martes, 26 de octubre de 2010

Apología de la inmoralidad


Por: Dra. Paulina Rivero Weber - “...bueno es volverse a esos hombres que sólo retienen de los descubrimientos, de los métodos y de los progresos técnicos, aquello que pueden aplicar al alivio y a la salud de sus semejantes.” Paul Valéry, Discurso a los cirujanos.
El presente trabajo pretende mostrar la distinción entre ética y moral para argumentar en pro de la primera. La diferencia entre un concepto y otro implica mucho más que un mero prurito académico por el uso específico del lenguaje. En la diferencia entre la moral y la ética se juega toda una concepción del bien y del mal y toda una forma tanto de habitar en el mundo y de valorar las capacidades más propiamente humanas, tales como el pensamiento crítico y la libertad. Partamos de algo que compartimos todos: el lenguaje cotidiano. En nuestro uso del mismo solemos decir, de manera incorrecta, que cierta persona “no tiene ética", queriendo decir que es inmoral. Nos referimos igualmente a ciertos actos como "actos éticos" queriendo decir que son "moralmente buenos". Calificamos, en resumen, un acto o una persona indistintamente como "ético" o como "moral", o bien como "no ético" o "inmoral". Por si fuera poco, acostumbramos hablar de sociedades desmoralizadas, o de individuos que se sienten "con la moral alta" o "con la moral baja", en fin: usamos de manera tan laxa estos conceptos, que se ha generado una confusión en torno a todo lo que tiene que ver con la ética y la moral. Quizá lo anterior sea válido para el lenguaje cotidiano, porque de acuerdo a cada contexto, nos entendemos unos a otros. El problema comienza cuando transportamos esa misma laxitud al lenguaje específicamente académico, ya sea éste científico o filosófico. Surgen entonces concepciones y hasta libros sobre moral, que ostentan abiertamente el título de “Ética”. Esto es muy grave; porque una cosa es pensar y enseñar a pensar, y otra muy diferente, es adoctrinar. Pero vayamos por partes.En estas cuestiones –como en todas- es recomendable acudir a quienes saben del tema. Porque todos tenemos derecho a opinar, pero una cosa es una opinión, y otra es un conocimiento bien fundamentado. Los filósofos que han dedicado sus vidas a pensar y escribir sobre estas cuestiones, han llevado a cabo una diferenciación radical entre ética y moral. Quizá el problema para comprenderlos sea que sus reflexiones están inmersas en sistemas filosóficos muy complejos, que sólo quedan al alcance de los especialistas, y no del público en general. Y a ello debemos agregar que cada filósofo usa términos propios, y que las traducciones que por dos mil quinientos años se han hecho de ellos a nuestro idioma –casi siempre del griego, latín, alemán o francés- no suelen coincidir. Pero no hagamos de este problema algo más complicado de lo que ya es: tratemos de presentar este asunto tan complejo, de la manera más sencilla posible. Para ayudarnos en nuestra búsqueda, lo mejor será acudir a la etimología de las palabras. Pero no para guiarnos por medio de una lengua "muerta", sino precisamente para buscar lo "vivo" de nuestras palabras en sus orígenes; lo que aún perdura de ellas en nuestro lenguaje y, por lo mismo, en nosotros. Las palabras nos hablan; desde Platón y Aristóteles hasta Heidegger, podemos ver que las palabras nos hablan de su significado original y sus transformaciones. Y el análisis de esa cadena de significados puede llevarnos a comprender los nuevos sentidos que las palabras han tenido a lo largo de su historia; hemos de ver, pues, cómo el sentido de nuestros vocablos se ha transformado, y a qué obedece esa transformación. Las palabras clave son "ética" y "moral", procedentes del griego la primera, y del latín la segunda. Comencemos por esta última, que ofrece menos complicaciones: moral significa costumbre; su uso en latín siempre indica las costumbres de una sociedad. La moral, pues, consiste en un conjunto de costumbres que han sido elevadas a nivel de normas, y que se proponen como el marco regulativo para una sociedad. En ese sentido una moral pide “seguidores”, requiere individuos que la sigan sin cuestionarla, y tiene, por lo mismo, un cierto carácter gregario. De hecho no existe una cosa así como “la” moral; existen diferentes morales, pues ésta varía a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo: en la Grecia clásica, un hombre maduro que sólo tuviera esposa, levantaba sospechas: “Algo tendrá, ya que no tiene también un hombre amante... ¡Qué cosa más rara!” dirían los griegos de entonces. Hoy en día no pensamos así. De hecho en el tema de la homosexualidad nos ubicamos en el extremo más opuesto a Grecia , nuestra sociedad padece una homofobia radical, y lo que hace 2500 años era “bueno”, ahora es “malo”. Tenemos pues que las morales son las costumbres, y como tales, cambian. A lo largo de la historia existen tanto teorías morales como prácticas morales, de manera que la diferencia entre ética y moral no es la misma que existe entre teoría y práctica. La teoría moral se caracteriza por la pretensión de justificar una serie de dogmas que, como tales, son considerados como