Es muy probable que hayas usado sartenes desde hace muchos años y que incluso hayas cogido una cada día. Pero a pesar de usar este objeto tan habitualmente seguro que nunca te has fijado en el agujero que tiene en el mango. ¿Por qué está ahí?¿Quién decidió que una sartén debía tener ese orificio? ¿Hay que meter los dedos por ahí?
Y aunque la sartén es un utensilio que se lleva usando centenares de años, muy poca gente es capaz de responder a la primera de las preguntas, que es la más importante. Sobre todo, porque nadie lo ha explicado en el colegio y es muy probable que nuestros padres ni nuestros abuelos supieran la respuesta adecuada. Pero para eso estamos nosotros. Y en cuanto sepas el por qué del diseño, no volverás a ver una sartén con los mismos ojos.
El agujero de la sartén tiene un uso secreto. Y no, no solo sirve para que pueda ser colgada de un gancho. Ese truco de diseño fue muy posterior a la invención de ese recurso.
Sí, porque es un recurso: el orificio que hay en los mangos de todas las sartenes sirve para colocar una cuchara de madera o la espátula. De esta forma, se evita que si estos dos utensilios de cocina están sucios -porque estén manchados de salsa o aceite- no terminen ensuciando la encimera.
Y no solo tiene una utilidad higiénica. También evita que estos instrumentos se quemen si entran en contacto demasiado tiempo con lo que se esté calentando en el fuego.
Pero no todas las sartenes modernas tienen el agujero para cumplir esta función. Algunas tienen uno con un diámetro tan reducido que solo sirve para que sean colgadas de la pared y se consiga ese efecto tan estético que vemos en las cocinas de los restaurantes y de las casas de los pueblos.
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