lunes, 20 de julio de 2009

El Número Mágico


El eterno Tejedor del Tiempo y la hermosa Dama de la Vida trabajan constantemente sin volver la vista atrás. Si lo hicieran, se rasgaría la sutil filigrana que configura el Universo. Ambos son muy ancianos y han visto cuanto puede verse desde su ventana del espacio infinito. Cierta vez, durante un instante fugaz vislumbraron la Tierra de las Cifras, residencia de todos los números que hubo, hay y habrá y, al hacerlo, sus sensibles oídos pudieron captar las voces de Uno y de Dos que estaban conversando, mientras el resto de lugareños permanecían en silencio. Uno y Dos, siendo vecinos tan cercanos, eran a la vez muy distintos entre sí. Uno, como restando importancia a sus palabras, dijo: - Soy el principio. Nada habría sin mí, porque lo que hay por detrás de mí es nada y aunque lo que tengo por delante son muchos más números, de no ser yo el primero, imposible sería la existencia de los demás y de ti mismo. - Dices bien -asintió Dos-. Por otra parte -continuó el primero- me siento muy bien al ocupar mi sitio: suelo ser el elegido para encabezarlo todo: la medición del tiempo y del espacio; y soy quien también señala el comienzo de cada vida humana y de cada obra, del tipo que sea. - En efecto -así es- convino su interlocutor. - Debo confesar, además, que me siento muy orgulloso. Aunque no creas que me jacto de ser especial. Sin embargo, ¿qué sería de una obra sin mí? Artística y memorable o sencilla y cotidiana, todo tiene un principio que no es sino un punto que lleva mi propio nombre: Uno. ¿Acaso habría un poema sin primer verso? ¿Cuadro completo sin pincelada que lo inicie? ¿Jardín sin semilla inaugural o casa posible de ser edificada sin primera piedra? -Indudablemente, no - corroboró Dos. - Igual le ocurre a mis congéneres, incluyéndote a ti, como dije antes; ya que aunque soy el más pequeño de los números, todos vosotros necesitáis de la unidad que represento para sumaros, ser y llegar hasta la más alta de las cifras. Y de ese modo me enaltecéis porque soy punto inicial y de referencia a partir del cuál podéis crecer y enalteceros a vosotros mismos, ¿no te parece?- ¡Claro que sí! Uno, todos sabemos que eres único. - En cuanto a la gente, no hay profesora ni discípulo, reina, presidente, cocinero o escritora que no quieran identificarse conmigo para que -por lo menos alguna vez en sus vidas- se diga de ellos que son el número Uno. El Tejedor del Tiempo y la Dama de la Vida seguían con interés el diálogo, lo que no impedía que continuaran con sus respectivos e imprescindibles quehaceres. Expectantes, esperaban la respuesta a las últimas palabras de Uno pero, nuevamente, Dos se manifestó completamente de acuerdo con ellas. - Espero que lo que digo no te ofenda, mi apreciado Dos _ continuó éste reflexionando _ porque es cierto y entiendo que justo es que lo exprese: nadie quiere ser el número Dos en nada. - Lo sé -respondió Dos humildemente- así son las cosas. Y quizá por no hallar oposición por parte de su vecino que, al parecer, compartía todas sus afirmaciones, Uno dudó de su sinceridad y decidió ir más lejos, dejando aflorar un poco de su inmensa carga de vanidad que, hasta entonces, había mantenido oculta y se jactó provocativo: - Dos, querido mío, comparado conmigo, lamento decirlo, no eres nadie. Fue entonces cuando Dos manifestó por fin su desacuerdo: - Ahí te equivocas, claro que soy alguien, Uno, y me siento muy satisfecho de serlo. Te diré que soy más que alguien: soy Dos. - ¿Y qué? Ser Dos es sencillamente ser Uno más Uno. Tú para ser tú, necesitas dos veces de mí. - Esa es sólo una manera de ver las cosas: se puede decir que sólo soy Uno más Uno, pero también es posible pensar y, así lo hago, que soy el Doble de ti. - Oh - se quejó Uno - ¿eso es lo que realmente crees? ¿Detrás de tu aparente aceptación de lo que hasta ahora he dicho se esconde una enorme autocomplacencia que te enceguece y te impide ver mi innegable supremacía? - Uno, por favor, no tergiverses mis palabras, te lo ruego. Pero Uno continuó como si no lo hubiera oído: - Claro que es posible o, mejor dicho, es seguro que me envidias, no creas que no me doy cuenta, no podría ser de otro modo. Sin embargo, lo comprendo, ¡a mí me ocurriría lo mismo de estar en tu lugar! -Mi buen Uno, sin querer quitarte méritos, debo aclararte que lo que estás diciendo no es cierto. Yo no te envidio en absoluto. Puede que a mí nadie me elija, que nadie quiera ser el número Dos en obras ni en competiciones de cualquier tipo. Pero creo que pasas por alto algo muy importante o que olvidas dos factores; y perdona que haga referencia a mí mismo. Pero es necesario porque en efecto, son dos las cosas que omites: una relativa a ti y otra que me concierne a mí. - ¿Y cuáles cosas son esas? -preguntó intrigado y algo airado Uno, ante la inesperada reacción de Dos que siempre había sido discreto, aceptando su protagonismo y manteniéndose sin protestar en su puesto secundario. - Verás, Uno, tú eres el número de la soledad y aunque estés en