viernes, 24 de agosto de 2012

Literario


Por: literario - Hace días concebí el propósito de leer nuevamente a Albert Camus. Esta vez lo haría en la edición de las Obras Completas, traducidas y prologadas por Federico Carlos Sáinz de Robles, hijo. Se trata de una edición de la editorial Aguilar, de 1959. Las veces que había leído alguna obra de Albert Camus, lo había hecho a través de alguna obra suelta, obras que fui perdiendo a lo largo de los avatares de de mi vida.  Cuando decidí recopilar nuevamente las obras de Camus, me encontré con la triste realidad de cómo en el país eso es empresa casi imposible. Una obra tan conocida y difundida como "La Peste" no era posible conseguirla en las principales librerías del país.  No quedaba más remedio que detenerse en los puestos de "libros viejos", libros de segunda mano, libros que tienen detrás de sí una historia, hasta llegar a parar en uno de esos puestos raros, a la espera que un bicho raro los vuelva a adquirir en posesión, para volver a tejer, con ellos, una historia.
 
Una mañana, en uno de los patios de la Facultad, me encontraba hablando con uno de mis alumnos. Se trata de un muchacho prodigiosamente inteligente, con una fina y atinada sensibilidad para la poesía. Era un muchacho que había nacido y crecido en el barrio "El Nazareno", de Petare.  Inteligente y sensible como pocos, aunque dominado por la pereza propia de los bohemios y de los que no sienten la necesidad de hacer cosas "útiles" y "productivas". A veces es bueno no ver la vida en términos de finanzas y de transacciones bancarias. 
 
Comentándole sobre los autores más decisivos en mi vida, llegamos a Albert Camus, y aproveché para decirle cómo en este triste país no era posible conseguir, al menos por las vías normales, una obra de ese autor. Me comentó, entonces, que tenía un amigo librero, que posiblemente tendría el libro. Nos despedimos y salió. Una hora después, quizá dos, me llamó por teléfono y me preguntó que si todavía estaba en la Facultad.  Le dije que sí, pero que ya iba de salida. Me pidió que lo esperara cinco minutos. Al poco tiempo apareció, con una bolsa en las manos.  En la bolsa traía los dos tomos de las Obras Completas de Albert Camus. Pocas cosas en esta vida me causan ilusión, pero confieso que tener esos libros en mis manos no sólo representó un motivo de ilusión, sino la sensación profunda de tener en mis manos una realidad que, sin duda, era punto referencial fundamental en mi vida. Lo primero que hice, entonces, fue leer las sendas introducciones del traductor, teniendo la sensación de encontrarme de la mano de un veterano, de un profundo conocedor que me conducía por parajes completamente desconocidos para mí.
 
Hace días concebí el propósito de leer nuevamente a Albert Camus.  Esta vez comenzaría por "El extranjero", que en mi edición no es "El extranjero", sino "El extraño". No sé francés como para saber cuál de los dos calificativos es el más conveniente a la traducción del original.  Pero de lo que sí estoy seguro es que el término "extraño" quizá tenga un contenido más subjetivo, más íntimo, más existencial, en definitiva. "El extraño" o "El extranjero", esa narración es una de las más extraordinarias que he podido leer hasta ahora.  Anoche, después de encontrar el momento propicio, por fin comencé a leerlo nuevamente. A propio intento quise hacer coincidir el inicio de la lectura con la celebración de los cincuenta años de la muerte de este hombre, punto de referencia esencial para llegar a conocer el verdadero alcance de la realidad del siglo XX, porque la suya no sólo fue una literatura como arte sin más; la suya no fue una filosofía a la que luego fue posible etiquetar como existencialista; la suya fue una literatura y una filosofía existencialista, sí, pero, sobre todo, una filosofía de la historia, una metafísica de la historia en la que quiso desentrañar lo que había más allá de los simples acontecimientos que desnudaron la barbarie de un siglo. 
 
"El extranjero", como todas las obras de Albert Camus, no es para ser leído de un tirón, porque en cada palabra, en cada personaje, en la descripción de cada escenario, cada lector, avisado o no, puede tener la posibilidad de encontrarse como en una cantera, de la que puede extraer cosas insospechadas. Anoche, cuando comencé a leer el relato, me llamó poderosamente la atención no sólo el relato en primera persona, sino la capacidad de penetrar en la realidad interior de cada personaje a partir de un detalle insignificante de su porte exterior: el telegrama, el jefe que no recibe con agrado los dos días de ausencia laboral, el director del geriátrico, el conserje, la enfermera que velaba el cadáver de su madre, los ancianos amigos de su madre, los miembros del cortejo fúnebre, el cura y los monagos... Pero de manera especial, Thomas Pérez, el amigo íntimo de su madre. Todos ellos son vistos íntimamente por el narrador, excepto su madre. Hay en él una resistencia a ver el cadáver, incluso cuando se lo proponen por última vez.

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