Significa tanto la
ausencia como la suma de los colores. Representa, así, el principio y el final
de la vida diurna y del mundo, lo que le confiere un valor ideal, infinito.
Pero la muerte, el fin de la vida es también un momento transitorio en la unión
de lo visible y lo invisible, y por ende otro comienzo. Es el color del espacio
ritual en el que ocurre la transformación del ser, según el esquema clásico de
toda iniciación: muerte y renacimiento.
El blanco –en latín candidus- es el
color del candidato, es decir, de aquél que va a cambiar de condición (los
candidatos a las funciones públicas se vestían de blanco en ciertos países).
Conduce a la ausencia, al vacío nocturno, a la desaparición de la conciencia y
de los colores diurnos.
El blanco del oriente es el del retorno: es el blanco
del alba. Blanco es también en castellano sinónimo de intermedio o entreacto en
las funciones teatrales.
El blanco actúa sobre el alma como silencio absoluto,
es un silencio que no está muerto, sino que está lleno de posibilidades
vivas.
En todo pensamiento simbólico, la muerte procede a la vida, ya que
todo nacimiento es un renacimiento.
Por esto el blanco es primitivamente el
color de la muerte y del duelo.
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