Por: Ovidio Pérez Morales - ¿En qué ha progresado el país en estos doscientos años? Propuestas como la de una estatua de Fidel Castro en pleno corazón de esta capital republicana hacen más provocativa esta pregunta. Porque ese monumento exaltaría la antítesis de lo que el Bicentenario hace memoria: ruptura de dependencia colonial, proclama de libertad, identidad de un pueblo, voluntad de unidad sin exclusiones. Transformaciones como la de la plaza Bolívar de Caracas en rocafuerte roja y expresión de apartheid político, convierte la pregunta en un ineludible cuestionamiento a los venezolanos de hoy. Esos dos hechos son símbolos de una realidad nacional, que contradice la conmemoración republicana bicentenaria, si ésta quiere ser coherente con el hemoso sueño de quienes anhelaron esta patria como casa común de justicia, igualdad, libertad, fraternidad, paz. Este era el horizonte hacia el cual querían tender, a pesar de las limitaciones, prejuicios y marginaciones que entonces persistían. Al hablar de progreso humano, tanto del individuo como de la sociedad, es indispensable distinguir dos aspectos: el científico-tecnológico y el ético-cultural (incluyendo en éste, aquí, lo político). En el primer caso puede decirse que opera una sumatoria, pues se camina siempre hacia adelante y acumulando logros. Aun en los casos de involuciones materiales como las de Hiroshima y Nagasaki a raíz de los bombardeos, y de holocaustos como el de Auschwitz, no se puede negar que allí hubo patentes manifestaciones del progreso científico-tecnológico (eficaz conocimiento y manejo de la energía atómica y de los gases letales). En el caso de lo ético-cultural no se opera necesariamente una sumatoria. Son frecuentes los retrocesos y, a veces, de modo trágico. ¿Por qué? La respuesta es el ser humano mismo y su condición más bella-y- peligrosa: su libertad. Una libertad que históricamente no sólo busca el bien sino también el mal. Por eso es capaz de lo más alto y de lo más bajo. Acumula puntos del mismo modo que los pierde. Y los retrocesos son capaces de llegar hasta lo monstruoso. Por ello hay que estar siempre en guardia con nuestra libertad individual y colectiva. La historia es el registro de avances, parálisis, involuciones en lo ético y cultural. El imperativo se mantiene, con todo, siempre en alto. Para alcanzar lo bueno, lo mejor y lo óptimo disponemos del potencial de nuestra libertad. Y del auxilio divino, que hemos siempre de invocar. Dios nos creó libres. Para el bien. El Bicentenario es propicio para balances, exámenes de conciencia, revisiones, reafirmación de los mejores propósitos y los más hermosos sueños. Hacia el progreso nacional. Material y espiritual. Científico-tecnológico y ético-cultural. Sin absolutismos y neocolonialismos; sin neoesclavismos y exclusiones. Un progreso integral, compartido, abierto. Apostilla. Que los desfiles militares y los ensordecedores ultrasónicos no tapen o silencien un hecho: el 19 de abril y el 5 de julio “fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad”. Entonces, en efecto, “La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia. La sensatez en el intercambio de ideas y propuestas respetó a los disidentes y propició el anhelo común de libertad, igualdad y fraternidad”. Esto lo subrayan los obispos venezolanos en su Carta Pastoral sobre el Bicentenario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario