lunes, 13 de julio de 2009

Coherencia de vida


Por: Macky Arenas - Socióloga y periodista venezolana - mackyar@gmail.com - Una Tribuna para voces del decoro - En 1992 circuló un escrito que es la fuente de inspiración para todo lo que hemos visto ocurrir a lo largo de estos años destructivos que se conocen como “revolución”. Un diabólico compendio de objetivos desestabilizadores para acabar con las democracias del continente. Es un programa totalitario dirigido por la Cuba de Castro y financiado por el petróleo venezolano. Los cuantiosos recursos circulan detrás de un paraván llamado Alba. En su Sección IV dice textualmente el citado documento: “Hay que arrancar de los espíritus hasta la concepción de Dios”. Calculan que la sociedad, desmoralizada, “terminará por ser completamente indiferente frente a la religión….entonces en esa encrucijada, sin fe y sin orientación, el populacho, las clases inferiores, se unirán a la revolución”. Una asquerosa confesión que termina por convencernos de la satánica factura detrás del destino de sometimiento que se incuba para nuestras sociedades. Estas cosas hay que revisarlas una década después. Es cierto que lo han intentado sistemáticamente. Pero también lo es el que los pueblos, por más humildes que parezcan, tienen dignidad y estima. Tarde o temprano esa dignidad reflota y es el momento en que el cielo se une con la tierra para los tiranos y, sencillamente, caen. Las constituciones recogen y consagran la libertad inalienable del ciudadano que origina unos derechos inviolables. Pero ellos están por encima de toda legalidad porque son connaturales al ser humano. Por eso no somos “populacho”, somos pueblo. Los creyentes sabemos que es el mismo Dios quien nos ha dotado de esa libertad, la misma que permite buscarlo o ignorarlo. ¿Cómo entregarla al dictadorzuelo de turno? ¿Quién puede tener el derecho de confiscarla a quien la ha recibido de Dios? Ese es el origen de la dignidad. Hay malas noticias para quienes cuentan con un populacho descreído. No pudo la Rusia bolchevique arrancar a Dios del alma de aquél pueblo, a pesar de que lo intentó durante más de 70 años. No podrá este régimen fatalista contra la prédica legítima de la Iglesia a favor de la libertad. Menos podrá con las almas que se saben dueñas de su destino. De allí que la persona humana tenga irrefrenables ansias de verdad y las haga respetar. No es la mentira la que libera, y menos a quienes cimientan el poder sobre la ausencia de verdad. El odio y la mentira son incoherentes con un ser humano libre y ansioso de verdad. Por eso no son capaces de acompañar nada sustentable. De igual manera, no podemos pedir libertad si cedemos a la servidumbre del poder, del dinero, del conformismo. Imposible pretender un cambio y vivir en la comodidad del letargo y el acostumbramiento. “Hay que pensar, hablar y actuar de la misma manera –decía el sacerdote en la Misa dominical-, eso es coherencia de vida. Cuando la tengamos descubriremos que no era tan difícil superar los tiempos malos”. Y tiene inmenso sentido si lo miramos desde la perspectiva de lo que cada quien puede hacer con su libertad individual: escoger la esclavitud o el disfrute responsable de la libertad. Seguir en la arbitraria oscuridad o encender la luz de la democracia. Predicar la coherencia de vida es el más subversivo de los mensajes que pueda escuchar “el populacho”.

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