martes, 25 de noviembre de 2014

Sabana Grande de mis amores













Por: Jesús Alfaro


Sabana Grande fue una población alejada de Caracas y contaba con una vía principal llamada la calle real. Fue sede del viejo hipódromo inmortalizado por un cuadro de Arturo Michelena. Por su calle real pasaba el ferrocarril Caracas Petare y que los muchachos del principio del siglo XX usaban para alcanzar los baños de Los Chorros. Esta vía férrea debería continuar hasta los Valles del Tuy y de allí hacia los llanos centrales y el occidente del país según su diseño original, la culminación de la obra lleva más de un siglo de atraso. Llegó la bonanza económica que nos trajo el petróleo  y con ella el crecimiento de la capital absorbió a las poblaciones aledañas como Antímano, El Valle, Sabana Grande y Petare, dando origen a la llamada Gran Caracas de nuestros días.
 

La época dorada de Sabana Grande fueron los años setenta cuando se convirtió en el verdadero centro de Caracas, desde la Plaza Venezuela salían y llegaban todos los caminos y se erigía a su alrededor el más carismático de los edificios de la gran ciudad con su icónica identificación POLAR destacada por enormes letras colocadas en su tope. La estructura de acero y cristal del bello edificio revelaban la bonanza económica del país. De la Plaza Venezuela comenzaba el este y el oeste, el norte y el sur, era la piedra angular de la pujante y renovada capital latinoamericana. Desde la Plaza Venezuela se veía el futuro hacia el este, el oeste era el pasado y muy cerca de ella hacia el sur se levantaba majestuosa la UNIVERSIDAD, la querida UCV como matriz moldeadora del conocimiento de las nuevas generaciones.

Desde esa plaza central y en sentido al oriente comenzaba Sabana Grande, con su maravillosa Gran Avenida, donde se disputaban los locales emprendedores comerciantes, allí se desarrollaron la desaparecida Librería Médica París, dirigida por Pierre Paneyko, un francés que apostaba a la responsabilidad de los estudiantes de medicina, abriéndoles créditos en la compra de textos de estudio. Una famosa modista ofrecía sus magníficas confecciones bajo el nombre Ninna Ferrari, una afamada firma de arquitectura americana Don Hatch y hasta el dancing y night club Todo París, respaldado  por el afamado Jacques Charriére “Papillon”, mas falso que billete de tres, el mismo delincuente fugado del penal francés de Cayena, que alcanzó la fama internacional con el libro que escribió narrando todas sus aventuras y fue llevado al cine con la actuación estelar de Steve Mc Queen y Dustin Hoffman.


La verdadera Sabana Grande comenzaba en el Edificio Los Andes, el primer edificio levantado en el este de la ciudad y terminaba en Chacaíto en el cine Broadway. El Gran Café era el gran sitio de reuniones con amigos, allí se firmaban contratos, se conspiraba y hasta había tiempo para una cita romántica, en la cercanía se distinguía la tienda de Savoy con su venta de recortes de delicioso chocolate. Siguiendo el recorrido, el recordado Tony’s de La Llave esperaba a las enamoradas parejas para un piscolabis. Era notoria la zapatería Lucas de Ladislao Blatnik, quien saltó a la fama internacional por tener amoríos con la actriz Natalie Wood. Ya al lado del cine Broadway estaba Tony un zapatero artesano quien me hizo mis zapatos a medida por más de 25 años y bajando a la derecha estaba el restaurant que ofrecía la mejor sopa de cebolla para los noctámbulos parranderos de esa segura Caracas. Vogue, Wilco y Adams, vistieron por años a los caraqueños elegantes.


Sabana Grande era una vía con tres canales de tráfico que se desplazaban de este a oeste y dos canales laterales que servían de estacionamiento, allí abrían sus puertas la flor y nata del comercio de la capital.


Alrededor de Sabana Grande se desarrollaron dos vías alternas en sentidos contrarios las Avenida Casanova y Solano López, la primera de ellas que corre en sentido oeste este fue siempre la de menor importancia y solo recuerdo al maravilloso restaurant Héctor’s que increíblemente estaba en medio de la avenida y había que tomar un desvío para no chocar con él.

