PRIMERA PALABRA
“PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
Significado de estas palabras de Jesús: “Padre, perdónalos...”
En medio de este suplicio y dolor, Jesús dice unas palabras impresionantes que sorprenden a todos, ya que nadie las esperaba: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc.23,33-34). Jesús podría haberlos aniquilado y destruido, ya que tenía poder y fuerza para ello. Pero no lo hace porque ha venido no para destruir sino para salvar a todos. Jesús podría haberlos confundido con un prodigio o un portento. Pero no lo hace porque no quiere ser aceptado por la fuerza y el dominio, sino por el amor y la entrega. Jesús invoca la misericordia de su Padre para aquellos que lo acababan de crucificar. El Nuevo Testamento representa la culminación del perdón de Dios. Jesucristo “librará al pueblo de sus pecados” (Mt.1,21). Esa era la misión del Mesías (Sal.130,8). Y a eso vino, “a llamar a los pecadores” (Mc.2,17). Jesucristo es el “Siervo” doliente de Yahvé, traspasado por nuestros pecados, machacado por nuestras iniquidades, herido de muerte por nuestros delitos (Is.53,1-11). Fue clavado en la cruz “y murió por nuestros pecados” (ICort.15,13). Por eso, no es de extrañar que el Señor Jesús invoque la misericordia del Padre para que perdone a los que acaban de crucificarlo. Nos quedamos sobrecogidos cuando volvemos a escuchar las palabras que Jesús dirige al Padre a favor de los que le acaban de crucificar. Nos quedamos desbordados por este gesto de Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender nosotros a quienes nos cuesta tanto perdonar, comprender, disculpar, olvidar! Todo ser humano necesita el perdón; necesita ser perdonado. Tú y yo también necesitamos ser perdonados profundamente. Necesitamos el perdón de Dios; ese perdón que llega y alcanza lo más hondo de nuestra conciencia. Necesitamos ese perdón que nos da alegría y gozo, esperanza y paz. Necesitamos escuchar la voz de Dios que nos dice: “vete en paz; tus pecados son perdonados” (Jn.8,11). Necesitamos el perdón de Dios que nos llega a través del sacramento de la Penitencia. Al pedir perdón para nosotros, Cristo nos invita y nos urge a perdonar a quien nos haya ofendido. Como Cristo perdona a los que lo han crucificado, nosotros debemos perdonar. No se trata de que nosotros perdonemos para que Él nos perdone; es al revés: puesto que Dios nos ha perdonado, nosotros debemos perdonar; “del mismo modo que el Señor os perdona, así también vosotros debéis perdonaros” (Col.3,13).Dios perdona para que nosotros perdonemos. “La regla es que imitemos nosotros a Dios y no Dios a nosotros, cuando perdonamos” (J.Maldonado). La medida del perdón es también Dios que perdona todo y siempre, pecados graves y pecados leves, y lo hace hasta setenta veces siete (E.Martín Nieto). Por todo ello, hemos de recordar siempre que:
Somos llamados a perdonar en las familias
Sois llamados a perdonaros en el matrimonio
Somos llamados a perdonar en las relaciones sociales
Somos llamados a perdonar en el día a día, en todo momento.
Con frecuencia reclamamos para nosotros el perdón de aquellos a quienes hemos ofendido por nuestra debilidad, por nuestras culpa. A veces incluso exigimos una reparación pública.
¿Estamos dispuestos a perdonar a los demás?
¿Estamos dispuestos a perdonar sin ser perdonados?
Que la puesta del sol no caiga sobre vuestro enojo. Que podamos rezar con verdad: “perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
SEGUNDA PALABRA
“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”
Significado de estas palabras de Jesús: “Hoy estarás conmigo....”
Uno de los que habían sido crucificados con Cristo, falto de arrepentimiento por sus crímenes, se suma a la burla y a la blasfemia de unos y de otros que están allí, e insulta a Jesús: “¿no eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Haz el milagro si eres Dios. Este hombre se ha quedado con su oscuridad y con sus tiniebla. Con todo, dejemos el juicio en manos de Dios. En cambio, el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho” (Lc.23,39-43) . Este hombre no mide a Jesús según sus criterios. No le dice cómo tiene que actuar. Sólo confía en Jesucristo. Por eso le dirige una petición: “acuérdate de mí, cuando vayas a tu Reino”. Este hombre aún conserva su dignidad y es capaz de escuchar el grito insobornable de su conciencia que pone ante sí sus pecados. Se confiesa pecador y necesitado de perdón y de misericordia. La respuesta de Jesús no se hace esperar. Aquel hombre crucificado escucha las palabras más importantes de su vida. Jesús le dice: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús se muestra compasivo, rico en piedad, misericordioso. Jesús se deja ganar por un corazón pobre y humilde. Desde la cruz, Jesús abre el camino al cielo a este hombre pecador arrepentido, que muere en paz pues sabe que Jesús le ha perdonado. Un día nos encontraremos cada uno de nosotros al borde de la muerte. En ese momento tan importante y tan decisivo para nuestra vida presente y venidera no hemos de replegarnos sobre nosotros mismos. Es el momento de la verdad profunda de nosotros mismos y de nuestras existencias. Es el momento en el que tenemos que presentarnos ante Jesucristo, juez de la humanidad. Supliquemos al Señor que no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos acoja en su infinita misericordia y nos conduzca a su Reino. Pongamos nuestra entera confianza en la misericordia infinita y entrañable del Señor. Sabemos que quien se fía del Señor nunca será confundido. Quien espera en el Señor nunca se perderá. Sabemos que quien vive y muere a la sombra de la Cruz de Jesucristo, despertará en el regazo del Padre para toda la eternidad. Dios escucha, acoge y perdona a todo aquel que lo invoca con humilde y sincero corazón. Sabemos que hay perdón para nuestros pecados, para todos nuestros pecados porque la misericordia de Dios es infinita. Abramos nuestra alma a la gracia salvadora de Dios que todo lo redime y todo lo perdona. Sabemos que no tenemos ciudad permanente aquí, sino que buscamos otra, la del cielo. Con la Iglesia confesamos: “creo en la resurrección de los muertos y en la Vida eterna”. Señor, tómanos y llévanos contigo a la Casa del Padre.
