martes, 24 de mayo de 2016

El dilema venezolano: ¿Estrategia Política o Defensa de los Principios?


















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Desde 1999 existe en Venezuela un régimen dictatorial que ha arruinado al país, humillado a los venezolanos, expropiado empresas, impuesto controles absurdos a la vida ciudadana y encarcelado y perseguido a  opositores, obligando a más de un millón de venezolanos a emigrar en busca de libertad y trabajo.

En los primeros años de ese nuevo régimen casi no existió oposición y si mucha colaboración. Hasta los líderes políticos más institucionalistas, sobre todo los de corte izquierdista, aceptaron el nuevo régimen porque lo veían como una radical ruptura con un pasado en el cual la democracia bipartidista había ido mediocrizándose. 

Al cabo de poco tiempo, sin embargo, esos mismos entusiastas admiradores y colaboradores que le permitieron a Chávez consolidarse en el poder comenzaron a advertir que lo que se le venía encima a Venezuela era una atroz dictadura, un intento de convertir a Venezuela en una nueva Cuba, país sometido por décadas al  bestial régimen de los hermanos Castro. Sin embargo, la fuerza de la ideología era y es tal que, aún hoy en día, líderes de nuestra oposición se resisten a catalogar al régimen venezolano como una dictadura, oxigenándolo y reblandeciendo el espíritu de resistencia de los venezolanos.  

Cuando finalmente estos líderes políticos democráticos se dieron cuenta de la verdadera naturaleza del régimen su oposición fue ambigua porque entró en escena un factor que siempre ha estado latente en la política venezolana: el mito de la izquierda progresista combinado con el tradicional resentimiento del sector político venezolano, desde la izquierda hasta la derecha,  en contra de los Estados Unidos. Esta combinación de mito político y complejo de inferioridad de nuestro liderazgo político democrático hizo que el régimen dictatorial y arbitrario de Hugo Chávez no encontrara la oposición decidida que ha debido encontrar durante sus años de principal consolidación. 

El alza sostenida de los precios del petróleo ocurrida entre 2004 y 2008  inundó de dinero al país y creó un fértil caldo de cultivo a la corrupción más horrenda que ha sufrido Venezuela en toda su historia. El dinero que comenzó a correr por las calles venezolanas terminó de asfixiar todo intento digno y decente de oponerse a la dictadura populista de Hugo Chávez. Se enterraron los ideales, los sueños de verdadero progreso y los principios y el país se dedicó a la francachela populista, con la euforia de las clases que ahora si se sentían en el poder porque recibían limosnas y dádivas del gobierno paternalista. Asistimos a la creación de una nueva fauna de corruptos, una obscena “melange” de los llamados boliburgueses y bolichicos, gente de “buenas familias” chapoteando alborozados en el pantano con los nuevos ricos “revolucionarios”.   

Desde 1999 hasta 2012, cuando murió el sátrapa más dañino que ha conocido Venezuela en toda su historia, las absurdas políticas industriales, educativas y de salud, las acciones arbitrarias del régimen, el evidente empobrecimiento de la clase media, los controles asfixiantes, la conducta cada vez más imperial del sátrapa en Miraflores, todo ello dejó pocas dudas en los venezolanos de que Venezuela iba camino del desastre. Comenzó a emerger en Venezuela una oposición más joven, de gente no reblandecida por los mitos izquierdosos del pasado, que no parecía dispuesta a coexistir pacíficamente con el régimen.  La muerte de Chávez pareció coincidir con el final del régimen fascistoide.

Sin embargo, no fue así. Ya para ese momento se había consolidado en Venezuela un nuevo cuadro de poder político, con la Fuerza Armada como socio principal de la dictadura inepta y comunistoide del difunto. La Fuerza Armada venezolana se había constituido, silenciosamente, en parte integral del régimen dictatorial. Había descubierto dos fuentes  de riqueza adicionales a la petrolera que les permitía acceso al dinero fácil: el narcotráfico y el contrabando de extracción. Su nueva posición de poder los llevaba a ser tolerantes con las veleidades comuinistoides de Chávez, sobre todo en lo referente a su estrecha relación con las FARC. Venezuela se convirtió en santuario del terrorismo con la silente aceptación de los militares venezolanos.