Este restaurant fue todo un hito en la gastronomía caraqueña, su dueño era una especie de cartujo, un laico que dedicaba sus ganancias para mantener obras sociales. Héctor siempre vestía un liquiliqui negro, era el gran anfitrión y entregaba una rosa y una bella lisonja a toda dama que llegara a sus dominios, su carta no estaba escrita y la recitaba con una con una voz gutural. El mejor Martini del mundo lo hacía él y me enseñó a prepararlo. 


La otra vía paralela a Sabana Grande es la avenida que lleva el nombre del héroe paraguayo Solano López y esta si ha dado lugar a buenas tascas y mejores restaurantes. Aún recuerdo a la casita rodeada de árboles que era la sede del Banco de Venezuela, en la intersección con la calle Negrín y que fue demolida para dar lugar a un enorme edificio de unos 25 pisos.

Esta avenida Solano siempre fue la cuna del sibaritismo criollo y se distinguieron locales como el Franco’s, donde en la barra vi emborracharse al actor Peter O´Toole y donde el famoso Engelbert Humperdink me firmó un autógrafo en la factura que todavía conservo, increíblemente la suma total no llegaba  a 20 bolívares (0,02 bolívares fuertes), considerando que en esa noche yo estaba dadivoso porque quería impresionar a una joven que me había deslumbrado en nuestra primera cita, su nombre era MARIBEL. Otros restaurantes emblemáticos fueron Il Vecchio Mulino con su quijotesco molino de aspas y el recordado  Coq D’Or en el pasaje Bolívar, con ese par de españoles, Antonio y Bartolo, que nos enseñaron a comer la comida francesa en sus escasas seis mesitas atendidas por el inigualable Pepeíllo, un andaluz más loco que una cabra, aún se me hace agua la boca recordando su carta de batalla que incluía los caracoles a la bourguignon, el coq au vin y la inolvidable tartaleta de fresa coronada con mantecado. Una noche estando allí fui sorprendido con la llegada del Presidente Betancourt y su esposa, quienes buscaron acomodo en esa estrechez, como cualquiera otra pareja para disfrutar de las delicias de la comida francesa, mientras en las calles los eternos izquierdistas equivocados buscaban policías descuidados para dispararles a  quemarropa en nombre de la revolución del proletariado. Enseñanzas que nos dejó la convulsionada democracia venezolana del puntofijismo.


En esas mesas de Mi Tasca y El Caserío compartí la buena compañía de mis amigos, vibré ante la intimidad del roce de la mano de una mujer amada y hasta derramé lágrimas por amores que se alejaron.


Con los años todo eso cambió pero persisten locales donde aún se puede disfrutar de un par de tragos y donde se  mantiene el buen yantar como Urrutia (el restaurant sin nombre), La Huerta donde es imprescindible pedir su cordero encendido acompañado de una buena copa de vino y si deseamos conseguir la tradicional comida italiana, no hay quien supere al Da Guido, continuidad del Da Emore de los setenta que mantiene su carta inalterada desde sus comienzos hace más de cinco décadas y donde hoy se siguen reuniendo escritores, poetas y buenos cañeros, atendidos por una cuadrilla de mesoneros liderados por Ricardo que pronto se convierten en buenos amigos, y donde hasta uno de ellos, un italiano con vocación de tenor suelta repentinamente una aria de Verdi.


De los restaurantes mencionados, el Coq Dór, Emore, Da Guido y Urrutia han querido expandirse en otros locales, pero el tiempo ha confirmado que “segundas partes, nunca fueron buenas”.


Voy a dejar este artículo hasta aquí, porque ante tanto recuerdo gastronómico se me ha despertado un apetito feroz, salgo hacia Sabana Grande para degustar una buena vianda y con una copa en mis manos recordar aquellos maravillosos años setenta, cuando vivíamos en un país donde nadie quería irse y en que cada día llegaban cientos de extranjeros para aprender a hacer esta tierra suya, eran tiempos llenos de juventud, de música de los Beatles y de mi Venezuela que ofrecía a todo el mundo un futuro lleno de esperanzas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su Comentario