Por: Pedro Mejías - Transitando cierta calle de Caracas me llama José (nombre cambiado para proteger la integridad) en un principio me cuesta reconocerlo, más delgado y pequeño que como lo recuerdo, hace, no se unos veinte años que no lo veía. Me saluda y conversamos un rato, me cuenta que está esperando una ayudita gubernamental para construir su casa en el interior y que tiene a su esposa en un refugio en cierto sitio mientras él trabaja y mantiene a sus hijos en el interior. No intenta mentirme con lo que le ha debido decir hasta la saciedad a las autoridades, ergo, que las lluvias de diciembre hicieron caer un trozo de cerro sobre su casa dejándolo con su familia a la intemperie. Y creo que no lo hace porque son demasiados años conociéndole como para saber que hace al menos diez se mudó al interior y que el ya no habitaba la casa por la que reclama indemnización. Y como dicen que entre cielo y tierra no hay nada oculto ese era un hecho que se sabía desde hacía mucho tiempo. No me dice que lo echaron del refugio porque un vecino fue a contar lo anterior y los encargados lo despacharon, noticia que me comentaron sus antiguos vecinos a principio de año. Lo que si me dice es que espera una ayuda ya que según me comenta logró entrar en otro censo como damnificado en otro refugio, no me pregunta mi preferencia política pero a su manera me cuenta que no le ve la menor viabilidad al régimen, que no cree en absoluto en el discurso oficial, pero mientras él pueda aprovecharse de los programas gubernamentales para su beneficio está dispuesto no sólo a decir que si al régimen sino a votar por las propuestas gubernamentales. Sintiendo la desesperación que justifica la forma ¿qué le digo a alguien que vive en un rancho y quiere salir del barrio ganado salario mínimo? A mí no se me ocurre un mecanismo que no sea externo a ese salario para conseguir el tan anhelado techo. Lo dejo y mientras continuo mi camino voy pensando en cuantas personas como él habrá en las filas de quienes votan a favor del régimen, ¿sabrá el régimen que en realidad esa gente no lo apoya?, que sólo lo acompañan por conveniencia, que ese es un apoyo que depende de la chequera gubernamental, que todo su discurso ha sido en vano, al menos entre estas personas de escasos recursos donde cree que tiene su núcleo de apoyo. Y del otro lado, sabrán tantos venezolanos como José que el régimen no tiene el menor interés en solucionar estructuralmente sus problemas, ¿entenderán que los gobiernos sucesivos que han vivido se han alimentado de su miseria y sus necesidades, que cuando les piden quince mil bolívares fuertes para inscribirlos en una lista de posibles candidatos a adjudicación de soluciones habitacionales sólo están aumentando las arcas de una larga cadena de corrupción? Si el régimen quiere creer que tiene un apoyo en estos sectores más desfavorecidos podría estar basando sus esperanzas en un gigantesco vacío... como el que suelen ver los dictadores al encontrarse cerca de ser despojados de sus prebendas. Esa nueva clase a la que los medios de comunicación han denominado “boliburguesía” es una con la que de seguro no cuenta el régimen a la hora de defenderlo y mucho me temo que mucho de eso que considera su núcleo duro es tan deleznable como la fidelidad de José. Quizá ambos quieren creer que el otro va a cumplirles y tienen razón en ello, tienen la necesidad de ello, a uno se le va la vida y su tiempo en la historia mientras que el otro sigue alimentando su esperanza de que alguna vez podrá tener su casa, su carro, su vida. Y compelidos por esa necesidad terrible que fusiona el miedo y la necesidad, cada cual trata de manipular deliberadamente al otro en un juego macabro en el que no ven lo que pierden ni que tanto es lo que están apostando, cada cual trata de ejercer la mayor viveza posible tal que el otro crea que será satisfecho mientras se calcula la obtención de las mayores ganancias de la relación. Es esta, en pequeña escala, una muestra de lo que hacemos, y de lo que pergeñamos como país, de lo que somos y también una muestra de lo que necesitamos corregir dentro de nuestra idiosincrasia para poder alcanzar nuestro sitio en la historia, para poder llegar a realizarnos como ciudadanos con plenos derechos, donde haya deberes, pero también responsabilidades y posibilidades reales de surgir con nuestro esfuerzo. Si intento irme por el recurso fácil de explicar por la culpa de otro nuestras carencias me acuerdo de Uslar Pietri: “El pícaro va a pasar de España a América, va a venir en la conquista, va a llegar a tierra americana junto con el soldado, con el misionero, con el letrado y en la vida americana va a ir cambiando con los tiempos de aspecto, pero no de su convicciones fundamentales de vivir del engaño, de desdén por el trabajo, de aspiración a aparentar lo que es. Ya en El Buscón, Quevedo nos dice que Don Pablos se marcha a América, donde no cambió de condición. En América la herencia moral del pícaro ha venido a formar lo que nosotros hemos llamado más tarde la viveza. El vivo, ese mal de la viveza que tanto daño ha hecho a las nacionalidades hispanoamericanas, es en nosotros prueba irrefutable de la castiza herencia que nos viene del pícaro; la herencia que tiene en su tronco como gran fuente de linaje a Lázaro, a Guzmán de Alfarache, a Don Pablos, el Buscón” (El Pícaro. Arturo Uslar Pietri, Valores Humanos Vol III, Edime. Madrid 1968, pp. 168-169).
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