Por: Roberto Hernández Montoya - El bruto, decía Florencio Escardó, piensa que solo existe lo que él conoce. No tiene nada más ese atributo, claro, pues el bruto es muy versátil. La persona de talento marcha por un corredor muy estrecho, mientras el bruto tiene a su disposición el amplísimo campo de maniobra del error, que en el medio académico es un «error disciplinado», como lo llamaba Michel Foucault. La estupidez, sin embargo, no se vuelve un problema sino cuando se instala en el poder. El necio con poder es una calamidad pública, como la mayoría de los gobernantes de cualquier época en cualquier país. Por eso un profesor bruto es un desastre, pues se multiplica en sus alumnos más idiotas. Los brutos se multiplican por contagio.
Te ofrezco algunas indicaciones. He estado cerca de gente muy bruta y he sobrevivido. No siempre con bien, pero he logrado sortearlos en más de una ocasión. Las derrotas, sin embargo, me han dado grandes enseñanzas que intentaré compartir contigo, para intentar evitártelas. Años de exposición a gente bruta fortalecen el carácter.
Ser bruto no es malo en sí mismo, por eso no lo prohíbe ninguna ley. Pero el principal y más grave problema del bruto cuando se mete a profesor es que está obligado a ser inteligente. El segundo paso es creérselo. La condición pasa de patética a gloriosa cuando el docente es bruto y además ignorante, lo que, como es de suponer, es lo más corriente. En el mejor de los casos solo conoce su disciplina, pero, como es obvio, el que solo conoce una disciplina no sabe de ninguna, porque ignora el contexto necesario para ubicarla y ubicarse, que es el único modo en que una disciplina es útil. El bruto profesor es, como ves, la peor especie de bruto. Pero de la gloria se pasa a la apoteosis cuando el bruto que que el inteligente es bruto.
Un modo de identificar al bruto es que nunca admite un error, pues el peor rasgo de la imbecilidad es creerse infalible. Pero si el diagnóstico es fácil, no lo es el trato. Primera dificultad: no se le puede decir que es bruto porque no está en condiciones de entenderlo, precisamente por bruto, pues si lo entendiera no sería idiota. Es la Primera Paradoja de Hernández: solo el inteligente sabe que es bruto. El profesor bruto piensa más bien, cuando piensa, que es inteligente solo porque es profesor y que todo alumno es estúpido solo porque es alumno. Ignora que el sistema educativo privilegia precisamente a los más imbéciles, pues se trata de un medio en que la monotonía sin iniciativas y la memorización abyecta son imprescindibles. Se cuelan inteligentes, como en todas partes, pero llaman la atención por lo infrecuentes y a menudo conflictivos. Los brutos suelen detectar temprano a los inteligenes menos precavidos y los expulsan sin apelación (ver «Internet maleducada» en Breve teoría de Internet).
Debes, pues, seguirle la corriente, como a los locos, porque la estupidez extrema que vengo prosando es una forma triste de locura. Repítele hasta las respiraciones. Eso lo hace sentirse seguro y no desatar sus terribles e inapelables mecanismos de defensa. Ni se te ocurra evocar elementos inquietantes como el principio de incertidumbre de Heisenberg, que no admitió ni Einstein, saca la cuenta. Ni menciones la teoría del caos o los fractales porque te metes en un lío insufrible. Si le llegas a exponer que la caída de una manzana y la no caída de la Luna se explican por la misma ley, va a creer que el bruto eres tú. ¡No lo hagas, por tu vida! Tienes que entrenarte para morderte la lengua ante ellos porque fueron los que por poco no le raspan un fósforo a Galileo; los que rechazaron a Lavoisier y mataron a Arquímedes. Así, pues, si el bruto te dice que los dinosaurios aterrorizaban al hombre y por eso la humanidad moderna extermina animales, por venganza, como le oí a cierta profesora de biología, brutísima, repite el disparate, así medien más de 60.000.000 de años entre el primer hombre y el último dinosaurio. Si una profesora de lingüística —esta la conservo en mi coleción porque era apoteósicamente bruta— te dice que el lenguaje popular carece de capacidad de abstracción, repítele eso letra por letra en el primer examen que le presentes. Ni se te ocurra evocarle los comentarios de Claude Lévi-Strauss sobre ese tema precisamente. Sería una metida de pata porque Lévi-Strauss sí es inteligente. Te lo digo yo que pagué caro el error con ella. Es más, alábale idea tan brillante. Amén de abstracta, claro. No le digas que la gente popular es más inteligente que ella aunque solo sea por el hecho de que ha tenido que serlo para sobrevivir darwinianamente en medio tan hostil como el hambre y la necesidad.
Hacerse pasar por bruto rinde importantes beneficios con esa gente porque entonces creen que eres un bruto más, monótono, maniático, abreviado, que es la versión que tienen de la normalidad. El único modo, pues, de sobrevivirlo es haciéndole creeer que estás de su lado porque piensa —cuando, insisto, piensa— que los inteligentes son los brutos, que es la Segunda Paradoja de Hernández. Pero hay una Tercera Paradoja de Hernández: simular ser bruto ante un bruto es ser, de hecho, bruto también. Por tanto, el único modo de sobrevivir a un bruto es exponiéndote como inteligente, lo que entraña graves consecuencias que suelen conducir a sucumbir ante él. Pero nadie ha dicho que ser inteligente es fácil, sobre todo si no tienes poder.
