Por: Argelia Ríos - El peor esfuerzo es el que no se hace. La pelota está en el sector democrático. Las encuestas le son adversas. Las más serias aseguran que todo le marcha muy mal. Que el desencanto es creciente, como el rechazo a la represión. Que los estudiantes le superan en popularidad. Que es injusto con los trabajadores y que su ineficiencia cobró signos patológicos. En los números se lee que su política exterior es repudiada por costosa y peligrosa. Que su protagonismo es un infierno ruidoso y contaminante. Si nos atenemos a los logaritmos, la novela estaría encaminada hacia sus "capítulos cruciales": la paciencia tiene un límite. A menos que la oposición ponga la torta, el 2012 es el dead line. Las encuestas hablan en voz alta: su talante autoritario es percibido ahora con mayor nitidez. El pueblo no se siente empoderado: sólo él lo está. Se ha hecho evidente que su poder absoluto no se ha traducido en eficacia. Que su equipo es un atajo de ineptos, seducidos por la corrupción. La confianza se desmoronó. Votar por él perdió sentido: cualquier otra opción es preferible. Ni sus buenas intenciones son mencionadas; el país está en la onda de despacharlo y ya no le importa mucho las características del sustituto. Las encuestas dicen también que la sociedad venezolana quiere una plataforma como la Mesa Democrática, pero genuinamente unitaria. Desea que los ciudadanos, junto a los políticos de allá y de acá, sigan el ejemplo de audacia de los estudiantes: hay que perderle el temor a las coincidencias. La amplia mayoría identifica los riesgos y clama por una unidad salvadora. Entrelíneas, los números anuncian la seria decisión que, en algún momento próximo, deberá adoptar el comandante. Una gran masa de dinero en la calle podría no sanar la herida profunda de la inconformidad. Venezuela no parece tentada a que le traigan más flores. La revolución se le volvió insoportable. Pero, ¡cuidado! se esmera en la reconquista. Las encuestas asoman el arribo a una fase definitiva y peligrosa. Ahora mismo lo intenta por las buenas. Nunca debe descartarse un posible rebote. Está trabajando como un bárbaro para lograrlo. Si no lo consigue, tal vez lo haga a la manera de sus amigotes africanos. Ojalá podamos contribuir a que se aleje de esa idea. Deberíamos prepararnos para una transacción pragmática, desprovista de sentimentalismos. ¿Qué estamos dispuestos a ofrecerle? Seguramente querrá mucho más que la espada original de Bolívar. Por si acaso, hay que comenzar a pensar con seriedad en este asunto. Es obvio que la "oferta superior" involucra -además de una unidad entusiasta y sin imposturas- la capacidad de trabajar la transacción y la transición. El peor esfuerzo es el que no se hace. La pelota está en el sector democrático. Si sus dirigentes se equivocan, la oportunidad se evaporará. Aunque se molesten, hay que presionarles. Los partidos tienen su rol, pero debatir la jerarquía de ese rol es enredarse en un cuento idéntico al del huevo y la gallina.
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