sábado, 25 de septiembre de 2010

Principios de Goebbels



A priori, podría parecer injustificado y carente de interés hablar del que fuera ministro de propaganda del Tercer Reich Joseph Goebbels, ya que es un tema perteneciente a un pasado del cual nos alejan cada vez más los vertiginosos y complejos acontecimientos del presente. Esta distancia, sin embargo, es sólo aparente y superficial, pues en el fondo, todo proceso histórico está determinado por similares intereses y conflictos. 

Es importante descubrir estas similitudes a fin de evitar cometer hoy iguales errores que en el pasado. En un momento en el que la información juega un papel de primera magnitud y es capaz de determinar el contenido y el rumbo de la política a todos los niveles, es fundamental conocer cuán peligrosa puede resultar la manipulación de esta información por parte de quienes distorsionan la realidad para ampliar su poder e incrementar sus beneficios.
 
Joseph Goebbels nació el 29 de octubre de 1887 en el seno de una familia católica acomodada, destacó desde niño por su brillante inteligencia, acabó el bachillerato con las mejores notas de su promoción y estudió Filosofía, Literatura, Historia, Arte y Lenguas Clásicas en ocho universidades: Bonn, Friburgo, Würzburgo, Colonia, Fráncfort, Múnich, Berlín y Heidelberg, institución esta última en la que obtuvo el Doctorado en 1921.

En 1922 se unió al Partido Nazi y en 1926, gracias a sus dotes de orador, fue nombrado Gauleiter de Berlín, ciudad a la que se trasladó para reorganizar el partido por orden de Hitler. En 1930 éste lo nombró jefe de propaganda del NSDAP, y cuando tres años después el führer asumió el gobierno, Goebbels fue designado ministro de propaganda e ilustración popular.


Desde su Ministerio controló la prensa, la radio, la actividad literaria, las manifestaciones artísticas, el teatro y el cine, y diseñó y puso en práctica una compleja y eficiente estructura y estrategia propagandísticas que se erigieron en pilares fundamentales de la ideología nazi y del régimen. La capacidad y talento de Goebbels para la retórica y la oratoria, que alcanzaron gran ascendiente sobre las masas, lo convirtieron de hecho en la cara visible y en portavoz del nazismo.


Los discursos que Goebbels pronunciaba por sí mismo o escribía para Hitler, contribuyeron a la idealización y divinización del dictador y del régimen. Goebbels fue uno de los personajes con mayor poder en el régimen nazi y gracias a su privilegiada posición en los más altos estamentos, obtuvo beneficios personales en todos los aspectos.

De no ser por su relación con el nazismo, la biografía de Goebbels podría ser la de cualquier persona con una trayectoria personal y profesional de éxito. Precisamente este es el peligroso engaño al que induce el psicópata, ya que se trata de un individuo mentiroso y manipulador, que simula hallarse integrado en su medio social y que parece establecer buenas relaciones con los demás. Incluso en los casos de mayor gravedad del trastorno, la persona que lo padece puede desarrollar con normalidad sus actividades en todos los ámbitos de la vida. Estas características hacen que el trastorno sea difícil de detectar, y que sólo se conozca a través de las consecuencias de los actos, cuando éstos son descubiertos o alcanzan notoria trascendencia.

La notoriedad y la trascendencia de los actos de Goebbels son por todos conocidas y nos permiten aventurar la hipótesis de que el dirigente nazi tenía una personalidad psicopática. De ahí que haya servido, al igual que otros jerarcas del régimen, como instrumento ideológico y político de los poderosos intereses económicos que se beneficiaron del nazismo y de la guerra. 

A nadie escapa que estos intereses utilizaron todas sus influencias y movieron todas sus piezas para auspiciar el advenimiento del nacionalsocialismo, lo auparon en el poder, lo sostuvieron y provocaron una guerra mundial cuyas consecuencias fueron terribles desde todo punto de vista, excepto, obviamente, para quienes lucraron con la tragedia.

Esto no es historia pasada. Hoy, similares intereses económicos y especulativos necesitan parecidas justificaciones ideológicas para imponer sus políticas a través de personas iguales a Goebbels. Las circunstancias se repiten en distintos escenarios y con diferentes características, pero en el fondo, es la codicia de unos pocos la que determina las grandes catástrofes de la historia.

La crisis económica mundial ha puesto de rigurosa actualidad la imposición de este tipo de políticas, unas políticas neoliberales que más exactamente deberían llamarse genocidas, ya que no sólo recortan los derechos de los trabajadores, aniquilan el Estado del bienestar y pauperizan a la población mundial, sino que abren las puertas a peligrosos conflictos internacionales derivados de la geopolítica de la dominación y del control estratégico de los recursos naturales. Se trata de la obtención de beneficios económicos a cualquier precio, sin reparar en los medios para conseguirlos ni en las consecuencias.

Políticas de esta índole sólo pueden ser ideadas y llevadas a la práctica por individuos con personalidad psicopática, ya que poseen un pensamiento único, egocéntrico, pragmático y rígido, son insensibles emocionalmente y muestran total indiferencia por los sentimientos, pensamientos, necesidades y padecimientos de los demás.

Pero si hay algo que facilita y hace posible la acción de esta clase de personas, esto es sin duda la propaganda, que corrompe conciencias y mina voluntades. Joseph Goebbels fue un precursor y un maestro en este ámbito, ya que ideó y puso en práctica una acabada estrategia propagandística destinada a manipular la información, distorsionar la realidad y engañar a las masas.

Los discípulos de Goebbels se cuentan hoy en día por miles en los medios de comunicación, los organismos internacionales, los partidos políticos, las organizaciones empresariales y un amplio etcétera. Los principios propagandísticos postulados por el dirigente nazi son utilizados en la actualidad cotidianamente y de forma descarada y perversa para crear estados de opinión, ocultar y/o distorsionar la realidad y/o construir realidades a la medida de los intereses de los cuales dichos discípulos son cómplices conscientes y voluntarios.

Basta con echar una mirada atenta a los comportamientos de estos "cómplices" y a las declaraciones, discursos e informaciones que éstos difunden a través de los canales que cuentan con el visto bueno del sistema, para comprobar sin demasiado esfuerzo o imaginación que se cumplen escrupulosamente alguno o la totalidad de los principios propagandísticos fundamentales establecidos por Goebbels.

Como colofón de este editorial, ofrecemos los citados principios al lector interesado en ejercitarse en la detección de la manipulación y del constante bombardeo de falsedades de que somos objeto.

Principio de simplificación y del enemigo único:
Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

Principio del método de contagio: Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en una sola unidad.

Principio de la transposición: Cargar sobre el adversario los errores o defectos propios, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan".

Principio de la exageración y desfiguración: Convertir cualquier anécdota, por pequeña y banal que sea, en un hecho relevante y fundamental del que depende la supervivencia de la sociedad o las personas.

Principio de la vulgarización: "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, la masa tiene gran facilidad para olvidar".

Principio de orquestación: "La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas". De aquí viene también las famosas frases: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad" y "Miente , miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá".

Principio de renovación: Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

Principio de la verosimilitud: Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias. "Más vale una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil".

Principio de la silenciación: Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, también contraprogramando con la ayuda de los medios de comunicación afines.

Principio de la transfusión: Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas y en las emociones básicas de las personas.

Principio de la unanimidad: Llegar a convencer a muchas personas de que piensan "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad.

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