TERCERA PALABRA
“MUJER, HE AHÍ A TU HIJO. JUAN, HE AHÍ A TU MADRE”
Significado de estas palabras de Jesús: “Mujer, he ahí a tu hijo...”
Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre María que “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma” (LG 58). María estaba de pie, junto a la cruz de su amado Hijo Jesús, inocente y santo. Sostenida y ayudada por Juan, el discípulo amado de su Hijo, soporta el dolor de la madre herida por su Hijo que está al borde de la muerte en la cruz. María llora en silencio. María medita en su corazón las palabras que un día, ya lejano, le dijera Simeón en el Templo cuando ofrecía al Padre a su propio Hijo: “una espada atravesará tu alma”. María recuerda también aquellas palabras que un día, ya lejano, ella misma había dicho al Ángel en la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. En estos momentos se está cumpliendo el designio de Dios sobre su Hijo y sobre ella misma. María consiente con fe y amor. Ella es la celebrante misteriosa de un misterio que Ella vive en el silencio y adoración. Jesús está llegando a su fin. Se mantiene en obediencia perfecta al Padre y en servicio sacrificial a favor de la humanidad. Antes de morir, Jesús nos quiere hacer un regalo inesperado. Pero ¿le queda algo todavía a Jesús? Nos había regalado su palabra y su perdón; nos había regalado la Eucaristía; nos estaba entregando su vida...Parecía que ya no le quedaba nada. Pero sí; le quedaba algo. Mejor dicho, le quedaba alguien a quien Jesús amaba profundamente: su bendita Madre; y quería darnos también a su Madre. Nos amaba con un amor desmedido, sin medida....que le llevó hasta regalarnos a su propia Madre para que fuera nuestra Madre. “En el momento de su muerte, que es también la hora de la salvación, Jesús propone al discípulo Juan considerar a María, la “mujer”, símbolo de la Iglesia, como su madre, como uno de sus bienes espirituales: la madre de Jesús es acogida por el Discípulo en un espacio interior que estaba constituido para él por su relación con Jesús; Juan la acoge como su madre, en la fe” (I.de la Potterie). Jesús nos confió al cuidado y solicitud maternales de su Madre. Juan Pablo II afirma que “la Madre de Cristo...es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, “el discípulo que Él amaba. Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio (LG 48 y 53) no duda en llamar a María “Madre de Cristo, madre de los hombres”. Pues está “unida en la estirpe de Adán con todos los hombres...; más aún es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperando con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles” (RM 23). María vela por nosotros; con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinamos por este mundo hacia la Casa del Padre y nos encontramos tantas veces en peligros y ansiedades hasta que lleguemos por la misericordia de Dios a la patria bienaventurada. María es Madre de la Iglesia, y por eso la Iglesia entera acude con confianza a María y le pide su ayuda para realizar la misión que su Hijo le ha confiado. “Ruega por nosotros, amorosa Madre”. Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres del mundo que lloran desconsoladas la muerte de sus hijos víctimas de la droga, del hambre, de la guerra, de la violencia. Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres que lloran apenadas la muerte de sus hijos víctimas de accidentes, de maldades. Permítenos, santa María, acompañarte para aliviar tu dolor, para secar tus lágrimas, para estar a tu lado en esa tarde del primer Viernes Santo de la historia. Acojamos a María en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida....como hizo Juan. De este modo, se hará realidad en nosotros la exhortación de Juan Pablo II: “en la vida de todo cristiano debe haber una dimensión mariana”. María recorre con nosotros el camino de nuestra vida. ¡Santa María!, ven con nosotros a caminar...
CUARTA PALABRA
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿ POR QUÉ ME HAS ABANDONADO ?
Sentido de las palabras de Jesús: Padre ¿por qué me has abandonado?
