cometieron los conjurados de las espadas que –debido al pueblo unido- también fueron vencidos. El caso es que –dentro de las raíces que resumimos- a partir de 1961 se incrementaron las dos resistencias, las dos conjuras, las dos subversiones, mezclándose a veces los autores de la protesta castrense con los confabulados de la extrema izquierda. El Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria fueron poco a poco abandonando la legalidad de sus actividades para participar en las guerrillas y para tomar contacto con oficiales descontentos de las Fuerzas Armadas. Para marzo de 1961, detrás de las violentas manifestaciones callejeras, motines en diversas ciudades y secuestro de aviones, no era secreto para nadie que Fidel Castro estaba enviando armas e implementos de guerra con destino a los incipientes focos guerrilleros y a las bandas del terrorismo cubano. (Cuarenta años después encontraría una nueva marioneta para manipular, aún buscando aquello que sólo una verdadera democracia puede dar, y que él no puede tener.) Venezuela avanzaba –indetenible- hacia otra cosa: su Revolución Democrática.

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