lunes, 9 de mayo de 2011

Muertes festejadas (y mi respuesta)




Por: Joaquin Chaffardet - jchaffardet@gmail.com - Siempre uno lee u oye expresiones, que son o necias o hipócritas. Una que siempre me ha llamado la atención es la que reza “uno no debe alegrarse por la muerte de ningún ser humano”, “no justificamos la muerte”, “debemos respetar su memoria”, “no hay que celebrar la muerte de fulano, era un ser humano” etc. Expresiones estas que se producen siempre tras la desaparición por cualquier causa, natural o inducida, de personajes siniestros culpables, en distinto grado y extensión, de crímenes contra la humanidad y violación de los derechos humanos. Creo que quienes así se expresan, lo hacen para proyectar una imagen de “bondad” o de “equilibrio”, de seres justos, humanos y ecuánimes situados por encima del bien y del mal. Lo hacen en tono compungido y de dolor simulado como para diferenciarse de quienes sienten que con la desaparición de esos personajes se ha hecho justicia, divina o humana, o se ha librado a la sociedad de una amenaza. Es como si quisieran que se pusieran a un lado los sentimientos y ofrendaramos en honor al desaparecido su perdón. Es parte de nuestra tradición de que al morir los canallas dejan de ser canallas o por lo menos se convierten en canallas con razones para haberlo sido. Valdría la pena preguntarles a estos “perdona pasados” que se toman para sí la potestad de perdonar los pecados, tarea que de acuerdo a la fe cristiana corresponde al Altísimo, si creen posible que los judíos recibieran la noticia de la muerte de Hitler con “pena” porque se traba de un ser parecido a un humano o con alivio y alegría. O que las víctimas y los familiares de los masacrados y torturados por el régimen stalinista orarán compungidos por la muerte de Stalin. O que cuando muera Fidel Castro los cubanos prorrumpan en un mar de llantos y lamentos. La muerte, natural o no, de los asesinos en masa, los terroristas, los secuestradores, los dictadores, los antisociales que siembran el odio y toda esa fauna de delincuentes que sistemáticamente atentan contra los derechos humanos, provoca en sus víctimas y en los hombres libres cuando menos una sensación de alivio y no llanto ni dolor. Y casi siempre estallidos, más que de alegría, de felicidad porque el mundo se haya liberado de esos sacerdotes del odio y la maldad. No sé con qué argumentos podría criticarse la alegría de los colombianos tras las muertes, en distintas circunstancias, de Tiro Fijo, Raúl Reyes, el Mono Jojoy y cualquiera de los delincuentes que comandan al grupo terrorista de las FARC. El tema viene a cuento por algunas expresiones sobre la muerte, bien merecida, de Osama Bin Laden. Aún algunos que no comulgan con sus ideas han expresado sus escrúpulos ante la reacción de alegría y cuando menos de satisfacción de millones de personas en todo el mundo, incluida buena parte del mundo islámico, alegando que “no debemos alegrarnos por la muerte de un humano”. Esto me parece hipócrita y sencillamente apartado de la realidad. Como no soy de los que se le parte el corazón fácilmente, lamenté no haberme enterado de la muerte de Bin Laden en el mismo momento en que se anunció, por haberme acostado temprano. Así que perdí una buena oportunidad y un mejor pretexto para compartir unos whiskys con los amigos y celebrar, con inmensa alegría y jolgorio, la desaparición de ese rufián gran babalao del odio y la muerte. Celebración que no sería nada nueva para mí, porque a lo largo de mi vida he celebrado el viaje a la eternidad de más de un hijo de puta. Entre los extranjeros he celebrado recientemente el despegue de Raúl Reyes, Mono Jojoy y Tiro Fijo en vuelo directo a la quinta paila del infierno. De los nacionales recuerdo haber celebrado recientemente la partida hacia el averno de Guillermo García Ponce, asesino de policías y responsable de la masacre del Tren del Encanto; de Lina Ron, símbolo del primitivismo y la violencia chavistas; de Danilo Anderson, perro de presa del régimen bajo la batuta del desequilibrado Isaías Rodríguez; de Luis Tascón cabecilla de la persecución que llevó y sigue llevando el hambre y la miseria a millones de hogares venezolanos. No creo en esos cuentos de almas generosas que se conduelen por la muerte de sus victimarios o sus opresores, a menos que padezcan del Síndrome de Estocolmo. Es más, espero poder celebrar, en los años que me quedan de vida y cuanto antes, algunas otras despedidas de algunos hijos de puta en sus viajes al más allá. Estoy seguro que quienes me conocen podrían, sin temor a equivocarse, hacer la lista de mis más esperadas celebraciones, que seguramente compartirían millones de venezolanos. Estoy claro en que posiblemente algunos celebrarán mi desaparición y espero que lo hagan con música buena y con whiskey mayor de edad, es decir 18 años o más. Al lado de San Pedro los esperaré en el cielo para darles una patada en el trasero y enviarlos al infierno y reírme mucho.
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Mi respuesta al Sr. Chaffardet

