lunes, 16 de julio de 2012

Un mal hombre...


Un hombre con dones, un hombre sabio era mi padre. Para sus hijos, mi padre no tenía un acento libanés; para quienes ahora imitan su hablar, definitivamente que sí lo tenía, más eso qué importa… Hecho hombre en medio de severos principios morales, el hambre, la estrechez, el duro trabajo y la cultura del ahorro, vino al país sin un centavo pero con un aval genético acumulado en el bolsillo, nada menos que cinco mil años de ventaja en el arte del comercio que pronto eclipsaría a los nativos, un legado de antiguos navegantes fenicios.
En alguna ocasión hubo un comentario acerca de alguien conocido por un amigo de ambos. Mi padre dijo, ¨Ese es un mal hombre¨. ¨Sí, un hombre malo…¨  le espetó mi amigo. -¨No mijo, le dije que es un ¨mal hombre¨, no un ¨hombre malo¨. Empleado de una firma por años, mi padre le prestó un dinero que aquél no le había pedido para que abriera negocio por propia cuenta. Se lo pagaría cuando pudiese.  El sujeto no fundó un nuevo negocio, no pensó en su familia y se gastó el dinero francachelas, mujeres y apostando a la baraja. Hizo circular la mentira de que se había ganado la lotería. Siempre se escondía para no ver a su benefactor. Mi padre nunca se lo reclamó, pero por eso decía que era un ¨mal hombre¨, mal jefe de familia, moralmente contrahecho.
Una situación similar sufrimos en Venezuela; el jefe del gobierno, éticamente deforme, ha envilecido al país y a sus habitantes sin excepción. Con dinero ajeno ha comprado conciencias y esparcido la inmundicia, ha regalado el país y ahora nos llama ¨apátridas¨, ha entronizado la mentira, ha renegado la Constitución y se ha aliado con dictadores, delincuentes y falsarios. 


Revierte el discurso cuando nos acusa de no aceptar el dictamen de un CNE entregado ¿Cómo lo llamaría mi padre…?

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