Si no quiere que su cerebro desbocado acabe con una buena bronca, vaya buscando un 'sudoku
Todos
tenemos derecho a enfadarnos, pero no todo vale a la hora de canalizar las
emociones. Las oleadas de rabia, ira y descontrol son tan nefastas como
derrumbarse ante la adversidad. Por suerte, con entrenamiento, es posible
“sujetar” al cerebro cuando se desata una cadena de reacciones químicas
abocadas a terminar en una buena bronca. O algo peor.
El efecto de dejarse llevar por la rabia es el mismo que el de sucumbir ante
cualquier otro impulso, como atiborrarse a pasteles o beber demasiado. De forma
inmediata, se produce una primera vivencia de alivio y descarga de la ansiedad.
Pero dura poco. “Hay una recompensa inicial producida por la dopamina [el
neurotransmisor de las sensaciones placenteras, entre otras muchas cosas],
seguida de ráfagas de culpabilidad y frustración”, explica Inmaculada Pérez
Tamargo, neuropsicóloga y directora de los centros de neurodesarrollo Sábilis. No merece la pena explotar. “Lo peor de caer
en la trampa que nos tiende la ira no son tanto las consecuencias sino el hecho
de fortalecer, a nivel bioquímico y estructural, una forma de respuesta en la
que no intervienen ni el pensamiento racional ni una toma de decisiones
analítica y objetiva”, aclara Pérez. Cuando enfurecemos, en realidad lo que
hacemos es “dar más poder al sistema límbico [centro de control de los
instintos], lo que nos hace dependientes de nuestros sentimientos más
primarios, y menos libres para decidir de forma consciente cómo queremos actuar
en el futuro”, matiza la experta.
Si
no manejamos de forma apropiada la propensión a la rabia, podemos acabar
consolidando las respuestas agresivas y típicas de las personalidades
violentas. Según afirma Agustín Merino Delgado, psicólogo especializado en
neuropsicología de la violencia, “las personas capaces de vivir en un estado de
provocación reactiva permanente, dadas a comportarse de forma violenta,
presentan una reducción en la densidad de las cortezas frontal y prefrontal del
cerebro [zonas donde se traducen los instintos en estrategias sociales], y una
menor capacidad de control de impulsos de la función ejecutiva de su conducta”.
“La
ira es una emoción compleja, que surge de la combinación de emociones
negativas, como el enfado, el estrés o el miedo”, expresa Pérez. Además, “la
persona que es víctima de la rabia se siente injustamente tratada, contrariada,
castigada o amenazada, y esta combinación provoca un torrente de reacciones que
pueden colocar al individuo en un nivel de descontrol en muy poco tiempo”.
Cuando explotamos, “se produce una sobreactivación de la amígdala del sistema
límbico y una inhibición de parte de la zona frontal del cerebro”, continúa
Merino. En ese momento, las emociones no pasan por el filtro de la razón. Con
los siguientes cuatro consejos neurocientíficos, podrá aplacar a un cerebro
desbocado a causa de esa emoción tan negativa.
1. Identificar qué pasa
Solo
hay un momento en el que podemos poner freno a la rabia antes de enfadarnos:
justo cuando empezamos a sentir esa emoción. Se trata de no llegar a un punto
de no retorno. “Si ya estamos en pleno arrebato, ni siquiera podremos pensar en
la posibilidad de parar, porque la amígdala interrumpe las comunicaciones con
el lóbulo prefrontal y las órdenes no le llegan”, explica Pérez. Por esta
razón, es importante familiarizarse con los indicadores corporales desde el
principio, como el aumento de la frecuencia cardíaca, de la presión sanguínea o
del ritmo de respiración. “En ese momento, hay muchas más probabilidades de
poder controlar el enfado, ya que el córtex aún mantiene su capacidad de
imponerse al sistema límbico”, añade la neuropsicóloga.
2. Distraerse
Sirve
cualquier tipo de actividad cognitiva, como resolver un crucigrama, un sudoku o memorizar una adivinanza. “Los pensamientos
emocionalmente neutros hacen que la amígdala se calme. El único problema es
conseguir realizarlo a tiempo, justo antes de sufrir el secuestro emocional,
cuando el sistema límbico invierte todos los recursos del cerebro preparando al
cuerpo para enfrentarse a una amenaza”, detalla la experta. Centrar la atención
en algo que nos interese “activa el neocórtex y permite pensar sobre la emoción
que sentimos de una manera más analítica, neutra y objetiva”.
3. Reinterpretar la
situación
Las
señales comienzan en el cuerpo, y una vez hemos aprendido a identificarlas,
“podemos empezar a trabajar con el intelecto para que, progresivamente, el
sistema límbico vuelva a la normalidad”. A partir de este momento, “debemos
analizar la situación que ha provocado nuestra ira y tomar decisiones sobre lo
que vamos a hacer, pero nunca antes de calmarnos”.
4. Cambiar de postura
Una
manera de encontrarnos mejor y de darle la vuelta al enfado es forzar una
respuesta facial amigable, y trabajar sobre la hipótesis del denominado biofeedback facial. Hace casi dos siglos, el psicólogo
William James afirmó que “el pájaro no canta porque está alegre, está alegre
porque canta”. Y se constató después, en una investigación de 1988, en la que los sujetos tenían que sostener un
lápiz con la boca de dos formas: una de ellas entre los dientes, de manera que
se forzaba el gesto de la sonrisa, y otra con el labio superior, como si fuera
un bigote, simulando el gesto de enfado. Todos ellos vieron los mismos dibujos
animados. Los que tenían el lápiz en la boca (y sonreían), se lo
pasaron mejor que los que tenían en lápiz en el labio superior (con cara de
enfado), lo que demostró que las expresiones faciales influyen en el estado
emocional de la persona.
¿Cómo procesar el enfado?
Seguramente
nunca nos cabrearíamos con un amigo por darnos un plantón si supiéramos que
acaba de tener un grave accidente. Antes de indignarnos y montar en cólera
contra alguien, conviene ponerse en su lugar, aunque sea por un momento. “Tanto
la reinterpretación por empatía como la técnica del perdón persiguen cambiar el
signo de la emoción con la ayuda del intelecto”, afirma la directora de
Sábilis. Para Merino, “perdonar supone poner en práctica la autocrítica y la
empatía a la vez, liberándose de una carga emocional negativa a través de la
introspección, y bajando a intensidad de nuestro ego”. Se trata, en suma, de
ver la situación desde otra perspectiva una vez hemos procesado el enfado,
intentando comprender al otro y “evitar las proyecciones emocionales, que
podrían ser un muro a la autocrítica”, añade el experto. Ya lo dijo el filósofo
Kant: “No
vemos a los demás como son, sino como somos nosotros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario