Por: http://viejocretino.blogspot.com
En la edición digital de El Nacional, del 29 de abril de 2013, leí un artículo de Claudio Nazoa, titulado Trasero de cucaracha,
en el que el humorista deja salir parte de la indignación que le
produce los acontecimientos políticos que está viviendo el país. En ese
escrito, literalmente hablando, vemos a un Claudio Nazoa arrecho ante
lo que para él -y para una buena parte de los venezolanos- la de
Venezuela es una situación que no debe aceptarse así, sin más, como si
no fuera con nosotros. Pero no fue eso lo que me asombró de ese
escrito, sino la contundente afirmación de Capriles como «nuestro
asombroso líder». Confieso que cuando leí esa expresión, no pude menos
que sentir el escalofrío que siente la persona que va transitando un
camino desconocido y de repente se da cuenta que no es el camino
correcto.
Nadie que se
precie de una mediana sensatez puede negar las dotes políticas de
Henrique Capriles. En esta misma bitácora, en las circunstancias
electorales del pasado 7 de octubre, escribí que, al votar por Henrique
Capriles, era la primera vez que no sólo votaba en contra de Hugo
Chávez, como lo vine haciendo desde 1999, sino por un candidato. Tanto
el discurso como las actitudes mostradas entonces por Henrique Capriles,
me hicieron concluir que podía llegar a ser una buena opción para dar
inicio al proceso de reconciliación y de renovación que demandan
imperiosamente las calamitosas circunstancias que vive este país. Desde
el 7 de octubre de 2012 hasta el abril del presente año, Henrique
Capriles mostró un crecimiento en su talante político que le permitió
llevar a cabo una admirable campaña presidencial en medio de todos los
reveses que implican enfrentarse no a una persona, a un candidato, sino a
un estado omnipotente en manos de un partido político. El pasado 14 de
abril no me quedaba la menor duda de que Henrique Capriles era la
opción frente a la evidente decadencia y desgaste del chavismo. Por esa
razón voté por él y seguiría votando por él, a menos que en su discurso
o en sus actitudes vea evidencias que arrojen dudas razonables sobre su
vocación democrática.
Pero de ahí, a
considerar a Henrique Capriles como «nuestro asombroso líder», lo
siento, no me anoto en eso. Quienes me conocen siempre «alaban» mi
memoria. Uno de mis profesores decía que yo tenía memoria de elefante, y
eso era verdad, porque he venido notando que la pérdida de memoria es
una de las cosas que más me está afectando. Pero todavía tengo la
suficiente memoria como para acordarme de la situación política de caos
que vivía Venezuela en 1998 y las dotes de líder carismático de Hugo
Chávez. ¿Cuál fue el resultado de esa, para mí, nefasta combinación? Haber incurrido en uno de los peores desaciertos de nuestra historia:
llevar democráticamente al poder a un individuo que quiso hacerse con el
poder por medio de dos intentonas golpistas. ¿Era mucho pedir caer en
la cuenta de que no podía esperarse cultura democrática en quien no fue
más que el último de los gorilas golpistas de América Latina? Una
situación caótica y un líder con pretensiones mesiánicas impidieron un
elemental ejercicio mental. Y allí se entronizó Hugo Chávez, que hasta
un «heredero» nos dejó para seguir recordándonos que su pretendido
socialismo del siglo XXI ha sido una de las mayores estafas sufridas por
este pobre país.
También ahora
estamos viviendo una crisis que, en términos cualitativos y
cuantitativos, es mucho peor que la crisis del 98. Nos encontramos en
un país completamente polarizado, dividido en dos partes iguales y una
ausencia de voluntad política que lleve al reconocimiento mutuo. Por
más que ya son muchos los llamados hechos desde distintos frentes,
Venezuela son dos polos que van caminando hacia un despeñadero, quizá
sin darse cuenta de que el destino final es eso: un despeñadero. Mientras que los «maduristas» hacen todo lo posible por legitimar el
gobierno de Nicolás Maduro, los opositores nos resistimos a aceptar la
legitimidad de un poder que en Nicolás Maduro tiene todos los
componentes para hacerlo aparecer como un poder espurio. La crisis
política no permite ver otros elementos de esta macro-crisis, como son
la destrucción de la economía nacional a través de la destrucción del
aparato productivo, los niveles de inflación, la escasez de los
productos más básicos, con la consiguiente restricción a la hora de
adquirirlos. Y esto sin dejar de lado que Venezuela tiene los niveles
de inseguridad suficientes como para estar dentro de los primeros
lugares de los países más violentos del mundo. Por estar centrados en
la polarización política, el día que menos lo esperemos nos estallará en
la cara la crisis económica, y será entonces cuando oficialistas y
opositores nos miremos unos a otros a la cara, sin saber qué hacer y
para dónde coger.
No sé si los
oficialistas asumieron ya que ahora quienes carecen de un líder son
ellos. Muchos opositores, sin embargo, no se cansan de ensalzar el
liderazgo de Henrique Capriles que, como dije, es evidente. Pero el
problema de los oficialistas ayer y de muchos opositores hoy es la
absolutización de ese liderazgo. Cuando a una realidad, sea de la
naturaleza que sea, se le confiere un estatuto absoluto, entonces
desaparece el sentido crítico que permite distinguir para no confundir. ¿Cuántas veces los oficialistas no fueron acusados de ser un hatajo de
borregos que esperaban «pauta» de Miraflores para poder expresarse? ¿Y
qué pasa ahora con muchos opositores? ¿Acaso pierden de vista que ellos
también pueden convertirse en un hatajo de borregos, que están
pendientes del silbido del «pastor» para saber qué rumbo coger o a qué
dirección ir? Es cierto que Henrique Capriles es el líder de la
oposición, pero no debemos caer en la terrible trampa de absolutizar su
liderazgo. No olvidemos que ese fue el origen de la asunción de Hugo
Chávez al poder y los efectos de esa asunción los estamos padeciendo con
creces y los tendremos que seguir padeciendo no sé durante cuánto
tiempo, porque el «legado» de Hugo Chávez, aparte de esta terrible
crisis política, económica, social y moral, es habernos dejado en manos
de una caterva de oportunistas y trepadores que ahora andan como ovejas
sin pastor. O, lo que es peor, están en manos de Diosdado Cabello que
nada tiene de pastor y sí mucho de mercenario.
Lo peor de todo
esto es que el tenor de vida de Henrique Capriles no da de sí para
pensar que es de esos políticos que se creen los absolutos salvadores de
la patria. A diferencia de Hugo Chávez, Henrique Capriles no parece
padecer de esos complejos de inferioridad y de ese resentimiento que lo
lleve a desear ser tenido como un dios, como un salvador. Creo que lo
más interesante de Henrique Capriles es tener conciencia de su vocación
democrática y de ser una pieza clave en el proceso de renovación -que no
de restauración- que necesita este país. Vistas las cosas desde esta
perspectiva, le haríamos un flaco favor a Henrique Capriles si caemos en
la trampa de absolutizar su liderazgo y de perder con ello la capacidad
crítica que permite someter a discernimiento el desempeño político de
quienes escogemos para que ocupen los puestos de poder necesarios para
el gobierno del país.
Voté dos veces
por Henrique Capriles y seguiré votando por él, pero nunca formaré parte
de quienes lo consideran como «nuestro asombroso líder».
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