miércoles, 16 de enero de 2008

La puta a la luz del día


Por Gonzalo Himiob Santomé
Por si acaso, la palabra “puta” está plenamente consagrada en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) como un vocablo válido y (Sr. William Lara) ha sido utilizada por muchos poetas como Pablo Neruda, Octavio Paz, Julio Cortázar y Mario Benedetti en algunas de las más bellas construcciones poéticas que se conocen. De hecho, son las líneas de un conocido poema las que parafraseo en el título y de las que me serviré también un poco más adelante. En otras palabras, no estoy insultando a nadie. En todo caso deplora éste título de un acto, la amnistía presidencial que, entregado a todos como una muestra de “amor” y “reconciliación”, visto a la “luz del día” de lo que ha sido su aplicación no es más que un hecho prostituido. Prostituido en su sentido igualmente literal (DRAE), sin florituras o adornos, porque ha servido para “deshonrar” a la verdadera justicia sirviendo al poder para “vender su autoridad abusando bajamente de ella por interés o por adulación”. La amnistía presidencial ha demostrado ser sólo eso. Una meretriz política. Una irónica mueca dirigida a mostrar un rostro falso, a hacer creer que “se es” cuando “no se es”, que “se quiere” cuando “no se quiere”. Sin desconocer que muchos ciudadanos de los que han sido beneficiados por ella lo merecían, y que es justo sentir una cauta alegría por ellos, la verdad demostrada con hechos es que la amnistía presidencial no es, en verdad, una herramienta para la verdadera reconciliació n nacional. No es ella mujer (valga la metáfora) que se entregue plena, sin velos o cartas marcadas al pueblo por amor o en procura de paz y reconciliació n. Es otra cosa. Es “dama” embadurnada de colorete y afeites que pretenden mostrarla humanista y generosa ocultando su rostro crudo y feo cuando, además, por los “servicios prestados”, sólo acepta en pago la moneda fuerte de las simpatías y de reconocimientos aún no merecidos. No es la primera vez que, en una primera aproximación, y tras luces veladas, éste maquillaje (que sólo es tal) humanista ha seducido al pueblo y ha disimulado los defectos y las deformidades de quien lo lleva. Pero ya todos sabemos que luego de cierto tiempo de uso todo maquillaje pierde su efecto cosmético y comienza a dejar ver la verdadera tez de quien lo utiliza. Y esta vez (o una vez más) frente a lo ocurrido a los comisarios y a los PM, pasa que el pueblo ha despertado, luego de eufóricas y engañadas noches, al lado de esta “dama” que, expuesta a la luz de día, ha perdido todo vestigio de sus polvos embellecedores y no puede ocultar su verdad. Hemos descubierto que “…ese poema que te hizo llorar a la noche, al día siguiente apenas te interesa…” y que tendremos que acostumbrarnos, en las luchas que aún nos esperan “…a soportar las cosas tal como son…”. Y duele haber albergado la esperanza. La esperanza, siempre vana (y cuánto nos cuesta aceptarlo) de que la reconciliació n y la tolerancia pregonadas por la amnistía meretriz fuesen verdaderas. Duele perder la esperanza de que el gesto, tan auspicioso, no fuese lo que está demostrando ser. Duele perder la esperanza de que el cacareado discurso contra cualquier radicalizació n oficialista fuese verdadero. Duele ver que esta parodia le da argumentos, además, a los radicales opositores que se identifican con los oficialistas radicales en que desconocen a la palabra, al diálogo y al reconocimiento de sí mismo en el “otro” como las herramientas de la paz. Duele perder la esperanza de que la libertad dejase de ser una pantomima formalista en manos de un Ministerio Público al que le ha correspondido ser, a la vez, y contra lo que se aprende en primer año de derecho, Juez y parte. Duele ver perdida la esperanza borrada por “no aparecer en la lista”. Duele tener que seguir luchando. Pero así seguiremos pues la patria lo merece. Creíamos haber salido de la tiniebla que todo lo cubría, auspiciados en falsos rayos los amaneceres, pero no era así. Hemos abierto los ojos a luces que encandilan y que sólo sirven para mostrarnos, una vez más, los más oscuros y sucios rincones de las sedes tribunalicias en las que entra de todo, menos la razón que es, al lado del verdadero humanismo y de la paz, nuestra arma más poderosa. Y es que acabamos de evidenciar que, como el que “hace la ley, hace la trampa” (y nunca el viejo adagio tuvo mayor significado) la amnistía decretada no ha ahorrado en subterfugios y tretas para hacerse valedera sólo para el que se perciba, a dedo y desde el poder, como digno de ella. Lo demuestra lo ocurrido a Iván Simonovis , a Lázaro Forero, a Henry Vivas, a Erasmo Bolívar, a Luis Molina Cerrada, a Ramón Zapata Alonso, a Arube Pérez Salazar, a Rafael Neazoa López, a Marco Hurtado , a Héctor Rovaín, y a Julio Rodríguez. La “dama” amnistía se maquilla, se engalana, trata de mostrar a “su señor” que la ha creado y que la entrega “a todos” como magnánimo y generoso. Pero nos oculta desde su lejanía siempre presente que sus ropas seductoras son las mismas prendas sin lavar, plenas de remiendos y de marcas de ilusiones pasadas y perdidas, que ha utilizado siempre cuando sólo quiere seducir, y nada más. Nos esconde tras su engaño que su “amor” está en otro lado, en el provecho que puede reportar a su amo, que no entre los brazos del pueblo que (oficialista y opositor) le recibió emocionado como un gesto de cambio. No ha reparado esta “dama amnistía” en que para ser aplicada y para que se le quiten las comillas que denotan que no es ni dama, ni amnistía, deben considerarse los principios fundamentales a favor de los justiciables que forman parte de nuestra Carta Magna. No ha reparado en que, en un Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia (Art. 2°, CRBV), no es al Ministerio Público a quien compete decidir o autorizar” (sólo los tribunales pueden hacerlo) que una persona obtenga su libertad con base en una determinada normativa. No percibe ésta “dama” amnistía que si se la usa sólo para favorecer al que cede, que no al que la merece, no es, en verdad, una amnistía, sino una maniobra política que va, como dice la canción “de una esquina a la otra, de Pinto a Miseria, de un carro a la cera sin mirar atrás” dejando sólo lágrimas cruzando como tristes perlas negras las mejillas de un pueblo que quiere, afanosamente, reencontrarse en el diálogo franco y en el reconocimiento de todos como venezolanos, más allá de la política y de los radicalismos de parte y parte. No ha reparado la “dama” entrecomillada en que ha llegado la luz del día. Y en que ya la vemos como lo que en verdad es.

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