Hemos de excluir cualquier interpretación que afirmara que el Padre desamparó y abandonó a su propio Hijo en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. Su voz y su grito, por tanto, no son una protesta, una queja, una rebelión. Las palabras de Jesús son las primeras palabras de un salmo-lamentación que concluye con una acción de gracias a Dios. Por eso es necesaria interpretarlas en el conjunto de este salmo que, en última instancia, es un canto de esperanza dentro del dolor y la persecución. Las palabras de Jesús no eran blasfemas, sino expresión del sufrimiento del justo como experiencia de abandono de Dios. Las palabras de Jesús manifiestan su angustia profunda pero reflejan también su oración confiada. El que ora no rechaza a Dios, sino que deja que Dios sea Dios en él; él ora, cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone en las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él. Su muerte no era un fracaso. Jesús era el siervo que carga con los pecados y los crímenes de los pecadores y da su vida en rescate por al multitud. Su muerte tuvo sentido ya que era la entrega amorosa y total de sí mismo por la multitud como bien lo exponen los relatos de la institución de la Eucaristía. Ni la desesperación, ni la rebelión contra Dios, ni la protesta airada hacen mella en la conciencia de Jesús. En efecto, Jesús sigue dialogando con Dios su Padre; sigue hablando a Dios su Padre; sigue dirigiéndose a Él; sigue confiándose a Él. Jesús sabe que su Padre le responderá a su tiempo y en su momento. Por eso, Jesucristo no fue derrotado, ni acabó en un fracaso total, ni sucumbió a la desesperación. En medio del dolor, Jesús espera en el Padre. Es verdad que Cristo pasó por la cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo para Jesús una mañana de luz y de vida: la resurrección. A Jesús le esperaba la vida divina que sólo Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús. También nosotros hemos de pasar algún día por el sufrimiento y la muerte. Hagamos nuestra la experiencia de Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos jamás de él. Aunque no veamos con claridad todas las cosas; aunque no dominemos nuestro futuro...confiemos en Dios que no abandona nunca y siempre llega a punto.....Con el salmo oremos: “el Señor es mi Pastor, nada me falta....Aunque pase por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED”
Significado de estas palabras de Jesús: “Tengo sed”.
A) Jesús está sediento
No es extraño que Jesús sienta sed; tenga una sed inmensa que abrasaría sus entrañas... Jn.19,28-29). San Marcos (15,23) nos informa de la costumbre humanitaria de los soldados de dar a los que han sido crucificados “vino mezclado con mirra”, para aliviarles el dolor. A Jesús se lo ofrecieron, pero no lo aceptó, ya que quería conservar la plena lucidez en la hora oscura y dolorosa que está viviendo. San Mateo (27,34) recuerda el salmo 69: “veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre” (v.22) y ve cumplida la Escritura en el gesto de los soldados que mezclan el vino con hiel. Jesús ya no puede rechazar el vinagre y deja que el hisopo enjugue su boca lastimada y sus labios resecos. Pero hay más, toda la amargura del mundo toca los labios de Jesús. Mas la sed de Cristo no la puede ni apagar ni colmar más que su Padre ya que solamente Él puede reconocer su obediencia sacrificial y acoger su muerte como pacificación del mundo. Jesús tiene sed de Dios y de la fe de los hijos de Dios. La fe de aquellos que le miran y la fe de aquellos que un día creerán en Él por la palabra de sus discípulos (cf. Jn.20,29). B) La sed de Jesús es más profunda que la sed física. Jesús tiene sed, como tierra reseca, de la fe y del amor de la humanidad por la que está entregando su vida hasta el final. Jesús tiene sed de ti y de mí. Jesús tiene sed de tantos jóvenes que con tanto afán e ilusión se abren a la vida. Buscad a Cristo. Dirigid vuestros pasos a Cristo y saciaréis para siempre vuestra sed de verdad y de amor, de esperanza y de vida, de paz y felicidad. C) Jesús es la fuente de agua viva. Jesús ha venido a este mundo para que nadie perezca de sed. Él es la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn.7,37). ¿En qué consiste esta agua?, nos preguntamos. La respuesta nos la da el propio evangelista Juan: “Jesús hablaba del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn.7,39). Acerquémonos a esta fuente y bebamos de balde. Jesús quiere que no seamos tierra árida que no da frutos de vida y de santidad, de paz y de amor, de justicia y de libertad. Jesús quiere saciar la sed de tantos seres humanos. A todos nos llama y nos invita a que busquemos las corrientes de agua viva y a que no acudamos a cisternas de aguas corrompidas. Recordemos las palabras de Jesús a la mujer samaritana: ”Si conocieras el don de Dios, me pedirías que te diese de beber de esa fuente que salta hasta la vida eterna”. Esa fuente es el costado abierto por la lanza del soldado. De esa fuente mana y brota el agua viva.
Quien tenga sed de amor, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de sabiduría, que venga a esta fuente y beba
Quien tenga sed de santidad, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de felicidad, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de alegría, que venga a esta fuente y beba.
Jesús es el Buen Pastor que conduce y guía a sus ovejas hacia fuentes de agua viva. Dejémonos guiar por Cristo a las fuentes de agua viva.
