Por: Alberto Lovera - alberto.lovera@gmail.com - No basta tener dinero para producir viviendas. El tiempo es un recurso indispensable. Tiempo para planificar, tiempo para urbanizar tierras, tiempo para construir. La vivienda es un producto que requiere su articulación con el tejido de la ciudad, y la forma y el lugar donde se emplace tienen consecuencias duraderas. La forma epiléptica con la cual el gobierno ha abordado el problema de la vivienda conspira contra sus propósitos. Después de haber insistido un tiempo atrás en que no se trata sólo de viviendas sino de vivienda y hábitat, es decir, que es la vivienda y su entorno, sus servicios, sus equipamientos, ahora se deja de lado la estructura urbana donde la vivienda se ubica, para atender la producción de esta última como un bien aislado. Peor aún, ubicada en cualquier parte, con tal de asignársela a alguien que agradezca los favores recibidos. Se ignora la complejidad y complementariedad de las funciones urbanas. Se deja de lado la pertinencia y utilidad de los planes de ordenación. Cuando se expropia, por ejemplo, un estacionamiento, una zona industrial o un terreno donde se iba a construir un terminal de pasajeros o un centro comunal para colocar allí edificaciones residenciales, queda sin respuesta cómo se van a atender estas actividades que también forman parte del funcionamiento de la ciudad. No se trata de escoger entre carros y viviendas, como de manera falaz ha planteado el Presidente. El detalle es que la ciudad no sólo es vivienda, es vivienda, vehículos, edificaciones industriales, comerciales, de servicios; también son vías, redes, etc., sin las cuales no hay ciudad sino un campamento precario. Se ignora también la complejidad de la propia producción habitacional. El conjunto de actores, insumos y actividades que deben concurrir para hacerla posible, la secuencia que hay que seguir para que se concrete. Cuando se sale a buscar en el exterior la capacidad de producción de viviendas, que existe en nuestro país, como quien sale de compras al supermercado, se olvida que una de las partes más complejas es la habilitación y urbanización de tierras, no sea que les pase nuevamente lo que a uno de los innumerables ministros de vivienda que ha tenido este gobierno, que hace unos años declaró como un triunfo: "llegaron las casas uruguayas, lo único que falta es acondicionar los terrenos". Y después de tener tierras aptas para la construcción, dotadas de los servicios, empieza la labor de levantar las viviendas. Todo eso requiere tiempo, y ningún voluntarismo, así sea con buenas intenciones, lo puede ignorar. La atención del problema habitacional es una prioridad nacional. Ello requiere concertación y planificación. Seguramente en los próximos meses tendremos un número algo mayor de viviendas, lo cual es bienvenido. Pero lo que no se ha hecho en doce años, no se puede pretender hacerlo en unos meses. Mucho menos en un área que requiere de articular muchas decisiones para no afectar la calidad de vida de nuestras ciudades. El tiempo perdido no se puede recuperar, pero sí evitar reincidir en los errores. Lamentablemente los apuros electorales de nuestro gobernante pretenden ignorar la implacable realidad de los requerimientos productivos y las complejidades de la vida urbana, tal vez porque percibe que se le acaba su tiempo.
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