Por: Robert Gilles Redondeo
La prudencia con la que el señor Ministro de la Defensa había actuado algunas veces y que le valió para mostrarse como un hombre institucionalista, con amplio respaldo en las filas castrenses y los tímidos elogios de algunos voceros de la dirigencia opositora y las infaltables malas miradas de sus camaradas de partido, no había convencido a la mayoría del país que determinadas circunstancias confió en él y en su prudencia.
Pero de repente el hombre que nunca perdía la compostura ni los buenos modales, aunque siempre extravió su cordura militar para manifestar su desequilibrio político, apareció rodeado de una cúpula militar que sólo puede avergonzar dolorosamente a los venezolanos. ¿Por qué? Porque nadie da ni medio bolívar por quienes otrora tiempo fueron ensalzados por sus épicas hazañas libertadoras y de defensa de la soberanía nacional. En la cúpula militar no hay nadie que valga la pena. Y lejos de hacer la odiosa generalización, me temo que el maridaje del vicio y las armas permite decir que dentro de la Fuerza Armada Nacional poco o nada puede salvarse.
Padrino López ha vejado al país de forma insolente y desvergonzada. ¡Cuánto cinismo! ¡Cuánto ultraje! ¡Qué fácil entrar a una discusión con fúsil en mano para hacerse parecer al mero macho! ¿Hasta cuándo se seguirá vejando y postrando de forma inmisericorde a Venezuela ante esta banda de vulgares malhechores?
Venezuela que ha esperado en su mesías de uniforme, pues son quienes pueden cambiar de forma abrupta y rápida la tragedia que padecemos, ha visto con estupor esta declaración de lealtad a un vivo que está enajenado mentalmente y ejerce de forma ilegítima la Presidencia de la República; a un muerto, bien muerto, que es el autor intelectual de este crimen que se sigue perpetrando con total impunidad y contubernio con las Fuerzas Armadas. Por si fuera poco, la escena que declaraba amor ideológico y lealtad al proceso revolucionario se hizo bajo la gráfica de ese adefesio “artístico” con el cual se nos intentó suplantar a Simón Bolívar, El Libertador. El predilecto oligarca caraqueño que una vez maldijo a los soldados que apuntaban sus armas contra el pueblo.
Pero la afrenta no es la declaratoria de amor revolucionario entre ese cúpula podrida que acompaña a Padrino López y a ese grupo de personas que se aferra al poder haciendo del Estado un ente fallido y forajido. La afrenta es que el Alto Mando Militar no le haya dado la cara al país para explicar la existencia de los grupos paramilitares llamados colectivos que usan armas propiedad de la nación; la afrenta es que el Vladimir Padrino no se pronuncie como el más alto jerarca militar activo que es en torno a un hecho tan grave como la detención en flagrancia por tráfico de drogas de los sobrinos del “Presidente de la República y Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional”; práctica delictiva que además involucra a otro hombre en armas que es Néstor Reverol, actual Ministro de Interior y Justicia, y a un sinnúmero de oficiales activos que casi a diario caen con kilos y kilos de drogas. Afrenta es que los enviados de los hermanos Castro desde La Habana comanden y dirijan las acciones más sumarias de la República en el área militar. Afrenta es que las FARC y todos los grupos irregulares de la vecina Colombia hagan y deshagan en la frontera. Afrenta es que el ministro Padrino López no le haya dejado las cosas claras a Guyana cuando se ha atrevido a mal entonarse con nosotros por causa del Esequibo que es venezolano.
Esas y muchas más afrentas, además de las amenazas que se profieren desde los cuarteles contra la disidencia civil, avalan el sagrado derecho a la rebelión que ni con fusiles ni tanques podrán sofocar, porque habrá de recordarse que nuestra Independencia no se hizo hace doscientos años con ejércitos profesionales. Entonces hombres y mujeres “pata en el suelo” fueron quienes combatieron contra las históricas huestes imperiales españolas. El resultado de aquella quijotesca guerra fue esta nación libre que no dejaremos perder en manos tan sucias como las de Padrino López o sus amos. A todas estas ni siquiera sabemos, quizá el Ministro de la Defensa tampoco, quién realmente manda en Venezuela. Si Diosdado, hombre fuerte del chavismo acusado de ser líder de un de los cartel de narcotráfico al que por cierto llaman de “los soles” por la masiva participación de oficiales de la Fuerza Armada. O si realmente es este individuo Nicolás Maduro que a todas luces padece de insania mental o al menos se sobremedica.
No olvide el ministro Padrino el inexorable rumbo de los pueblos: la libertad y la justicia. Tarde o temprano el Sol de la libertad alumbrará y nada podrá hacer para impedirlo. La historia a veces es cruel contra quienes pretenden ser crueles, es decir, quienes con las armas al hombro tratan de imponer sus propios demonios. No es una amenaza esto último, es lección histórica.
Ojala por un instante Vladimir Padrino López tuviera decencia y cordura, así podría presentar su renuncia ante el país, desvestirse de los harapos malolientes que lleva encima y hacer política. Sobre todo ahora que el final está más acá de la bendita vuelta de esquina que durante diecisiete años no hemos terminado de doblar.
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