Y si te toca un profesor inteligente disfrútalo, apréndele, discútele, aprovecha para que te saque de tus errores, o para sacarlo de los suyos, pues él sí está en capacidad de saber que se equivoca y de agradecer esas cosas; es inteligente, acuérdate. Un profesor inteligente es una fortuna, pero solo si tú también lo eres.
Te ofrezco algunas indicaciones. He estado cerca de gente muy bruta y he sobrevivido. No siempre con bien, pero he logrado sortearlos en más de una ocasión. Las derrotas, sin embargo, me han dado grandes enseñanzas que intentaré compartir contigo, para intentar evitártelas. Años de exposición a gente bruta fortalecen el carácter.
Ser bruto no es malo en sí mismo, por eso no lo prohíbe ninguna ley. Pero el principal y más grave problema del bruto cuando se mete a profesor es que está obligado a ser inteligente. El segundo paso es creérselo. La condición pasa de patética a gloriosa cuando el docente es bruto y además ignorante, lo que, como es de suponer, es lo más corriente. En el mejor de los casos solo conoce su disciplina, pero, como es obvio, el que solo conoce una disciplina no sabe de ninguna, porque ignora el contexto necesario para ubicarla y ubicarse, que es el único modo en que una disciplina es útil. El bruto profesor es, como ves, la peor especie de bruto. Pero de la gloria se pasa a la apoteosis cuando el bruto que que el inteligente es bruto.
Un modo de identificar al bruto es que nunca admite un error, pues el peor rasgo de la imbecilidad es creerse infalible. Pero si el diagnóstico es fácil, no lo es el trato. Primera dificultad: no se le puede decir que es bruto porque no está en condiciones de entenderlo, precisamente por bruto, pues si lo entendiera no sería idiota. Es la Primera Paradoja de Hernández: solo el inteligente sabe que es bruto. El profesor bruto piensa más bien, cuando piensa, que es inteligente solo porque es profesor y que todo alumno es estúpido solo porque es alumno. Ignora que el sistema educativo privilegia precisamente a los más imbéciles, pues se trata de un medio en que la monotonía sin iniciativas y la memorización abyecta son imprescindibles. Se cuelan inteligentes, como en todas partes, pero llaman la atención por lo infrecuentes y a menudo conflictivos. Los brutos suelen detectar temprano a los inteligenes menos precavidos y los expulsan sin apelación (ver «Internet maleducada» en Breve teoría de Internet).
Debes, pues, seguirle la corriente, como a los locos, porque la estupidez extrema que vengo prosando es una forma triste de locura. Repítele hasta las respiraciones. Eso lo hace sentirse seguro y no desatar sus terribles e inapelables mecanismos de defensa. Ni se te ocurra evocar elementos inquietantes como el principio de incertidumbre de Heisenberg, que no admitió ni Einstein, saca la cuenta. Ni menciones la teoría del caos o los fractales porque te metes en un lío insufrible. Si le llegas a exponer que la caída de una manzana y la no caída de la Luna se explican por la misma ley, va a creer que el bruto eres tú. ¡No lo hagas, por tu vida! Tienes que entrenarte para morderte la lengua ante ellos porque fueron los que por poco no le raspan un fósforo a Galileo; los que rechazaron a Lavoisier y mataron a Arquímedes. Así, pues, si el bruto te dice que los dinosaurios aterrorizaban al hombre y por eso la humanidad moderna extermina animales, por venganza, como le oí a cierta profesora de biología, brutísima, repite el disparate, así medien más de 60.000.000 de años entre el primer hombre y el último dinosaurio. Si una profesora de lingüística —esta la conservo en mi coleción porque era apoteósicamente bruta— te dice que el lenguaje popular carece de capacidad de abstracción, repítele eso letra por letra en el primer examen que le presentes. Ni se te ocurra evocarle los comentarios de Claude Lévi-Strauss sobre ese tema precisamente. Sería una metida de pata porque Lévi-Strauss sí es inteligente. Te lo digo yo que pagué caro el error con ella. Es más, alábale idea tan brillante. Amén de abstracta, claro. No le digas que la gente popular es más inteligente que ella aunque solo sea por el hecho de que ha tenido que serlo para sobrevivir darwinianamente en medio tan hostil como el hambre y la necesidad.
Hacerse pasar por bruto rinde importantes beneficios con esa gente porque entonces creen que eres un bruto más, monótono, maniático, abreviado, que es la versión que tienen de la normalidad. El único modo, pues, de sobrevivirlo es haciéndole creeer que estás de su lado porque piensa —cuando, insisto, piensa— que los inteligentes son los brutos, que es la Segunda Paradoja de Hernández. Pero hay una Tercera Paradoja de Hernández: simular ser bruto ante un bruto es ser, de hecho, bruto también. Por tanto, el único modo de sobrevivir a un bruto es exponiéndote como inteligente, lo que entraña graves consecuencias que suelen conducir a sucumbir ante él. Pero nadie ha dicho que ser inteligente es fácil, sobre todo si no tienes poder.
Y si te toca un profesor inteligente disfrútalo, apréndele, discútele, aprovecha para que te saque de tus errores, o para sacarlo de los suyos, pues él sí está en capacidad de saber que se equivoca y de agradecer esas cosas; es inteligente, acuérdate. Un profesor inteligente es una fortuna, pero solo si tú también lo eres.
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