SEXTA PALABRA
“TODO ESTÁ CUMPLIDO”
Significado de las palabras de Jesús: “Todo está cumplido”
Todo se ha consumado. Jesús ha corrido su carrera; ha cumplido su misión; ha guardado todo lo que el Padre le había encomendado. Ha realizado fielmente el designio y la obra del Padre. Ahora llegó el momento final. Ahora tendrá lugar su Pascua, es decir, su vuelta a la casa del Padre de donde salió para conducir a los hombres hasta ella. Es verdad que “esta vuelta a la Casa de donde salió” tiene un camino peculiar. Cristo ha de adentrarse por los caminos de la pasión y de la cruz; Cristo ha de pasar por el desfiladero angosto y doloroso de la Pasión para llegar a la Casa del Padre, en la que “nos preparará un sitio, porque quiere que donde está Él, estemos también nosotros un día”. Por eso, te pedimos, Señor, que no te vayas sin nosotros; que no nos dejes abandonados en la cuneta de la historia. Queremos estar contigo siempre y para toda la eternidad. No te olvides de nosotros, Señor. Te queremos mucho, con todo nuestro corazón. Tú lo sabes, Señor. Todo está cumplido, dice Jesús suspendido de la cruz. Quedaba aún una cosa. Escuchemos este relato de Juan: “como era el día de la Preparación para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne-, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua...y él sabe que dice verdad” (Jn.19,31-35). Esto es lo que faltaba. Del costado de Cristo, nuevo Adán, dormido en el árbol de la cruz nació la Iglesia y, con ella los sacramentos de la vida: la Eucaristía y el Bautismo. Muerto Cristo, nacen la Iglesia y los sacramentos. Cristo muerto en la cruz dejó abierto el camino al Espíritu Santo. Se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “el agua bajaba del lado derecho de la Casa, al sur del altar...Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá” (47,1.9). Ahora ya tiene todo sentido. Por todos los caminos Cristo ha pasado. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del hombre, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor. San Pablo lo decía con palabras muy claras: “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”. "Para los que aman a Dios todo coopera para su bien”. “Nada podrá apartarnos del amor de Dios revelado en Cristo; ni la vida ni la muerte, ni el dolor ni el sufrimiento, ni la persecución ni las enfermedades...” (Rm.8, 31-39).
SÉPTIMA PALABRA
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”
Significado de estas palabras de Jesús: “Padre, en tus manos...
A) Jesús no muere negando a Dios, ni renegando de sí mismo
Jesús no muere desesperado ni alejado de Dios. Jesús no muere ni rebelándose contra Dios ni blasfemando contra Él. Jesús no muere insultando a los que lo han crucificado.
B) Jesús muere confiándose a las manos de Dios, su Padre. Jesús ha cumplido la obra que le encomendó el Padre. Ya puede morir tranquilo y en paz y hacer suyas las palabras del salmista: “en paz me acuesto y enseguida me duermo, pues sólo tú, Señor, me asientas en seguro” (Sal.4,9). Jesús puede dormir y descansar en paz. En Él se cumplen las palabras del salmista: “su carne descansará segura porque Dios no lo entregará a la muerte ni dejará a su fiel conocer la corrupción” (Sal.15,10). Jesús es dueño de sí hasta el mismo final de la muerte, “sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn.13,13), se dispone a entregar su espíritu en las manos del Padre, a confiarle su vida, su alma, su ser entero. Al morir Jesús entregando su alma entre las manos del Padre, Jesús nos muestra que es necesario dejar a Dios ser Dios en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras historias, en nuestras muertes. Al morir Jesús confiando su persona y su destino final al Padre, nos está mostrando que la muerte no es final del camino para nadie. Más allá de la muerte está Dios que es el Señor de la vida y de la muerte, y que nos espera en el momento de mayor soledad del hombre para liberarnos de la muerte. Nos espera para acogernos y guardarnos para toda la eternidad, si hemos vivido a la sombra de la cruz de su Hijo Jesús, si hemos guardado sus mandamientos. El Padre de Cristo se nos revela como Padre nuestro que nos abre sus brazos para acogernos, curarnos, salvarnos definitivamente...Sabemos que nos espera una vida eterna y feliz con el Señor y con todos aquellos a quienes quisimos entrañablemente en esta vida. En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del hombre. Contemplemos la muerte de Jesús y la forma cómo muere el mismo Jesús. Nos hará mucho bien. Con esta visión, creo y espero que reciben consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, esperanza nuestras desesperanzas, ánimo nuestros desalientos, perdón nuestros pecados, alegría nuestras tristezas, compromiso nuestras pasividades, solidaridad nuestras insolidaridades, mansedumbre nuestras intolerancias, misericordia nuestras venganzas. Jesús caminó desde el portal de Belén hasta la Gloria pasando por el Calvario...Caminemos con Cristo confiando siempre y plenamente en Dios. Cuando Dios nos llame de este mundo, pongamos nuestra alma en sus manos.