incuestionables. De ahí que la moral parta de ciertos presupuestos que no está dispuesta a cuestionar, y en ese sentido toda teoría moral posee respuestas antes de formular sus preguntas. Por su parte, en la práctica moral puede verse la relación del individuo con una moral y juzgarla como moralmente buena o moralmente mala. Esto es: “moral” no es sinónimo de “bueno”, sino que denota que una acción que puede ser juzgada como moralmente buena o moralmente mala, de acuerdo a la moral vigente. ¿Por qué surge la moral? Nietzsche ha insistido en que la moral surge como una imposición de un cierto grupo social frente a otro. Un grupo, al tener una posición de mayor fuerza, impone sus valores y su forma de concebir la vida a los demás. De esta manera, el que nace no decide qué valores va a tener: los encuentra de hecho en su sociedad, y si quiere integrarse a ella, debe simplemente seguirlos. Por lo anterior, el individuo moral pierde de vista que la capacidad de crear valores es una prerrogativa humana, y con ello reduce y deprime su propia capacidad para autorregularse. Se entrega sin cuestionamiento a normas impuestas como absolutas por una sociedad, una religión o una institución, y es calificado como un individuo "moralmente bueno" por su sociedad. Así, el "buen hombre" que sigue las normas establecidas sin cuestionarlas, o la beata que no olvida uno sólo de los mandamientos impuestos por la religión, son personas que tienen y siguen una moral: siguen una serie de códigos, que vienen impuestos desde el exterior, no desde su interior. Lo que le faltaría a este tipo de personas "moralmente buenas", es algo que sólo puede provenir del interior del individuo: la convicción que brota del autocuestionamiento, la deliberación libre y auténtica, y por supuesto, la libre elección6 . Esto sólo puede existir cuando se ejerce la capacidad humana de pensar, de detenerse antes de actuar, antes de seguir una norma y preguntarse ¿por qué hago esto? ¿por qué "debo" hacerlo? ¿estoy actuando por convicción, por conveniencia, o por inercia? ¿estoy actuando como quiero o como debo? Y ¿qué relación ha de existir entre mi "querer" y mi "deber"? ¿debo hacer lo que quiero o lo que debo? ¿o debo elevar a nivel de deber absoluto precisamente aquello que más quiero? Es en esos momentos en los que se interpone una mediación reflexiva entre el individuo y la norma. La relación con la norma ya no es inmediata: se encuentra mediada por la reflexión, por las capacidades críticas del individuo. Aquí es cuando surge la ética: cuando se deja de seguir sin cuestionamiento alguno las normas que la sociedad, el partido, el Estado, la iglesia, o en general el mundo exterior impone. En ese sentido es que decimos que la ética es el pensamiento filosófico sobre lo moral. La acción ética -a diferencia de la acción moral- implica una reflexión, una interiorización, pero implica por lo mismo la valentía necesaria para la autenticidad. La moral no exige tanto; sólo exige cumplimiento. La ética demanda el valor necesario para enfrentar la moral, requiere individuos capaces de romper con ella y crear algo nuevo, esto es: requiere valentía para ser libres, libres no solo “de”, sino ante todo, libres “para”: para comprometerse con la creación propia, con los valores propios. La ética es pues, parte de la filosofía, y como tal consiste esencialmente en un constante cuestionamiento del ámbito de lo moral. Y digo “del ámbito de lo moral” porque la ética no sólo cuestiona las diferentes morales, sino que puede pensar y analizar conceptos morales, puede estudiar lo que son los valores, cómo surgen y porqué, y en general puede investigar cualquier hecho relacionado con lo moral. En resumen, entre el individuo moral que actúa y sus actos hay un paso inmediato; él no piensa; obedece. En cambio entre el individuo ético y sus actos existe el cuestionamiento, la deliberación y la libre elección. Dicho en palabras de Kant, la moral es heterónoma; en ella el individuo sigue múltiples normas exteriores sin cuestionarlas, mientras que la ética es autónoma; el individuo éticamente bueno es aquel que ha llegado por sus propias capacidades a crear sus propios valores, y se impone a sí mismo una ley autónoma tomando en cuenta las limitantes de toda acción. Mucha tinta ha corrido desde hace 2400 años, sobre la manera de plantear y tratar los problemas éticos. Pero ya Platón dejaba en claro tres cuestiones fundamentales que requiere la ética para ser tal: 1) Deliberar la cuestión por medio de la razón, y no de sentimientos 2) Pensar por cuenta propia sin hacer caso de lo que diga la mayoría. 