lo más alto siempre serás -en lo más profundo- la representación del que está solo, por más importante que llegue a ser y por muy exclusivo que sea el sitio que ocupa. - Bueno -titubeó Uno- ehhh, no es un precio muy alto, después de todo es el que debemos pagar todos los poderosos y los..., los... Dos lo interrumpió para continuar: - Por mi parte, yo, el Dos, soy imprescindible para todo acto de vida: para besar, abrazar y acariciar y, sobretodo, para hacer nacer y crear nuevas vidas. También se necesitan dos -discípulo y maestro- para preguntar, saber y crecer. ¿Y has pensado que incluso para creer, para que haya fe, hacen falta dos? O, sin ir más lejos, para lo que estamos haciendo ahora, dialogar ¿no? Acéptalo Uno, o deberé ir más lejos y no me gustaría lastimarte. - ¡Aunque quisieras no podrías hacerlo! -resopló Uno-, claro, tú sólo citas lo positivo de tu condición pero, no debes olvidar que también para discutir, para pelear y para alejarse o despedirse hacen falta dos. -En efecto, no lo niego, pero a cada discusión o diferencia que mantengan dos puede seguirle un acuerdo; a cada pelea, sucederle una reconciliación y, después de cada separación, puede haber un reencuentro. Siempre y cuando, claro, sea la voluntad, la buena voluntad de dos. Si eso no ocurre, amigo mío, compréndelo, de los dos sólo queda un uno más otro uno, y ambos sumidos en la soledad que antes mencioné. - ¡Hay sólo una cabeza! -chilló Uno-. - Pero no es casual que tenga, porque los necesita, dos ojos, dos oídos, dos labios y dos orificios nasales; de lo contrario, ¿cómo percibiría el universo? - ¡Y también sólo un corazón! - Con dos movimientos: diástole y sístole que lo hacen latir y estar vivo. - ¡Y el cuerpo también es sólo uno! - Por favor, no sigas en ese empeño, sabes tan bien como yo que el cuerpo tiene dos brazos y dos piernas y en su interior son muchos los órganos duplicados para su mejor salud y buen hacer. - No me convencerás -insistió Uno, soy el primero y el más importante del Todo y de todo. Tú mismo estuviste de acuerdo con ello hace un momento. Dos permaneció unos instantes en silencio percibiendo el malestar de Uno y reflexionando acerca de cómo recuperar la buena sintonía que hasta entonces había reinado entre ellos. Y entonces dijo: - Olvidemos todo aquello de lo dicho que nos pueda haber herido y dejemos de lado la cuestión de quién de nosotros es más o menos importante. - Sí, pero... -comenzó a protestar Uno aunque pronto Dos atajó: - Lo fundamental es que ambos nos sentimos cómodos con ser quienes somos, ¿no? -Sí, eso es - aceptó Uno, algo más sereno. - Seamos generosos y demos cabida a otros números, a alguno que no sea ni tú ni yo. ¿Quieres? - ¿Por ejemplo quién, en quién estas pensando? -titubeó, algo desconfiado Uno-. - ¿Qué te parecería Tres, es adecuado puesto que nace cuando tú y yo nos sumamos, por lo tanto nos trasciende y supera, representando además el mágico número de las posibilidades. - Explícate mejor, estoy algo confuso. Dos pensó cuidadosamente su respuesta: -Volvamos atrás y recapitulemos lo dicho hasta ahora. Tú mismo señalaste al comienzo de nuestra conversación lo decisivo que es para los seres humanos y sus obras el número Uno, o sea el tuyo, tú. - Mmmm - murmuró escuetamente Uno. - Por mi parte, yo subrayé cómo los seres humanos crecen siendo dos y se benefician del potencial que les aporta todo cuanto en ellos está duplicado. - ¿Y bien? - Ambos, además, estamos de acuerdo en sentirnos satisfechos con el número que nos tocó en la infinita relación de cifras. - Eso parece... - Finalmente, has llegado a citar como unidades a la cabeza, al corazón y al cuerpo. - Verdad. - Y yo a mi vez completé tu idea incluyendo los pares de elementos que les son precisos para ejercer y ser lo que son. - Por ahora sigo el hilo de lo que dices aunque no veo claro a dónde quieres ir a parar... - Es bien sencillo y no hace falta ir muy lejos: todos y cada uno de los seres humanos están realmente íntegros y pueden alcanzar la paz de espíritu e incluso acercarse a la felicidad cuando esas tres partes fundamentales que contienen están de acuerdo y actúan en la misma dirección. - Creo que me he perdido... - Cuando la cabeza que piensa, el corazón que siente y el cuerpo que ejecuta acciones, están en sintonía los tres se produce una situación mágica, un milagro o como quieras llamarlo. - ¿Y entonces? - preguntó Uno. - Entonces -dijo suavemente Dos- la vida alcanza una plenitud tal, que de ser posible asignarle un número, sería el equivalente al infinito, a lo absoluto, a la cifra que identifica al Universo entero. - Ahhh... - Venga, sumemos energías y seamos Tres que nos contiene a ambos - invitó Dos. - ¡Muy bien! estoy dispuesto - aceptó por fin Uno. Oído esto, el eterno Tejedor del Tiempo y la hermosa Dama de la Vida siguieron su camino para continuar urdiendo la trama del Universo que contiene al completo a los seres humanos y al número infinito de sus ideas, emociones y potencias.

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