lunes, 8 de enero de 2018

Honestidad, la palabra olvidada



Por: Eugenio Montoro

Un periodista le preguntó a Jorge Luis Borges por qué había decidido vivir sus últimos días en Suiza. Le dijo que quería que sus restos descansaran en una tierra donde la honestidad es el valor más alto de la vida y no en Argentina donde el valor supremo era la astucia.

Honestidad es una palabra que no pronunciamos mucho y cuando nos acercamos usualmente es sobre lo contrario, el acto deshonesto que hizo un funcionario o al deshonesto rufián que nos estafó. De esta forma desarrollamos la idea de que ser deshonesto está mal, pero tenemos menos 
ejemplos sobre lo que significa ser honesto.

Cicerón decía que la honestidad conlleva la obligación de distinguir lo bueno de lo malo con sabiduría, que también implica la obligación tanto de no dañar a los demás como de servirles y que además supone la fortaleza para mantener la excelencia en realizar las acciones.

Sobre lo primero, que es lo más enredado, Kant nos abrió el camino para distinguir lo bueno de lo malo en una forma sencilla. Si lo que tú crees o piensas sobre algo puede ser propuesto y aceptado como una ley universal, entonces es bueno.
         
Por ejemplo, mi clave secreta del banco no la comparto ¿eso puede ser una ley universal? Pareciera que sí, entonces está bien. Si le digo a mis padres que voy a clases en la universidad, pero no lo hago ¿podría ser una ley universal? Pareciera que no pues, si nadie estudiase, la sociedad decaería al ser descubierta la mentira harías infelices a tus padres y de allí en adelante pocos confiarían en ti. En general el engaño, seas carnicero, manicurista, ingeniero o jugador de beisbol está mal.
         
Pero las cosas se vuelven difíciles cuando nuestro entorno no es honesto. Un funcionario público que escucha a sus compañeros hablando del “dineral” que están haciendo con marramuncias, puede verse tentado a hacer lo mismo obviando la pregunta de si es bueno o malo. Allí Cicerón le espera con el otro consejo para ser honesto “estas obligado a no dañar a los demás y servirles”.
        
Para sorpresa de algunos, la honestidad también implica la excelencia en realizar las cosas. El gobierno actual en Venezuela ha duplicado el número de funcionarios de la administración pública. Eso es deshonesto pues no trata de construir una organización excelente y eficiente a mínimo costo, sino que la ha usado como pago de favores a leales, familiares y amigos incrementando los costos de la burocracia.

Las denuncias de corrupción son numerosas y los montos de dineros desaparecidos, asombrosos, eso es deshonestidad. 

Hacer trampas en las elecciones con pagos por voto son actos deshonestos. 

No cumplir la Constitución es deshonesto y muchos otros casos que no mencionamos por lo largo de la lista.
         
Ningún país puede progresar vigorosamente sin una conducta honesta de sus ciudadanos y sus dirigentes. 

Sobre esto los líderes pesa una responsabilidad muy grande pues ellos modelan y son ejemplo para nuestra sociedad.

Por eso, va de regalo una conocida frase de Rousseau:

“Los que sugieren tratar lo político y lo moral en forma separada nunca entenderán nada de ninguno de los dos”.

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