miércoles, 9 de diciembre de 2009

Los reyes de la baraja


Por: José Guerra - La baraja española tiene cuatro reyes: el de copa, basto, espada y oro. Cada uno desempeña una función dependiendo del juego. Hasta ahora las crisis financiera estudiadas tienen un origen claro, en general asociadas al aumento de las tasas de interés cuyo efecto se traduce en un deterioro de la cartera de créditos con lo cual los bancos enfrentan una morosidad creciente y la consiguiente disminución de sus ingresos financieros, situación que impide hacer frente a los depositantes que exigen su dinero. Para hacerse de la liquidez necesaria los bancos comerciales deben liquidar sus activos no líquidos para tener efectivo y con ello satisfacer a los ahorristas en su deseo de acceder a sus haberes. Muchos bancos, para proveerse de liquidez comienzan una escalada alcista de sus tasas de interés pasivas para atraer a nuevos depositantes pero con ello no hacen otra cosa que agravar su propia situación deficitaria. Algo parecido a lo descrito fue lo que motivó la crisis financiera de 1994 en Venezuela cuando cayó en primer lugar el Banco Latino y posteriormente otro conjunto de instituciones financieras. Más allá del pillaje, que lo hubo a granel, la causa del colapso bancario en 1994 fue de origen macroeconómico. En esta oportunidad, tras las caídas de los bancos Canarias, Banpro, Bolívar, Confederado, Central, Baninvest y Real, se oculta otro razonamiento. Poco de los patrones convencionales que explican esta quiebra bancaria puede hallarse en un texto de macroeconomía o de economía financiera. Para entender lo que pasa con el sistema financiero venezolano, en diciembre de 2009, hay que acudir a dos libros, hoy fundamentales. El primero de ellos es el de Mario Puzo, El Padrino y el segundo el de Pedro Duno, Los Doce Apóstoles. Puzo describe magistralmente la lucha entre las mafias neoyorquinas por el reparto de espacios de poder en la ciudad que nunca duerme, Nueva York. Don Vito Corleone era el capo implacable pero tenía noble y leal corazón con su gente. En la Venezuela que comienza a recibir una inmensa suma de recursos como resultado de la elevación de los precios petroleros a finales de 1973 pero con mayor fuerza a partir de 1974, arranca un proceso de degeneración de la clase política y económica. El espíritu empresarial de otrora que rendía sus frutos en el mediano plazo fue sustituido por la ganancia súbita pero con un ingrediente nuevo: la cercanía al poder político. La riqueza fácil, al cobijo del ministro de finanzas de turno, hacía el milagro que antes producía el esfuerzo tesonero de años. Empresarios se trocaron en ministros y ministros en empresarios, en especial en las apetecidas carteras de las finanzas públicas o en el antiguo Ministerio de Fomento, donde se subastaban las licencias de importación, los créditos oficiales y los préstamos para instalar fábricas. Toda esta articulación propició la conformación de los llamados doce apóstoles, bajo el primer gobierno de CA Pérez. El partido AD, principalmente, cometió el error histórico de no haber sabido deslastrase a tiempo de esa yunta corruptora y hoy todavía se paga las consecuencias de ese tropezón ya advertido por el mismo Rómulo Betancourt y Luis María Piñerúa Ordaz. Defenestrado Tobías Nóbrega, en 2005, se recompone el cuadro de la corrupción en el gobierno de Hugo Chávez. Nuevos actores y nuevos procedimientos, más o menos sofisticados pero con el mismo efecto sobre las finanzas del Estado. Quienes estaban al acecho, como modestos vendedores de alimentos y como proveedores de bienes y servicios al gobierno valoraron que había llegado su oportunidad. Y nada mejor que incursionar en el mercado financiero porque allí circulaba a borbotones la renta petrolera, vistos las dimensiones siderales que reflejaron los precios del petróleo. Tomar una porción de ese ingreso fue el reto y nada mejor que penetrar hasta el fondo en las debilitadas estructuras del Ministerio de Finanzas. A Nóbrega, le siguió Nelson Merentes, quien como titular del despacho, afirmó en julio de 2006 que Caracas se convertiría en la capital financiera de América Latina, y en cierto modo así fue. Truhanes, cambistas y apostadores financieros de toda ralea leyeron el mensaje. Comenzó así el negocio de los bonos argentinos y se consolidó el de las notas estructuradas que permitían rentabilidades inimaginables aprovechando para ello el diferencial cambiario. Fue tan descarado el evento que Chávez envió a las duchas a Merentes por un tiempo, para luego, asignarle la jefatura del BCV. Al teniente Rafael Isea, el conocimiento que le faltaba como ministro de Finanzas lo compensaba con su osadía para transar títulos valores en el mercado de permuta del dólar con una velocidad vertiginosa que hacía subir y bajar el precio de la moneda estadounidense como por arte de magia, con las consiguientes ganancias cambiarias. Conjuntamente con ello, otro teniente, Alejandro Andrade, tenía plena libertad de acción para movilizar los fondos de la Tesorería Nacional para los bancos. El desafío para los hombres vinculados y promovidos como empresarios por el gobierno consistió en pegarle la mano a los depósitos del gobierno. Había que comprar pequeños bancos para luego engordarlos a fuerza de depósitos venidos desde el tesoro nacional y demás entes estatales; no se ejecutaba el gasto pero crecían los depósitos del gobierno. Nada de lo descrito puede exponerse razonablemente sin otro actor fundamental, Rafael Ramírez, ministro de Energía y Petróleo y al mismo tiempo presidente de PDVSA. Esta empresa es la principal proveedora de fondos al gobierno pero al unísono actora principalísima en el mercado de bonos y en la permuta del dólar. Liquidado Fernández Barrueco, después de haberse portado tan bien durante tanto tiempo y en desgracia Pedro Torres Ciliberto y Arné Chacón, ya el gobierno tiene la coartada para intentar mitigar el costo político de los bancos intervenidos con el argumento de los banqueros prófugos. ¿Pero nadie en este país, corrompiéndose aceleradamente, va a investigar a los reyes de la baraja? Esto va a quedar impune por ahora y la cabeza de Fernández seguirá exhibiéndose como trofeo para engañar a incautos.

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