Por: Virginia Contreras
Cuando el general (Ret.) Colin Powell fue nombrado Secretario de Estado de los Estados Unidos, muchos se sorprendieron. ¿Cómo era posible que un General de Cuatro Estrellas, que llego a ocupar los más altos cargos dentro de las fuerzas militares de su país, fuera designado canciller de los EE.UU, en vez de Secretario de Defensa? La respuesta resultaba más que obvia: solo quien ha vivido las experiencias de las guerras conoce de la necesidad de la paz. Lo interesante del caso es que esta designación provino de uno de los presidentes considerado como guerrerista del país: George W. Bush.
Aquellos que han padecido cruentas guerras, o experimentado actos de violencia callejera de cierta intensidad, pueden entender lo que representa la violencia. A diferencia de las guerras, en las revueltas populares no existen enemigos definidos, ni objetivos concretos. Nada está previsto allí: todos contra todos.
En Venezuela no ha sido fácil evitar las provocaciones al uso de la violencia por parte de las autoridades. No es poca la rabia, ni la indignación que produce el saber que hay gente que muere simplemente por falta de medicinas, ni la impotencia al ver que pudiendo el gobierno reconocer la crisis humanitaria que existe en el país, pretenda resolver la situación acusando a potencias extranjeras, opositores venezolanos y hasta al Secretario General de la OEA de ser agentes de la CIA. Solo con esto, sin contar con las agresiones de parte de la Policía y Guardia Nacional en contra de los manifestantes en las calles, es suficiente para tentar a cualquiera.
El uso de la violencia ha generado diferentes tendencias. Hay quienes la rechazan de plano, porque entienden las consecuencias que podrían producirse en contra de quien la ejecuta. Hay otros que la ven de manera romántica, y sueñan con una Venezuela al mejor estilo de la “primavera árabe”, aquella en donde algunos países del Medio Oriente se alzaron en contra de sus gobiernos. Quienes así piensan desconocen que el verdadero origen de esas acciones no fue la lucha planificada en pro de la democracia, sino la reacción en cadena de un pueblo frente a la inmolación de un buhonero tunecino (Mohamed Bouazizi), quien murió en protesta contra las autoridades que le decomisaron su mercancía y dinero.
No es ni la sociedad pacifista, ni la soñadora la que debería preocuparnos, sino la ciega, aquella que piensa que el hambre, la sed, o la enfermedad se pueden posponer hasta que se ejecute un referéndum revocatorio, o alguien demuestre que el Presidente Maduro es colombiano.
Todos conocen la terrible situación que con el pasar de los días se agudiza en el país. Mientras el gobierno nacional se empeña en negar la crisis, sectores de la oposición tratan de presentar sus posiciones frente a la salida a esta, y repiten incesantemente que quieren evitar la violencia. Cada cual pretende defender sus propuestas. El caso es que no hay propuestas mejores sino unas más factibles que otras, dado el poco tiempo que se tiene para maniobrar. Por tanto, sería una tragedia más a sumar a las ya existentes, que convirtiéramos esas ganas de hacer algo por Venezuela en una competencia de egos.
Hace más de 10 años, el Banco Mundial presento un informe sobre la pobreza, titulado “La Voz de los pobres: ¿Hay alguien que nos escuche?”. Lo novedoso de este informe es que por primera vez recoge directamente la opinión de los pobres, en vez de acudir a escuchar la de los tecnócratas. Allí se consulta a más de 40.000 personas pobres, de 50 países, sobre lo que ellos opinan acerca de la pobreza y el bienestar, así como sobre sus problemas y prioridades.
Nos limitaremos a destacar dos de las muchas opiniones de los consultados: “La pobreza duele, se siente como una enfermedad. Ataca a las personas no sólo en lo material sino también en lo moral. Carcome la dignidad y lleva a la desesperación”; “Las autoridades parecen no ver a las personas pobres. Todo lo que se refiere a los pobres se desprecia, y sobre todo se desprecia la pobreza”.
En el caso de Venezuela vemos como los representantes de ambos sectores hacen mención constantemente sobre los pobres. No obstante, hasta el momento no hemos escuchado más que propuestas políticas, que si bien son importantes, contribuyen bien poco a satisfacer las necesidades de la población. No solo estamos hablando de las necesidades materiales, sino de las que no se ven, aquellas a las que hacen mención los encuestados referidos anteriormente, al respeto a su dignidad.
Al pueblo se le llama para participar en elecciones, referendos, enmiendas, mítines, marchas pro y contra. Se les toma fotos haciendo largas filas para que el mundo vea sus sacrificios para adquirir comida, o medicinas, o se les usa para inocular el odio en contra de los otros miembros de la sociedad. Al pueblo hasta se le llevan invitados internacionales para que sirvan como testigos sobre su situación. Pero al pueblo no se le llama para compartir un pedazo de pan, ni mucho menos para tenderle un abrazo, o para dársele alguna señal de afecto o solidaridad.
Mientras todo esto ocurre, existen sentimientos encontrados entre quienes son objeto de tales manipulaciones. Muchos piensan que todos entienden la realidad venezolana, pero no existe indicio alguno que así lo demuestre, ni siquiera lo recogen las encuestas presentadas a la opinión pública. Estas, suelen ser muy diligentes a la hora de consultar sobre los sectores a los que el pueblo rechaza, pero mucho menos para preguntarles acerca los que aprueban. La rabia y la impotencia van camino a ebullición. Cuando esta se produzca, entonces serán muchos los que continuaran hablando acerca de la sociedad ciega.
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