martes, 7 de julio de 2009

Huelga de hambre


Por: Roger Santodomingo - Nuestro silencio, el largo ayuno de la libertad, no sólo quita el apetito, será mortal para la democracia. Como diría el propio Gandhi: Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena - ¿Por qué un hombre se sometería a sí mismo a pasar hambre? Por supuesto que esto no se compara con el gesto de un niño que rechaza un plato poco apetitoso. No se aplican tampoco a ese hombre los sermones culposos que dan cuenta de los cientos de miles de seres que no tienen el privilegio de probar la comida que algunos pequeños rebeldes desprecian caprichosamente. Toda lucha instintiva por la supervivencia se resume en garantizar la obtención de los alimentos que nos permitan crecer y reproducirnos, así que cuando se hace algo tan antinatural como una huelga de hambre, honestamente, se está arriesgando la vida por algo en lo que realmente se cree. Así que no se trata de un capricho, ni de una dieta agresiva.Una huelga común es una forma de presión, una protesta considerada un derecho que tienen los trabajadores para enfrentar, pacíficamente, a sus patrones, cuando estos no aceptan dialogar sobre sus condiciones de empleo. Las huelgas normales implican que el trabajador deja de trabajar y producir y eso, por supuesto, afecta a todos, pero sobre todo a la economía de las empresas y a los patrones, por lo que estos podrían sentirse obligados a ceder o a negociar. Pero, ¿cómo puede rendir fruto la estrategia de hacerse daño uno mismo frente a los que parecen indiferentes a nuestro sufrimiento? Mahatma Gandhi, un pequeño y delgado pacifista que luchó por la independencia de la India, fue encarcelado y utilizó sus ayunos de varias semanas para avergonzar al gigantesco imperio británico que dominaba por la fuerza a su país. Su lucha no violenta, en la primera mitad del siglo XX, tuvo éxito. Pero su efectividad se debió, en parte, a la existencia de la prensa y el Parlamento ingleses, sólidas instituciones que obligaron al imperio a mirarse en el espejo de Gandhi: el contraste de la enorme grandeza ética de un desarmado patriota indio, frente a la paradójica debilidad del ejército más poderoso del planeta.Algo estaba mal y la moral de los británicos y del mundo se sacudía.Mira el caso del alcalde metropolitano de Caracas Antonio Ledezma: está en huelga de hambre luego del despojo de sus potestades por parte del gobierno nacional de Venezuela. El Presidente, apoyado en un control total de las instituciones del Estado (las que se supone deberían controlarlo a él), ha dejado desarmados y literalmente en la calle a miles de trabajadores municipales y a sus familias. Venezuela no es Inglaterra, ni el gobierno bolivariano es particularmente dado a cambiar su rumbo ante las exigencias de la opinión pública. Quizás por ello, Ledezma dirige a otros destinatarios su mensaje. No le habla a un gobierno sordo, sino a una ciega Organización de Estados Americanos. La OEA, una institución internacional a la que pertenecemos los venezolanos y cuyo objetivo es proteger las democracias de este continente, parece no ver el atropello sufrido por un ciudadano que fue electo -para que te hagas una idea-, con casi tantos votos como el recientemente depuesto Presidente de Honduras y para gobernar una ciudad con más habitantes que todo el país centroamericano.Una protesta moralmente sólida es un reto para los gobiernos que se amparan en la ley para camuflar su doble moral: no se puede ser medio democrático, o democrático con unos y no con otros. Así como te digo que a veces es un error ser muy categórico, en esto de los principios, se es o no se es. Por ello, el mensaje de esta huelga también está dirigido a los caraqueños. La enmudecida Caracas no debe resignarse a ser abofeteada. Nuestro silencio, el largo ayuno de la libertad, no sólo quita el apetito, será mortal para la democracia. Como diría el propio Gandhi: Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.

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