Tomado del Blog http://nieto1-leamoslabiblia.blogspot.com/
“PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
Significado de estas palabras de Jesús: “Padre, perdónalos...”
En medio de este suplicio y dolor, Jesús dice unas palabras impresionantes que sorprenden a todos, ya que nadie las esperaba: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc.23,33-34). Jesús podría haberlos aniquilado y destruido, ya que tenía poder y fuerza para ello. Pero no lo hace porque ha venido no para destruir sino para salvar a todos. Jesús podría haberlos confundido con un prodigio o un portento. Pero no lo hace porque no quiere ser aceptado por la fuerza y el dominio, sino por el amor y la entrega. Jesús invoca la misericordia de su Padre para aquellos que lo acababan de crucificar. El Nuevo Testamento representa la culminación del perdón de Dios. Jesucristo “librará al pueblo de sus pecados” (Mt.1,21). Esa era la misión del Mesías (Sal.130,8). Y a eso vino, “a llamar a los pecadores” (Mc.2,17). Jesucristo es el “Siervo” doliente de Yahvé, traspasado por nuestros pecados, machacado por nuestras iniquidades, herido de muerte por nuestros delitos (Is.53,1-11). Fue clavado en la cruz “y murió por nuestros pecados” (ICort.15,13). Por eso, no es de extrañar que el Señor Jesús invoque la misericordia del Padre para que perdone a los que acaban de crucificarlo. Nos quedamos sobrecogidos cuando volvemos a escuchar las palabras que Jesús dirige al Padre a favor de los que le acaban de crucificar. Nos quedamos desbordados por este gesto de Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender nosotros a quienes nos cuesta tanto perdonar, comprender, disculpar, olvidar! Todo ser humano necesita el perdón; necesita ser perdonado. Tú y yo también necesitamos ser perdonados profundamente. Necesitamos el perdón de Dios; ese perdón que llega y alcanza lo más hondo de nuestra conciencia. Necesitamos ese perdón que nos da alegría y gozo, esperanza y paz. Necesitamos escuchar la voz de Dios que nos dice: “vete en paz; tus pecados son perdonados” (Jn.8,11). Necesitamos el perdón de Dios que nos llega a través del sacramento de la Penitencia. Al pedir perdón para nosotros, Cristo nos invita y nos urge a perdonar a quien nos haya ofendido. Como Cristo perdona a los que lo han crucificado, nosotros debemos perdonar. No se trata de que nosotros perdonemos para que Él nos perdone; es al revés: puesto que Dios nos ha perdonado, nosotros debemos perdonar; “del mismo modo que el Señor os perdona, así también vosotros debéis perdonaros” (Col.3,13).Dios perdona para que nosotros perdonemos. “La regla es que imitemos nosotros a Dios y no Dios a nosotros, cuando perdonamos” (J.Maldonado). La medida del perdón es también Dios que perdona todo y siempre, pecados graves y pecados leves, y lo hace hasta setenta veces siete (E.Martín Nieto). Por todo ello, hemos de recordar siempre que:
Somos llamados a perdonar en las familias
Sois llamados a perdonaros en el matrimonio
Somos llamados a perdonar en las relaciones sociales
Somos llamados a perdonar en el día a día, en todo momento.
Con frecuencia reclamamos para nosotros el perdón de aquellos a quienes hemos ofendido por nuestra debilidad, por nuestras culpa. A veces incluso exigimos una reparación pública.
¿Estamos dispuestos a perdonar a los demás?
¿Estamos dispuestos a perdonar sin ser perdonados?
Que la puesta del sol no caiga sobre vuestro enojo. Que podamos rezar con verdad: “perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
SEGUNDA PALABRA
“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”
Significado de estas palabras de Jesús: “Hoy estarás conmigo....”
Uno de los que habían sido crucificados con Cristo, falto de arrepentimiento por sus crímenes, se suma a la burla y a la blasfemia de unos y de otros que están allí, e insulta a Jesús: “¿no eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Haz el milagro si eres Dios. Este hombre se ha quedado con su oscuridad y con sus tiniebla. Con todo, dejemos el juicio en manos de Dios. En cambio, el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho” (Lc.23,39-43) . Este hombre no mide a Jesús según sus criterios. No le dice cómo tiene que actuar. Sólo confía en Jesucristo. Por eso le dirige una petición: “acuérdate de mí, cuando vayas a tu Reino”. Este hombre aún conserva su dignidad y es capaz de escuchar el grito insobornable de su conciencia que pone ante sí sus pecados. Se confiesa pecador y necesitado de perdón y de misericordia. La respuesta de Jesús no se hace esperar. Aquel hombre crucificado escucha las palabras más importantes de su vida. Jesús le dice: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús se muestra compasivo, rico en piedad, misericordioso. Jesús se deja ganar por un corazón pobre y humilde. Desde la cruz, Jesús abre el camino al cielo a este hombre pecador arrepentido, que muere en paz pues sabe que Jesús le ha perdonado. Un día nos encontraremos cada uno de nosotros al borde de la muerte. En ese momento tan importante y tan decisivo para nuestra vida presente y venidera no hemos de replegarnos sobre nosotros mismos. Es el momento de la verdad profunda de nosotros mismos y de nuestras existencias. Es el momento en el que tenemos que presentarnos ante Jesucristo, juez de la humanidad. Supliquemos al Señor que no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos acoja en su infinita misericordia y nos conduzca a su Reino. Pongamos nuestra entera confianza en la misericordia infinita y entrañable del Señor. Sabemos que quien se fía del Señor nunca será confundido. Quien espera en el Señor nunca se perderá. Sabemos que quien vive y muere a la sombra de la Cruz de Jesucristo, despertará en el regazo del Padre para toda la eternidad. Dios escucha, acoge y perdona a todo aquel que lo invoca con humilde y sincero corazón. Sabemos que hay perdón para nuestros pecados, para todos nuestros pecados porque la misericordia de Dios es infinita. Abramos nuestra alma a la gracia salvadora de Dios que todo lo redime y todo lo perdona. Sabemos que no tenemos ciudad permanente aquí, sino que buscamos otra, la del cielo. Con la Iglesia confesamos: “creo en la resurrección de los muertos y en la Vida eterna”. Señor, tómanos y llévanos contigo a la Casa del Padre.