La muerte de Chávez y su remplazo por Nicolás Maduro representó, si no la primera, la más evidente señal de una blanda postura de la oposición que parecía preferir el camino de la estrategia pragmática a la defensa de los principios. El proceso que llevó a Maduro al poder estuvo plagado de fraudes y abusos, desde la designación de Maduro como candidato hasta su elección presidencial. Y, sin embargo, ello fue aceptado en su momento por la oposición, invocándose el respetable deseo de hacer las cosas en paz, de acuerdo a la constitución. Deseo muy respetable si no fuera porque el otro bando había mandado esa constitución al diablo múltiples veces y bajo las narices de la oposición. 

En ese momento, creo, el deseo de paz a toda costa se acercó peligrosamente a la traición de los principios, porque no siempre la paz a toda costa puede ser más deseable que la defensa de la dignidad nacional. La imagen de Neville Chamberlain bajando del avión, trayendo de regreso a Inglaterra, lo que él llamaba “la paz permanente para Europa”, apareció con fuerza ante mis ojos.      

Mientras este drama de actitudes equívocas se desarrollaba en Venezuela el país se iba pudriendo de manera acelerada. El deterioro, la miseria, han llegado al punto de que se habla sin mucha exageración de una crisis humanitaria en el país. Las escenas que se ven en los videos y la prensa mundial sobre Venezuela son aterradoras. Mientras tanto, la oposición continúa deshojando la margarita sobre la mejor manera de salir de este oprobioso régimen. 

Las diversas alternativas existentes han dado paso al referendo revocatorio, una medida prevista en la constitución y totalmente encuadrada dentro de la ley, la cual presenta el problema de tardar meses y de presentar un alto riesgo de demora causada por las maniobras de un régimen que ya ha abandonado claramente, hace años, el camino de la constitución y de las leyes. Otras alternativas más relancinas, como la de exigir la prueba de nacionalidad a Maduro han sido desechadas porque se piensa que el régimen las desvirtuará a punta de fraudes y maniobras. Sin embargo, ese es exactamente el mismo riesgo que presenta el Referendo Revocatorio.

Más allá de las alternativas que pudieran implantarse está el asunto de fondo de la estrategia y los principios. Todas las estrategias consideradas por la oposición para acelerar el cambio de régimen están enmarcadas dentro de principios constitucionales pero todas corren el mismo riesgo de ser desvirtuadas por un régimen que depende del abuso de poder.  

Tengo pocas dudas de que no importa cuál sea la acción de la Asamblea nacional y del pueblo para acelerar la salida del régimen ella será enfrentada con el fraude por un régimen que ya se ha declarado abiertamente divorciado de la ley y que está integrado por ineptos, ladrones y narcotraficantes. Por ello estoy convencido de que el país tiene que ir a una movilización general, la cual también está enmarcada dentro de la constitución, a fin de enfrentarse a un régimen que no va a ceder nunca en el terreno de las leyes con las cuales  ellos alegremente se limpian el trasero.

La movilización general en contra del régimen es un asunto de principios y constitucional pero ha sido objetada por ser “estratégicamente errada”, porque la fuerza bruta, léase Néstor Reverol y Vladimir Padrino López, apoya al régimen. Pero aún desde el punto de vista estratégico esa premisa no es necesariamente correcta, porque nunca será puesta a prueba mientras no haya  movilización. La movilización promovida por Leopoldo López en 2014 estremeció las bases del régimen, el cual era mucho más fuerte hace dos años. Yo creo que hoy en día, en el caso de una protesta general del pueblo, integrantes de la Fuerza Armada se pondrán de parte del país decente. 

Más allá de lo puramente estratégico, sin embargo, la protesta general y generalizada, el ponerse de pie de un pueblo humillado y abusado, es la única alternativa que le permitirá a Venezuela recuperar su orgullo nacional, su sentido de dignidad. Hoy en día somos muchos los venezolanos quienes no nos sentimos orgullosos de ser venezolanos. Digo esto abiertamente, a sabiendas de que es un tema tabú, porque creo que debemos enfrentar la realidad. Somos un pueblo degradado que tiene que buscar la manera de recuperar su dignidad y ganarse, de nuevo, un lugar entre las comunidades civilizadas del planeta.  Y esa recuperación de la dignidad nacional no es un problema estratégico, es un asunto de principios.

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