Por: Fernando Falcón (+)
"Ciertamente Caracas ha tenido desde temprano sus defensores. Tal fue el caso del ilustre don Alonso Andrea de Ledezma, quien murió a manos de piratas defendiéndola en 1595 (La incipiente urbe había sido atacada por el inglés Amyas Preston). Creo que los hijos de Caracas, de Santiago de León de Caracas, deberíamos de estar atentos a la conservación de la memoria de la urbe, abrir los ojos para descubrirla en sus esquinas, en sus rincones, en los poetas que la han cantado y los músicos que han sido inspirados por ella.
Allí está la Mañanita Caraqueña de Evencio Castellanos, con su magia sin igual. Y qué decir de las 17 piezas infantiles del maestro Antonio Estévez, escucharlas en Caracas, al final de una tarde, con el Ávila de telón de fondo es algo que realmente nutre el alma. Pero claro está, que el presente se impone con sus crudas - terribles realidades.
De tal modo que no es fácil hallar el justo momento de solaz, para disfrutarla como se debe: el caraqueño, como las regias piezas de un tablero de ajedrez, "está en jaque" todo el tiempo: Existe un miedo creciente, y enfermizo, que también nos disgusta, pues no es cosa grata "tener miedo, sentir miedo". Se teme entonces a la llegada de la noche, como si nuestra vida cotidiana emanara de la pluma de un autor inmerso en lo real maravilloso, claro que bajo una perspectiva absolutamente mórbida. Cuando hablo con los amigos, a veces expreso que acá se siente vivir en una suerte de "Transilvania Tropical", donde lo imposible es más que posible, y si esta realidad nos alcanzara, lo cual podría ser bueno...lo más probable es que fuese, algo terrible, por decir un adjetivo que en verdad se queda corto. Puede llegar en un santiamén la muerte más injusta y absurda. Así que, si volvemos al tema propuesto, pienso que los hijos de Caracas, y me incluyo, debemos fomentar la conciencia, sembrar palabras y gestos y hechos - a favor de la vida misma, de la cultura de la vida. La inseguridad y el absurdo perviven con paisajes humanizados contrastantes y con una naturaleza exuberante que se ha rebelado y que no morirá nunca. Son muchos los tópicos que preocupan al caraqueño.
Además de los mencionados anteriormente, están aquellos de las construcciones en las faldas del Ávila, el irrespeto por los árboles, que intentan podar y terminan es sacrificio total. Los antiguos pobladores del Valle de Caracas, pueblos Kariña, eran devotos protectores de los árboles. Asimismo algunos pueblos antiguos de Europa, cuidaban con religioso celo a los bosques, en especial los celtas, pero también los griegos y romanos (claro que estos últimos recurrían al permiso de sus dioses cuando era menester construir flotas mercantes o bélicas, para cortarlos y surtirse de maderas...).
Me parece que lo sano es ir más allá de lo que el instinto de supervivencia nos dicte, hay que luchar el miedo, pues éste paraliza los miembros y nos impide avanzar.
Valga pues resolver el dilema: avanzar o quedarse como el niño “tocado” que juega a la “ere paralizada”.
Es menester pues recuperar, salvar y enseñar a amar a esta ciudad, a la Sultana del Ávila.
"Ciertamente Caracas ha tenido desde temprano sus defensores. Tal fue el caso del ilustre don Alonso Andrea de Ledezma, quien murió a manos de piratas defendiéndola en 1595 (La incipiente urbe había sido atacada por el inglés Amyas Preston). Creo que los hijos de Caracas, de Santiago de León de Caracas, deberíamos de estar atentos a la conservación de la memoria de la urbe, abrir los ojos para descubrirla en sus esquinas, en sus rincones, en los poetas que la han cantado y los músicos que han sido inspirados por ella.
Allí está la Mañanita Caraqueña de Evencio Castellanos, con su magia sin igual. Y qué decir de las 17 piezas infantiles del maestro Antonio Estévez, escucharlas en Caracas, al final de una tarde, con el Ávila de telón de fondo es algo que realmente nutre el alma. Pero claro está, que el presente se impone con sus crudas - terribles realidades.
De tal modo que no es fácil hallar el justo momento de solaz, para disfrutarla como se debe: el caraqueño, como las regias piezas de un tablero de ajedrez, "está en jaque" todo el tiempo: Existe un miedo creciente, y enfermizo, que también nos disgusta, pues no es cosa grata "tener miedo, sentir miedo". Se teme entonces a la llegada de la noche, como si nuestra vida cotidiana emanara de la pluma de un autor inmerso en lo real maravilloso, claro que bajo una perspectiva absolutamente mórbida. Cuando hablo con los amigos, a veces expreso que acá se siente vivir en una suerte de "Transilvania Tropical", donde lo imposible es más que posible, y si esta realidad nos alcanzara, lo cual podría ser bueno...lo más probable es que fuese, algo terrible, por decir un adjetivo que en verdad se queda corto. Puede llegar en un santiamén la muerte más injusta y absurda. Así que, si volvemos al tema propuesto, pienso que los hijos de Caracas, y me incluyo, debemos fomentar la conciencia, sembrar palabras y gestos y hechos - a favor de la vida misma, de la cultura de la vida. La inseguridad y el absurdo perviven con paisajes humanizados contrastantes y con una naturaleza exuberante que se ha rebelado y que no morirá nunca. Son muchos los tópicos que preocupan al caraqueño.
Además de los mencionados anteriormente, están aquellos de las construcciones en las faldas del Ávila, el irrespeto por los árboles, que intentan podar y terminan es sacrificio total. Los antiguos pobladores del Valle de Caracas, pueblos Kariña, eran devotos protectores de los árboles. Asimismo algunos pueblos antiguos de Europa, cuidaban con religioso celo a los bosques, en especial los celtas, pero también los griegos y romanos (claro que estos últimos recurrían al permiso de sus dioses cuando era menester construir flotas mercantes o bélicas, para cortarlos y surtirse de maderas...).
Me parece que lo sano es ir más allá de lo que el instinto de supervivencia nos dicte, hay que luchar el miedo, pues éste paraliza los miembros y nos impide avanzar.
Valga pues resolver el dilema: avanzar o quedarse como el niño “tocado” que juega a la “ere paralizada”.
Es menester pues recuperar, salvar y enseñar a amar a esta ciudad, a la Sultana del Ávila.
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