TERCERA PALABRA
“MUJER, HE AHÍ A TU HIJO. JUAN, HE AHÍ A TU MADRE”
Significado de estas palabras de Jesús: “Mujer, he ahí a tu hijo...”
Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre María que “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma” (LG 58). María estaba de pie, junto a la cruz de su amado Hijo Jesús, inocente y santo. Sostenida y ayudada por Juan, el discípulo amado de su Hijo, soporta el dolor de la madre herida por su Hijo que está al borde de la muerte en la cruz. María llora en silencio. María medita en su corazón las palabras que un día, ya lejano, le dijera Simeón en el Templo cuando ofrecía al Padre a su propio Hijo: “una espada atravesará tu alma”. María recuerda también aquellas palabras que un día, ya lejano, ella misma había dicho al Ángel en la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. En estos momentos se está cumpliendo el designio de Dios sobre su Hijo y sobre ella misma. María consiente con fe y amor. Ella es la celebrante misteriosa de un misterio que Ella vive en el silencio y adoración. Jesús está llegando a su fin. Se mantiene en obediencia perfecta al Padre y en servicio sacrificial a favor de la humanidad. Antes de morir, Jesús nos quiere hacer un regalo inesperado. Pero ¿le queda algo todavía a Jesús? Nos había regalado su palabra y su perdón; nos había regalado la Eucaristía; nos estaba entregando su vida...Parecía que ya no le quedaba nada. Pero sí; le quedaba algo. Mejor dicho, le quedaba alguien a quien Jesús amaba profundamente: su bendita Madre; y quería darnos también a su Madre. Nos amaba con un amor desmedido, sin medida....que le llevó hasta regalarnos a su propia Madre para que fuera nuestra Madre. “En el momento de su muerte, que es también la hora de la salvación, Jesús propone al discípulo Juan considerar a María, la “mujer”, símbolo de la Iglesia, como su madre, como uno de sus bienes espirituales: la madre de Jesús es acogida por el Discípulo en un espacio interior que estaba constituido para él por su relación con Jesús; Juan la acoge como su madre, en la fe” (I.de la Potterie). Jesús nos confió al cuidado y solicitud maternales de su Madre. Juan Pablo II afirma que “la Madre de Cristo...es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, “el discípulo que Él amaba. Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio (LG 48 y 53) no duda en llamar a María “Madre de Cristo, madre de los hombres”. Pues está “unida en la estirpe de Adán con todos los hombres...; más aún es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperando con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles” (RM 23). María vela por nosotros; con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinamos por este mundo hacia la Casa del Padre y nos encontramos tantas veces en peligros y ansiedades hasta que lleguemos por la misericordia de Dios a la patria bienaventurada. María es Madre de la Iglesia, y por eso la Iglesia entera acude con confianza a María y le pide su ayuda para realizar la misión que su Hijo le ha confiado. “Ruega por nosotros, amorosa Madre”. Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres del mundo que lloran desconsoladas la muerte de sus hijos víctimas de la droga, del hambre, de la guerra, de la violencia. Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres que lloran apenadas la muerte de sus hijos víctimas de accidentes, de maldades. Permítenos, santa María, acompañarte para aliviar tu dolor, para secar tus lágrimas, para estar a tu lado en esa tarde del primer Viernes Santo de la historia. Acojamos a María en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida....como hizo Juan. De este modo, se hará realidad en nosotros la exhortación de Juan Pablo II: “en la vida de todo cristiano debe haber una dimensión mariana”. María recorre con nosotros el camino de nuestra vida. ¡Santa María!, ven con nosotros a caminar...
CUARTA PALABRA
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿ POR QUÉ ME HAS ABANDONADO ?
Sentido de las palabras de Jesús: Padre ¿por qué me has abandonado?