Por: Magda Mascioli G.
No estoy de acuerdo con su artículo esta vez Sr Chaffardet. Primero: ud. no se puede abrogar la capacidad de afirmar cómo o las razones que mueven a cualquier persona que afirma no alegrarse por la muerte de nadie. Esa conclusión a la que Ud. llega parte de una premisa que Ud. no conoce, razón por la que la conclusión no es válida a menos que Ud. sea capaz de pensar con las cabezas ajenas. Segundo: confunde ud. el supuesto deseo de querer proyectar una imagen de supuesta bondad, con el sentido de conciencia que lleva a cualquier persona sensata, a no alegrarse por la muerte de nadie. Hay diferencias entre una cosa y otra. Tercero: confunde Ud. el perdón que supuestamente dice Ud. que uno le concede a los terroristas, con el no querer ensuciarse uno la propia alma con la alegría por la muerte de quienquiera que sea. Hay diferencias. Cuarto: confunde Ud. el no alegrarse con la muerte de nadie, con el supuesto llanto que dice Ud. derramamos los que no nos alegramos por ese hecho. No tiene absolutamente nada que ver una cosa con la otra, y mucho menos una es consecuencia de la otra. Una cosa es no alegrarse y otra entristecerse o llorar por esa muerte. Hay diferencias. Con el debido respeto, esta vez su artículo carece de la sindéresis que lo caracteriza y se pudiera inferir que no es otra cosa que algo escrito con las visceras y no con su intelecto como nos tiene acostumbrados. Yo solo puedo hablar por mí y en efecto afirmo y sostengo que no me alegro y mucho menos celebro la muerte de ninguna persona. En mi casa me enseñaron que cada vez que alguien muere, muere parte de la humanidad misma. Y también me enseñaron que no debo alegrarme por la desgracia, ni por la enfermedad y mucho menos por la muerte de ninguna persona, porque esa alegría no le hace daño a más nadie sino a mi; y no desdice de nadie excepto de mí como ser humano que soy. Y nada más lejos de mi que el pretender erigirme en ejemplo o alma impoluta ante mis semejantes. No tiene nada que ver con eso. Le pregunto algo Sr. Chaffardet: Los terroristas celebraron con jubilo, con mucha alegría, con cantos, con triunfo, brindando, con música y amigos, la tragedia de las torres gemelas... igual que dice Ud. que hace o hará tomando un whisky con sus amigos. Basándome en esa afirmación suya, que doy por cierta ya que viene de Ud. mismo ¿debo suponer entonces que no hay diferencias entre Ud. y los terroristas? Porque la alegría es por la muerte de personas. Sea cual sea la razón, el meollo es la alegría y la celebración por la muerte de personas. Me niego, bajo cualquier presupuesto y en cualquier circunstancia a deshumanizarme y caer en la bajeza de alegrarme por la muerte. Eso no tiene nada que ver con pretendidas lecciones morales Sr. Chaffardet, eso tiene que ver única y exclusivamente con mi alma y mi corazón; con mi vida y con mis cuentas conmigo y con Dios. Hay grandes diferencias entre una cosa y otra.
Mis respetos, como siempre.
Magda Mascioli G.

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