Por: Nehomar Hernández
Hay distintos factores que influyen en que el desplazamiento del poder de Nicolás Maduro no se haya producido. A saber: Dentro de la MUD agrupaciones como AD, UNT e incluso una parte de PJ parecían no creer en las protestas como un método para lograr la salida definitiva de Maduro del poder, sino que más bien atendían a una lógica gradualista en la que bastaba que se diera fecha de elecciones regionales para dar por satisfecho su objetivo puntual. Este planteamiento obedecía, además, al hambre de estas agrupaciones por acceder a pequeños espacios de poder que les permitieran captar renta petrolera y, por ende, obtener músculo económico para buscar mantenerse, en todo sentido.
Otro era el planteamiento de sectores que jugaban a una especie de todo o nada, en el que el objetivo planteado era que Maduro abandonara el cargo de forma perentoria y se instaurase un nuevo gobierno. El leitmotiv de este grupo, integrado fundamentalmente por algunos grupos de PJ, María Corina Machado y VP, era que una acción intensa y permanente de protesta en las calles eventualmente llevaría al colapso del chavismo desde sus propias entrañas, a través de la ruptura militar y de un quiebre interno que llevaría a un “chavismo descontento” a “ponerse del lado del pueblo”. El caso es que no sucedió ni la fractura dentro de la FANB ni el brinco de charco masivo del tal chavismo crítico (más allá de lo ocurrido con la Fiscal Luisa Ortega Díaz), por lo que la aspiración de poner fin al gobierno de Maduro por esta vía no logró ser materializada en la realidad.
Huelga decir que una acción de calle no puede ser sostenida indefinidamente en el tiempo, tanto más cuando no logra victorias al menos parciales o simbólicas. La brutal represión que se incrementaba exponencialmente cada vez más, y que era ejercida sin ningún miramiento por grupos de la FANB y por los colectivos paramilitares del gobierno, llevó a las protestas a convertirse en una rutina en la que el gato se mordía la cola, al punto de que muchas acciones de calle parecían convocadas simplemente por mera inercia. El chavismo demostró que ya no se trataba de unas manifestaciones que eran contenidas por cuerpos de seguridad del Estado, sino de una guerra declarada en la que la cosa se resolvería a tiros. La oposición, carente de un grupo armado que representara sus intereses en tal contienda, quedaba de adorno en esa película. Más de 120 personas fueron asesinadas por la represión en esos días y ante ello el gobierno pagó un costo interno bajísimo o sencillamente inexistente, pues le daba igual lo que los venezolanos dijeran de él.
Cuando, aún luego de haber convocado un plebiscito en el que participaron al menos 7,5 millones de venezolanos (y que decantaría en una eventual “hora cero” del gobierno) y habiendo obviado que el chavismo logró imponer a troche y moche su inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente (pese a que por wishfullthinking siempre se dijo que no lo haría), la mayoría de los factores opositores decidieron aceptar el premio de consolación que encarnan las elecciones regionales, todo estaba listo para encapsular la diatriba y abortar el objetivo de la salida inmediata del régimen de Maduro. La gente solo se suma a manifestaciones masivas si percibe que su presencia en ellas puede presionar efectivamente al gobierno o transformar en algo la situación política de su país; en caso de que no sea así sencillamente se abstiene de hacerlo. Pasada el agua de esos 4 meses lamentablemente luce que las vías pacíficas o de derecho para lograr un cambio de gobierno se tornan insuficientes, dejando campo abierto a vías de hecho que tienen su correlato en la violencia.
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