Hemos de excluir cualquier interpretación que afirmara que el Padre desamparó y abandonó a su propio Hijo en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. Su voz y su grito, por tanto, no son una protesta, una queja, una rebelión. Las palabras de Jesús son las primeras palabras de un salmo-lamentación que concluye con una acción de gracias a Dios. Por eso es necesaria interpretarlas en el conjunto de este salmo que, en última instancia, es un canto de esperanza dentro del dolor y la persecución. Las palabras de Jesús no eran blasfemas, sino expresión del sufrimiento del justo como experiencia de abandono de Dios. Las palabras de Jesús manifiestan su angustia profunda pero reflejan también su oración confiada. El que ora no rechaza a Dios, sino que deja que Dios sea Dios en él; él ora, cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone en las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él. Su muerte no era un fracaso. Jesús era el siervo que carga con los pecados y los crímenes de los pecadores y da su vida en rescate por al multitud. Su muerte tuvo sentido ya que era la entrega amorosa y total de sí mismo por la multitud como bien lo exponen los relatos de la institución de la Eucaristía. Ni la desesperación, ni la rebelión contra Dios, ni la protesta airada hacen mella en la conciencia de Jesús. En efecto, Jesús sigue dialogando con Dios su Padre; sigue hablando a Dios su Padre; sigue dirigiéndose a Él; sigue confiándose a Él. Jesús sabe que su Padre le responderá a su tiempo y en su momento. Por eso, Jesucristo no fue derrotado, ni acabó en un fracaso total, ni sucumbió a la desesperación. En medio del dolor, Jesús espera en el Padre. Es verdad que Cristo pasó por la cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo para Jesús una mañana de luz y de vida: la resurrección. A Jesús le esperaba la vida divina que sólo Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús. También nosotros hemos de pasar algún día por el sufrimiento y la muerte. Hagamos nuestra la experiencia de Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos jamás de él. Aunque no veamos con claridad todas las cosas; aunque no dominemos nuestro futuro...confiemos en Dios que no abandona nunca y siempre llega a punto.....Con el salmo oremos: “el Señor es mi Pastor, nada me falta....Aunque pase por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED”
Significado de estas palabras de Jesús: “Tengo sed”.
A) Jesús está sediento
No es extraño que Jesús sienta sed; tenga una sed inmensa que abrasaría sus entrañas... Jn.19,28-29). San Marcos (15,23) nos informa de la costumbre humanitaria de los soldados de dar a los que han sido crucificados “vino mezclado con mirra”, para aliviarles el dolor. A Jesús se lo ofrecieron, pero no lo aceptó, ya que quería conservar la plena lucidez en la hora oscura y dolorosa que está viviendo. San Mateo (27,34) recuerda el salmo 69: “veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre” (v.22) y ve cumplida la Escritura en el gesto de los soldados que mezclan el vino con hiel. Jesús ya no puede rechazar el vinagre y deja que el hisopo enjugue su boca lastimada y sus labios resecos. Pero hay más, toda la amargura del mundo toca los labios de Jesús. Mas la sed de Cristo no la puede ni apagar ni colmar más que su Padre ya que solamente Él puede reconocer su obediencia sacrificial y acoger su muerte como pacificación del mundo. Jesús tiene sed de Dios y de la fe de los hijos de Dios. La fe de aquellos que le miran y la fe de aquellos que un día creerán en Él por la palabra de sus discípulos (cf. Jn.20,29). B) La sed de Jesús es más profunda que la sed física. Jesús tiene sed, como tierra reseca, de la fe y del amor de la humanidad por la que está entregando su vida hasta el final. Jesús tiene sed de ti y de mí. Jesús tiene sed de tantos jóvenes que con tanto afán e ilusión se abren a la vida. Buscad a Cristo. Dirigid vuestros pasos a Cristo y saciaréis para siempre vuestra sed de verdad y de amor, de esperanza y de vida, de paz y felicidad. C) Jesús es la fuente de agua viva. Jesús ha venido a este mundo para que nadie perezca de sed. Él es la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn.7,37). ¿En qué consiste esta agua?, nos preguntamos. La respuesta nos la da el propio evangelista Juan: “Jesús hablaba del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn.7,39). Acerquémonos a esta fuente y bebamos de balde. Jesús quiere que no seamos tierra árida que no da frutos de vida y de santidad, de paz y de amor, de justicia y de libertad. Jesús quiere saciar la sed de tantos seres humanos. A todos nos llama y nos invita a que busquemos las corrientes de agua viva y a que no acudamos a cisternas de aguas corrompidas. Recordemos las palabras de Jesús a la mujer samaritana: ”Si conocieras el don de Dios, me pedirías que te diese de beber de esa fuente que salta hasta la vida eterna”. Esa fuente es el costado abierto por la lanza del soldado. De esa fuente mana y brota el agua viva.
Quien tenga sed de amor, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de sabiduría, que venga a esta fuente y beba
Quien tenga sed de santidad, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de felicidad, que venga a esta fuente y beba.
Quien tenga sed de alegría, que venga a esta fuente y beba.
