Por: Jaime Requena - conciencia.talcual@gmail.com - Un reciente reportaje de Tal Cual señaló que en nuestro país las ciencias se están muriendo. Los síntomas de la enfermedad que aqueja a los creadores de conocimientos e innovadores venezolanos son más que evidentes; poquísimas vocaciones, mínimos recursos, escasos estímulos, ausencia de facilidades y ningún reconocimiento.
Para quienes, desde los mesones de los laboratorios de investigación científica o desarrollo tecnológico, estuvimos o estamos tratando de sobrevivir el despelote de la Quinta República, el reportaje sobre la agonía de su objeto de vida no es sino otra crónica más. El desenlace era más que predecible y, por lo demás, inevitable dado las políticas adoptadas por la burócratas chavistas.
El pretender que los recintos académicos de estudios superiores son sólo un refugio de enemigos o de apátridas por el simple hecho de disentir en el modo de pensar; el considerar que cultivar el talento es elitesco; el presumir que la búsqueda del conocimiento es fútil ante las necesidades materiales de los congéneres; el asumir que todo aquel que se dedique a la producción es un malévolo maleante que no se le debe permitir utilizar los recursos fruto de su esfuerzo y trabajo para mejorar los bienes y servicios que pone a disposición de los demás y asumir que la opinión de otros es irrelevante y carente de valor, como postulados hace años se convirtieron en las guías de una política en ciencia, tecnología e innovación que inconsultamente abrazó al anacrónico postmodernismo.
Revertir este estado de cosas no va a ser sencillo. Es una tarea impostergable en un mundo en el que el conocimiento ha pasado a ser el bien más valioso y codiciado. Sociedades sin mayores recursos naturales, hoy en día prosperan con base en la preparación e iniciativa de sus talentos. Cerebros los hay en todos los rincones del planeta y educarlos es parte de la tarea de cualquier gobierno. Hacerlo bien es la virtud de las administraciones con visión de futuro. Dotar a esos emprendedores de condiciones para que puedan desarrollar su inventiva, es el privilegio de sociedades que comprenden su trascendencia y se dedican a favorecer a todos y cada uno de sus miembros.
El caso venezolano es patético. Ni siquiera figuramos dentro de los indicadores de desempeño de ciencia y tecnología en los niveles regionales. Mientras que años atrás llegamos a constituirnos en un ejemplo a seguir entre las naciones emergentes cuando alcanzamos niveles de actividad de investigación y desarrollo satisfactorios, hoy en día nadie quiere referirse a nuestro caso. Construir de la nada y en menos de cincuenta años un aparato de ciencia competitivo como lo hizo la democracia venezolana durante la segunda mitad del siglo pasado, fue la gran proeza para relatar. Hoy a nadie le interesa saber como hicimos para en menos de una década destruir algo tan valioso.
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