Por: Pedro Lastra - En rigor, la MUD no es un organismo político: es un ente meramente administrativo, sin poder de decisión verdaderamente ejecutivo. ¿Por qué los partidos y fuerzas democráticas se han negado a conformar un frente político de concertación nacional, capaz de responder a todos los problemas en toda circunstancia para ofrecerle al país una orientación, un rumbo, una salida y perfilarse como la única solución viable, pacífica, democrática a la grave crisis que sufrimos? La agudización de la crisis, que comienza a alcanzar dimensiones dantescas, pone de manifiesto una situación extremadamente contradictoria: quienes debieran ocuparse de resolverla hoy no pueden hacerlo pues están ocupados en resolverla mañana. Sin comprender que el poder no aguarda a ser resuelto con fecha fija en el calendario. Es un continuum, que se va desarrollando hasta poder alcanzar su perfecta resolución. Si no se resuelve hoy, no se resolverá mañana. No se trata de postular dos salidas alternativas a la crisis: la exigencia de la renuncia inmediata del presidente de la república en obediencia al cumplimiento de las normas constitucionales o la postergación de la ansiada solución postergándola hasta diciembre del 2012 de acuerdo al cronograma electoral, asimismo establecido en la Constitución. Se trata de una cuestión mucho más urgente: la necesidad de darle gobernabilidad a un país que se desbarranca por el abismo de la acefalia y la disolución. Aparecer ante el país hoy como alternativa real, inmediata, creíble para asumir el poder cuando corresponda. Esperar que ello se produzca automáticamente con el descrédito del presidente de la república y su hundimiento político arrastrado por sus monumentales errores es una nefasta ilusión. Quien así lo crea y espere la “chacumbelización” del problema del poder y la automática cosecha por parte de los sectores democráticos podría estar gravemente equivocado. También las crisis pueden estabilizarse y paralizar indefinidamente a una sociedad enferma de gravedad, como la nuestra. Puestos objetivamente de espaldas a la crisis, la dirección política de la oposición sólo se ocupa de resolver sus angustias hamletianas: ser o no ser. En la que el ser no consiste en la construcción del Poder, comprendido como un proceso permanente, sistemático y creciente de acumulación de fuerzas que lo conviertan en una realidad irrefrenable, sino en resolver la precandidatura y caminar hacia las primarias. Dejando el enfrentamiento por el Poder y el combate contra las fuerzas dominantes sumidos en el paréntesis de la esperanza. Lo cual conduce necesariamente a la dispersión y a la particularización de los quehaceres políticos. La proliferación de candidaturas sin destino es la prueba palpable. En la centroderecha hay, por lo menos, tres precandidatos en pugna: Capriles, López y Machado. Son personalidades por ahora irreconciliables. En la centroizquierda, otro tanto: Antonio Ledezma, Pablo Pérez y Manuel Rosales. Si no enemistados, por ahora lejos de un cómodo y fácil acuerdo. Y en el centro socialcristiano otros tres postulantes: César Pérez Vivas, Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz. Recíprocamente incompatibles. En medio de este archipiélago candidatural, un outsider, Diego Arria.Todos, como es lógico, ocupados en promocionar sus candidaturas, no en enefrentar y resolver los problemas cruciales en que nos debatimos. Se cumple de este modo y sin que el principal beneficiario de esta balcanización de voluntades mueva un solo dedo y hasta apartado del ejercicio inmediato del Poder por razones aparentemente médicas, pero políticamente desconocidas, la regla primaria de toda dominación cesariana: divide et impera. Ocupados en proteger sus propios territorios y ladrarle al eventual contrincante, ninguno de esos diez candidatos puede ocuparse verdaderamente y en una instancia colectiva de coordinación nacional del único problema que nos aflige: enfrentar la acefalia y emerger hoy, no mañana, como eventual salida para asumir las riendas de la dirección del país. Poco importa, incluso, el perfil de quien termine representando las aspiraciones democráticas del país nacional. En tales condiciones, el presidente de la república puede permitirse el lujo de retirarse a sus cuarteles habaneros para ver el conflicto desde lejos, como desde una altura inmarcesible. Bonapartismo puro. Digno de un virreinato. Imposible e innecesario culpar a un organismo meramente coordinador y carente de todo poder suprapartidista como la MUD por la responsabilidad ante esta insólita acefalia opositora. No hay en ella quien pueda imponer su voz ni su voluntad: la regla de oro de su funcionamiento es su absoluta imparcialidad y su estricto apego a asuntos meramente reglamentarios. En rigor, la MUD no es un organismo político: es un ente administrativo. ¿Por qué los partidos y fuerzas democráticas se han negado a conformar un frente político de concertación nacional, capaz de responder a todos los problemas en toda circunstancia para ofrecerle al país una orientación, un rumbo, una salida y perfilarse como la única solución viable, pacífica, democrática a la grave crisis que sufrimos? De esta manera, auxiliado por la absoluta inoperancia política de las fuerzas opositoras, el presidente puede hacer con el país lo que un propietario irresponsable de una empresa en quiebra puede asumir sin costo alguno: irse de vacaciones. El único escenario político que sobrevive, el parlamento, está esterilizado. Es una mera tribuna, incluso menospreciada por los propios diputados opositores. Y de las fuerzas armadas ni hablar: están a buen recaudo en manos de quienes nos manejan a control remoto. Todo lo que hemos vivido desde que Chávez se alejara del país, desde la crisis eléctrica a la tragedia carcelaria, y que acontecen sin que resulte de ellas, aparentemente, un elemental desquiciamiento del sistema de dominación del chavismo, encuentra su explicación en esta incapacidad de la dirigencia opositora por superar su balcanización y asumir hoy, no después de las elecciones del 2012, la dirección de las fuerzas sociales opositoras para poner en jaque al régimen y empujarlo al abismo. Estamos ante un caso de inopia e inconsciencia posiblemente inédita en la historia de nuestra modernidad. La culpa por la radicalización de la crisis y la tragedia que nos amenaza tiene dos actores: gobierno y oposición. Posiblemente nuestra responsabilidad sea mayor que la de quienes la provocan. Dios proteja a Venezuela. Los venezolanos parecemos habernos auto imposibilitados de hacerlo.
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