Jesús es el Buen Pastor que conduce y guía a sus ovejas hacia fuentes de agua viva. Dejémonos guiar por Cristo a las fuentes de agua viva.
SEXTA PALABRA
“TODO ESTÁ CUMPLIDO”
Significado de las palabras de Jesús: “Todo está cumplido”
Todo se ha consumado. Jesús ha corrido su carrera; ha cumplido su misión; ha guardado todo lo que el Padre le había encomendado. Ha realizado fielmente el designio y la obra del Padre. Ahora llegó el momento final. Ahora tendrá lugar su Pascua, es decir, su vuelta a la casa del Padre de donde salió para conducir a los hombres hasta ella. Es verdad que “esta vuelta a la Casa de donde salió” tiene un camino peculiar. Cristo ha de adentrarse por los caminos de la pasión y de la cruz; Cristo ha de pasar por el desfiladero angosto y doloroso de la Pasión para llegar a la Casa del Padre, en la que “nos preparará un sitio, porque quiere que donde está Él, estemos también nosotros un día”. Por eso, te pedimos, Señor, que no te vayas sin nosotros; que no nos dejes abandonados en la cuneta de la historia. Queremos estar contigo siempre y para toda la eternidad. No te olvides de nosotros, Señor. Te queremos mucho, con todo nuestro corazón. Tú lo sabes, Señor. Todo está cumplido, dice Jesús suspendido de la cruz. Quedaba aún una cosa. Escuchemos este relato de Juan: “como era el día de la Preparación para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne-, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua...y él sabe que dice verdad” (Jn.19,31-35). Esto es lo que faltaba. Del costado de Cristo, nuevo Adán, dormido en el árbol de la cruz nació la Iglesia y, con ella los sacramentos de la vida: la Eucaristía y el Bautismo. Muerto Cristo, nacen la Iglesia y los sacramentos. Cristo muerto en la cruz dejó abierto el camino al Espíritu Santo. Se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “el agua bajaba del lado derecho de la Casa, al sur del altar...Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá” (47,1.9). Ahora ya tiene todo sentido. Por todos los caminos Cristo ha pasado. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del hombre, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor. San Pablo lo decía con palabras muy claras: “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”. "Para los que aman a Dios todo coopera para su bien”. “Nada podrá apartarnos del amor de Dios revelado en Cristo; ni la vida ni la muerte, ni el dolor ni el sufrimiento, ni la persecución ni las enfermedades...” (Rm.8, 31-39).
SÉPTIMA PALABRA
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”
Significado de estas palabras de Jesús: “Padre, en tus manos...
A) Jesús no muere negando a Dios, ni renegando de sí mismo
Jesús no muere desesperado ni alejado de Dios. Jesús no muere ni rebelándose contra Dios ni blasfemando contra Él. Jesús no muere insultando a los que lo han crucificado.
B) Jesús muere confiándose a las manos de Dios, su Padre. Jesús ha cumplido la obra que le encomendó el Padre. Ya puede morir tranquilo y en paz y hacer suyas las palabras del salmista: “en paz me acuesto y enseguida me duermo, pues sólo tú, Señor, me asientas en seguro” (Sal.4,9). Jesús puede dormir y descansar en paz. En Él se cumplen las palabras del salmista: “su carne descansará segura porque Dios no lo entregará a la muerte ni dejará a su fiel conocer la corrupción” (Sal.15,10). Jesús es dueño de sí hasta el mismo final de la muerte, “sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn.13,13), se dispone a entregar su espíritu en las manos del Padre, a confiarle su vida, su alma, su ser entero. Al morir Jesús entregando su alma entre las manos del Padre, Jesús nos muestra que es necesario dejar a Dios ser Dios en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras historias, en nuestras muertes. Al morir Jesús confiando su persona y su destino final al Padre, nos está mostrando que la muerte no es final del camino para nadie. Más allá de la muerte está Dios que es el Señor de la vida y de la muerte, y que nos espera en el momento de mayor soledad del hombre para liberarnos de la muerte. Nos espera para acogernos y guardarnos para toda la eternidad, si hemos vivido a la sombra de la cruz de su Hijo Jesús, si hemos guardado sus mandamientos. El Padre de Cristo se nos revela como Padre nuestro que nos abre sus brazos para acogernos, curarnos, salvarnos definitivamente...Sabemos que nos espera una vida eterna y feliz con el Señor y con todos aquellos a quienes quisimos entrañablemente en esta vida. En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del hombre. Contemplemos la muerte de Jesús y la forma cómo muere el mismo Jesús. Nos hará mucho bien. Con esta visión, creo y espero que reciben consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, esperanza nuestras desesperanzas, ánimo nuestros desalientos, perdón nuestros pecados, alegría nuestras tristezas, compromiso nuestras pasividades, solidaridad nuestras insolidaridades, mansedumbre nuestras intolerancias, misericordia nuestras venganzas. Jesús caminó desde el portal de Belén hasta la Gloria pasando por el Calvario...Caminemos con Cristo confiando siempre y plenamente en Dios. Cuando Dios nos llame de este mundo, pongamos nuestra alma en sus manos.
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