Por: Eduardo Casanova - El cadáver de la Cancillería - A comienzos de 1964 entré al Servicio Exterior venezolano. Mi primer cargo fue el de Segundo Secretario en la Embajada de Venezuela en Buenos Aires, y tuve varios golpes de suerte: el primero fue el que el Embajador, Eligio Anzola Anzola, era tan novato como yo y no tenía prejuicios sobre el ejercicio de la diplomacia. El segundo fue que desarrollé una gran amistad con Carlos Alconada Aramburú, Ministro de Educación y Justicia en el gabinete del Presidente Illía y alto dirigente de la Unión Cívica Radical del Pueblo, el partido de gobierno, con quien almorzaba una vez a la semana, y eso me permitió obtener todo tipo de información política, con la que nutría el expediente que en la Cancillería venezolana se llevaba de ese país a unos niveles nada deleznables. El tercero fue que, a raíz del derrocamiento de Illía, la Cancillería me designó Cónsul en Buenos Aires, y estuve más de un año como Encargado del Consulado General de Venezuela en Buenos Aires, lo que me dio una formación excepcional en materia consular. A comienzos de 1968 fui trasladado a Dinamarca como Primer Secretario, y allí mi gran golpe de suerte fue otro: fue el tener como jefe, como Embajador, a uno de los hombres más nobles, generosos y cultos que he conocido en mi vida: Vicente Gerbasi, el gran poeta de Venezuela. Vicente hizo todo cuanto le fue posible por ayudarme en mi desarrollo, tanto intelectual como profesional, y su apoyo fue para mí un bien impagable. Pero también mi paso por Copenhague me sirvió para conocer un mundo que la gente en general no sabe que existe: el del espionaje internacional, que no se refiere sólo a aventuras a lo James Bond, sino a obtención de información que es básica para el desarrollo de cualquier política internacional. A fines de 1970, que se convirtió en principios de 1971, fui destinado al Servicio Interno de la Cancillería, específicamente al Departamento Interamericano de la Dirección de Política Internacional. Era Canciller Arístides Calvani, y su Director de Política Internacional era Marcial Pérez Chiriboga. Ambos personas excepcionales no sólo por su calidad humana, sino por la seriedad con que desempeñaban sus funciones. Y de nuevo la suerte me ayudó: tuve de vecina de escritorio a Milagros Puig, Licenciada en Estudios Internacionales, dotada no sólo de una gran belleza, sino de una inteligencia como pocas he conocido en mi vida. Y a través de Milagros, pronto ingresé a un grupo magnífico que llamábamos, un poco en broma y un poco en serio, la “Rosca de Cancillería”. Allí estaban los mejores profesionales venezolanos de la política internacional, que sin distingos de política fueron factores fundamentales en los éxitos que como cancilleres obtuvieron hombres tan distintos entre ellos como Arístides Calvani y Simón Alberto Consalvi. En el grupo había gente de izquierda, de centro, de derecha, pero nadie tenía nada que ver con la tendencia de cada quién: era un grupo exitoso de profesionales, que se dedicaban en cuerpo y alma a ejercer bien su oficio, y lo lograban. Y que se diferenciaban como el sol de la luna menguada de otros, generalmente puestos allí por razones políticas, que no daban la talla. Para los de la “Rosca” obtener información era una tarea seria. Requería no sólo analizar los informes que debían enviar las embajadas (como los que envié de Buenos Aires), o analizar la prensa del lugar, o la internacional, sino conseguirse fuentes confiables, que a veces tenían algo que ver con el mundo que conocí en Copenhague. Era, casi siempre, escribir un ensayo académico sobre un país en un momento preciso. En cambio los oportunistas, los que había entrado como fichas del partido del gobierno de turno, solían limitarse a copiar por encimita la prensa venezolana y sazonar un poquito lo copiado con el “Almanaque Mundial” de Selecciones del Reader’s Digest, que era algo de los que solíamos burlarnos a mandíbula batiente. ¿Por qué me acuerdo de esa realidad? ¿Por qué me viene a la memoria la Cancillería de entonces, tan distinta al cadáver de cancillería que hoy existe? Por la torta que puso el teniente coronel Chávez Frías en Bariloche, obviamente fruto de los seguidores del “Almanaque Mundial” de Selecciones del Reader’s Digest, o su equivalente actual: “Google”. ¿Cómo se permite que alguien que se presume Presidente de un país serio quede en ridículo públicamente como quedó el teniente coronel Chávez Frías? ¡Presentar como documento “importantísimo” un papel sacado de “Google”! ¡Qué grotesca novatada! ¡Cómo se habrán reído los cancillerescos de Brasil, o de Argentina o de Perú o, especialmente, los de Colombia! Ése es el resultado de haber desarmado la Cancillería, de haber eliminado a todos los funcionarios de carrera y haberlos sustituido con politicastros “amateurs” sin formación, oportunistas que consideran que el “Almanaque Mundial” de Selecciones del Reader’s Digest (“Google”) es la máxima fuente de sabiduría. Y ni siquiera se dan cuenta de que esa fuente está contaminada con las sucias aguas del Imperio. En mi tiempo, por algo así habrían perdido sus chambas desde el canciller hasta el portero. Por incompetentes. Pero en el gobierno (¿gobierno?) del teniente Chávez Frías la incompetencia es la llave del reino. Para felicidad del Nuevo Reino de Granada.
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