jueves, 9 de julio de 2009

Diplomacia insulsa


Por: Gustavo Yepes - Opina Gente - gyepesp@gmail.com - La diplomacia no es insulsa; por el contrario, tiene mucho sabor. La receta de un buen diplomático combina ingredientes de moderación, astucia, malabarismo, táctica, y muchos otros que no todo el mundo posee. El problema es que hay insulsos metidos a diplomáticos, lo cual ocasiona que algunos problemas que han podido ser evitados o resueltos por vía diplomática, se precipitan a honduras de dimensiones incalculables. José María de Areilza, considerado uno de los artífices de la transición española, definía la diplomacia como “…el arte de buscar solución a las cuestiones que tienen salida y evitar que se enconen hasta la violencia los problemas insolubles; de ponerse en el lugar y en la mente del interlocutor foráneo para que el diálogo con él sea coherente y fructífero; de aprovechar intuitivamente cuantos resquicios ofrezcan las circunstancias de cada momento”. El manejo diplomático de la crisis hondureña ha demostrado estar en total contradicción con esta noble visión, ya que se ha basado en provocar problemas y no en evitarlos o solucionarlos, en apoyar acciones que generan violencia en lugar de buscar la paz, en ponerse en el lugar de una sola parte ignorando a la otra que, por cierto, fue electa con los mismos votos que hicieron presidente a un señor que fue quien le propinó los primeros golpes a la constitución de su país. La diplomacia tiene sus tiempos. No puede ejercerse abruptamente porque deja de ser diplomacia. Decía el dramaturgo francés Adrien Decourcelle que la diplomacia es “el camino más largo entre dos puntos.” En este caso, el camino resultó ser el más corto, ya que bastó un viaje relámpago para exigir sin escuchar y tomar una decisión que ya estaba tomada, en contradicción con lo dispuesto en la Carta de la OEA. Los acontecimientos de Honduras, independientemente de su desenlace, tienen que llamar la atención de todos los demócratas del continente y del mundo. La OEA, cuya carta fundamental y demás documentos que la soportan tienen un contenido que habla de democracia, de diplomacia, de respeto y de derechos humanos, no honra ninguno de esos hermosos conceptos. La OEA, en la práctica, no sirve para defender a la democracia, sino para defender a los presidentes; no sirve para evitar los disparates de quienes ejercen el poder, sino para defender a los presidentes; no sirve para preservar los derechos humanos de los pueblos, sino para defender a los presidentes; no sirve para evitar o solucionar conflictos, sino para defender a los presidentes; no sirve para proteger el voto que eligió a parlamentarios, a gobernadores, a alcaldes, y demás actores de la democracia representativa, sino para defender a los presidentes. La OEA está comprada por los petrodólares de quienes la acusaban de estar comprada por el imperio. Muchos presidentes se vendieron por unas monedas y sus votos están influenciados por golpistas y usurpadores que hoy se venden como los paladines de la democracia. Esa realidad, para un demócrata, es asquerosa. La diplomacia insulsa no está cumpliendo la función que debía cumplir, y pareciera que sólo está motivada por lo que el periodista peruano Luis Felipe Angell definió acertadamente: “El verdadero arte de la diplomacia consiste en no perder el cargo”.

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