lunes, 12 de septiembre de 2016

Cargando con el muerto y Salvado por la campana







En la Edad Media, si aparecía un cadáver en una población en extrañas circunstancias sin que nadie pudiera identificarlo –y costear los gastos del entierro–, todo el pueblo entero, de manera conjunta, debía pagar una multa llamada Homicidium u omecillo, recogida dentro de las leyes de la época.
Por esa razón, cuando aparecía algún cuerpo sin vida que cumpliera estos requisitos, los vecinos intentaban sacar del pueblo el cadáver –muerto, generalmente, de forma violenta y sin poderse descubrir al autor del delito– antes de que lo vieran las autoridades: “cargaban con el muerto” y lo dejaban en el pueblo vecino, o incluso lo tiraban a un río o al mar.
Fue en esta época también cuando surgió la idea de, al cerrar el ataúd, agarrar a la muñeca del difunto un hilo y pasarlo por un agujero del ataúdpara luego atarlo a una campanilla que se colocaba sobre la tierra. Si el individuo estaba vivo, sólo tenía que tirar del hilo y sonaría la campanilla.
Así sería desenterrado por la persona que se quedaba junto al ataúd durante unos días.
De esta acción surge la expresión “salvado por la campana” que usamos hoy en día.
Los lugares para enterrar a los muertos eran de pequeñas dimensiones y no había siempre suficiente sitio para todos.
Los ataúdes eran abiertos, y los huesos de su interior se retiraban para reutilizar la caja funeraria con otro cadáver.
A veces, al abrir los ataúdes se percibía que el enterrado había arañado la tierra, luego había sido enterrado vivo.

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