Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante
de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara,
leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía
hambre o se estaba quedando helado…
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una
linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona
solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que
tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente
lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que
decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a
los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya
compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…
Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Michael Ende, La historia interminable (1979)
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