Por: Fernando Luis Egaña - Uno de los temas favoritos de la retórica gubernativa es la "independencia". Pero no sólo la independencia como el proceso de emancipación a comienzos del siglo XIX, sino sobre todo la supuesta "nueva independencia" que Venezuela habría conquistado, claro está, gracias a la "revolución bolivarista".
Sin embargo, un examen objetivo de los hechos y evidencias demuestran que la realidad del presente venezolano se distancia tanto pero tanto de la retórica, que ésta en verdad resulta de signo diametralmente opuesto. Y esa realidad se caracteriza por la presencia asfixiante de un conjunto de cadenas que refuerzan dependencias tradicionales y que además establecen otras de factura netamente "revolucionaria".
La primera de ellas es la dependencia castrista o la subordinación general del Estado nacional al control directo o indirecto que se ejerce desde La Habana. Una dependencia que abarca numerosos aspectos que van desde la cubanización de organismos administrativos, hasta la supervisión de tareas sensibles como la identificación y la policía política. Acaso la principal de todas sea la dependencia personal y política del "comandante-presidente" al influjo de los hermanos Castro Ruz y en particular de Fidel Castro.
Otra de las dependencias potenciadas es la petrolera. Tradicional de muchas décadas, es cierto, pero ahora llevada a la máxima expresión. Y no en sentido figurado sino exacto: más del 95% de los ingresos del país provienen del petróleo, y no como actividad productiva capaz de crecer sino más bien dependencia de los altos precios del mercado internacional. Somos más dependientes porque producimos menos y en la práctica hemos perdido la capacidad de producir más.
Está también una dependencia sobrevenida en estos años: la dependencia despótica. Vale decir, el montaje de un aparato de poder cada vez más personalista, centralista y concentrador de facultades, que ha terminado de vaciar al Estado democrático, hoy en día transmutado en fachada formal, y que así mismo promueve una dominación creciente sobre todas las áreas de vida económica, política, social y comunicacional de la nación.
Y desde luego no podía faltar la dependencia estatista o populista, en virtud de la cual gran parte de la población depende directamente de la subvención estatal para más o menos mantener su sobrevivencia personal y familiar. Dependencia que se concibe y ejerce como instrumento de condicionamiento político hacia los sectores más necesitados, en particular referencia a los procesos electorales.
¿Nueva independencia? Al revés. Las cadenas de la dependencia están haciendo de Venezuela y los venezolanos, un país atado a un poder hegemónico y continuista. Romper esas cadenas, por tanto, adquiere una significado de lucha existencial por el futuro.
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