miércoles, 1 de septiembre de 2010

Venezuela en un pueblo costero


Magda Mascioli G. - Sin ruido ¡les cobraremos a todos!
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Por: Antonio Cova Maduro - Fue justamente cuando aquella Venezuela -la del andino Juan Vicente Gómez y la del predominio del café- descubrió que su suelo albergaba petróleo, y lo hacía en grandes cantidades, cuando Venezuela dejó de ser lo que hasta ahora había sido. Nació la Venezuela rentista, la que engordó grandes ciudades que, o quedaban en zonas petroleras -tal el caso de Maracaibo y de Maturín- o a las que la rápida explotación petrolera creó: Cabimas y Lagunillas en el Zulia y las recién nacidas Punto Fijo en Falcón y Puerto La Cruz en la costa de Anzoátegui. Con el petróleo, Venezuela definitivamente se transformó en una franja costera, la que va de Maracaibo hasta Guanta, que sería la que dominaría todo el siglo XX. Habría que esperar el último cuarto de ese siglo para ver entrar a competir a Guayana con el hierro y el aluminio. Puerto Ordaz sería la última gran ciudad venezolana creada expresamente en razón de la directa explotación de riquezas naturales. Pero hoy quiero ocuparme de otra Venezuela, de esa que al calor de nuestra riqueza de más de un siglo se fue haciendo como a la vera del camino. De la Venezuela de pueblos moribundos que adquirieron vida por obra y gracia del paisaje que tenían para posibilitar vacaciones y entretenimiento. Y lo quiero hacer con una población costera, de una cuyo gran capital es el mar y todo lo que él sugiere y posibilita. Estos días de vacaciones me dieron la posibilidad de visitar una de esas poblaciones en la costa oriental, en donde confluyen Miranda y Anzoátegui si quieren. En ella la razón de ser de su existencia, que como lo explica el cronista de esa zona tampoco es de ayer, sino que se remonta al mismísimo siglo XVII, cuando la creación y explotación de salinas le dio su razón de ser, para transformarse en un poblado que albergaría miles de temporadistas desde fines del siglo XX. Esa zona hoy vive de construir para ellos casas y clubes, y luego prestarle todo tipo de servicios. Un poco como sucede con el oriente del litoral varguense. Es un pueblo, como cabría esperar, víctima de la gestión eléctrica del chavismo -16 horas seguidas sin luz dan testimonio de ello- y con pocas posibilidades de empleo para su creciente población. Es un pueblo, me afirmaba alguien que allí habita, donde los chinos controlan la alimentación -los tres automercados, único signo de negocio moderno en la zona, son suyos- y los árabes, la ropa. Como sabemos -es el patrón que se repite por todo el país- ambos grupos funcionan con un cerrado sistema familiar: el grueso de sus empleados son de la familia y, por lo tanto, su oferta de empleo es limitada. Es un pueblo que, con otros de la zona, conforma un cinturón chavista y por eso es interesante examinarlo más de cerca, porque lo disimula muy bien. A un mes escaso de las elecciones del 26S, ni marchas ni franelas rojas ni fotos de Chávez. Es un pueblo donde la gente está en lo suyo, que es tratar de sobrevivir y al que poco entusiasma el récord del régimen; pero además es un pueblo cuyo récord electoral (2007, 2008 y 2009) muestra una siempre presente oposición a la que el chavismo nunca ha sobrepasado por más de 200 votos. No es, pues, como estilan decir muchos, “un pueblo de ¡puros chavistas!”. Hay un vasto número de pobladores que ni se siente atraído por, ni confiado en la propuesta -y la gestión- de Chávez; mucho menos está dispuesto a rendirse ante ella. Y por eso es la muestra más admirable de lo que es el país, y de porqué una vocación totalitaria como la que tiene el chavismo no ha podido imponerse definitivamente. Y que, a la chita callando, lista está para infligir un duro golpe a ese proyecto demencial el 26S. Ese pueblo costero, junto con otros miles, dará importantes sorpresas este 26S, y los chavistas lo saben. Sin ruido cobrarán sus facturas -las de Pudreval, de la inflación, de los apagones y la muy gruesa de la matanza sin respiro. Serán ellos quienes darán un giro de 180° a lo que aquí se ha venido dando. ¡Bienvenidos y que Dios les pague!

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