3) No ser nunca injustos. Parece, pues, que la esencia de la ética estriba en el ejercicio de la capacidad de pensar: sapere aude, diría Kant: atrévete a saber, atrévete a pensar por ti mismo. Ahora bien: ¿para qué ser éticos si podemos ser morales? Y ¿cómo lograr ser individuos éticos? La respuesta a estas dos cuestiones se encuentra escondida detrás de los significados que históricamente ha tenido la palabra eethos, de donde viene nuestra palabra “ética”. Ya para los tiempos de Aristóteles, ésta tenía su historia. Pero nosotros tendremos que ir más allá del mismo Aristóteles para comprender a fondo el vocablo. Vayamos a los textos homéricos. Es Heidegger quien ha resaltado el hecho de que en Homero el vocablo eethos8 aparece como la “guarida” de los animales, como el lugar en donde el animal se salva de las inclemencias del tiempo o de sus predadores. El eethos-guarida, diría yo, es el hábitat más propio del animal, en donde éste se siente más seguro. Retengamos ese sentido de la palabra eethos, el más viejo, el más originario, y prosigamos el recorrido histórico. Con el tiempo, el sentido de la palabra eethos cambió, y se comenzó a usar la palabra ethos9 con una sola vocal simple. Esto sucede después de la escritura de los textos homéricos, y ese momento responde a un cambio en el significado: ya no significará “guarida o hábitat”, sino “costumbre o hábito”. Y el que insista en introducir una familia de palabras no es cuestión baladí: hábitat y hábito (al igual que sus predecesoras eethos y ethos) son palabras que pertenecen a una familia de significados, y cuando se nos presenta una familia de significados, tenemos que estar en guardia; las relaciones entre las palabras nos hablan de relaciones entre los hechos. Aristóteles nos cuenta cómo finalmente esta palabra, ethos, que quería decir costumbre o hábito, con el tiempo volvió a cambiar. Se flexionó nuevamente la vocal, se volvió a escribir con vocal doble, pero no regresó al significado originario de “guarida”, sino que comenzó a significar “carácter”: carácter moral. Este cambio nos indica, según Aristóteles, que el carácter moral tiene de hecho algo que ver con el hábito o costumbre: que el carácter se adquiere o se conquista por medio del hábito o, para decirlo con palabras de hoy, por medio de la disciplina. De hecho, podemos decir que el carácter moral se adquiere, sin darse cuenta a veces, por medio de las costumbres, y el carácter ético se conquista, con muchos esfuerzos, por medio de las costumbres. Recapitulemos: El primer significado de ηθοδ (eethos homérico) es guarida o hábitat. El segundo significado de εθοδ (ethos posthomérico) es costumbre o hábito. El tercer significado de ηθοδ (eethos aristotélico) es carácter ético o moral. Preguntémonos ahora ¿qué nos dice esta familia de significados? ¿En qué sentido la ética puede ser para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, una guarida, una costumbre o un carácter ético o moral? Diré que, desde mi perspectiva, el significado de eethos-guarida resuena en la ética de hoy; la ética puede ser en efecto nuestra guarida, nuestra salvación. ¿De quién o de qué nos salvamos en la ética? Nos salvamos en más de un sentido. Primeramente, la ética nos salva de la corrupción del alma. Sócrates, el padre de la ética, enseñó con su muerte que es peor cometer el mal que recibirlo: el verdadero mal es aquel que nosotros hacemos, no el que se hace contra nuestra. Porque el mal que nosotros hacemos daña nuestra ψυχη, nuestra psiqué, que para Sócrates es la verdadera identidad del ser humano; es lo que somos. Por eso es peor dañar que ser dañado, y la ética nos salva de dañar, de cometer el mal; la ética nos salva de nosotros mismos, de nuestra propia ambición o mezquindad, de nuestras propias debilidades humanas: nos salva de caer, porque es menos malo –dirá Sócrates en su Apología- ser alcanzados por la muerte que ser alcanzados por el mal. Hay algo más valioso que la vida: la vida digna, la vida buena. Pero también la ética es guarida por salvarnos de las inclemencias de la moral. Nacemos en una sociedad con una moral que nosotros no elegimos. Hay otros que la han elegido, y vivimos la vida con una mirada prestada, tomada de otros; valoramos como “uno” valora, pensamos como “uno” piensa, y vivimos como “uno” vive. Así, pronto aprendemos que uno no dice esas cosas en público, uno no hace tal o cual cosa, uno debe obedecer . La ética nos salva de ser “uno” más del montón de borreguitos buenos, y nos lleva a pensar por cuenta propia, para seguir normas propias: la ética nos salva de la moral. Es necesario estar dispuestos a ser inmorales, si se quiere ser ético. Sócrates fue un inmoral; por eso lo condenaron a muerte; no es raro encontrar individuos éticamente auténticos, que sean inmorales para la sociedad, pero lo más usual es encontrar aquellos que siendo moralmente “buenos”, son personas sin ninguna ética personal, que siguen ciertas normas “por encimita” sólo para cubrir el expediente. Para el individuo ético el compromiso adquirido es muy superior a aquel que adquiere un agente moral. Ante una falla moral el individuo puede decir: “es que yo no inventé esa norma, y me resulta muy difícil”. Pero ante una falla ética, el individuo falla ante sí mismo: “yo me comprometí a esto, y me he fallado a mí mismo”: eso sí duele. El compromiso ético es más fuerte, más demandante y más doloroso en caso de fallar. ¿Por qué y para qué buscarlo entonces? ¿Para qué lanzarse a las inclemencias de la ética si se puede estar tan a gusto en la moral? La moral nos hace sentir en casa, y nos brinda el calor humano. La ética nos lanza a la soledad y nos hace más difícil encontrar comprensión. Pero quizá el móvil hacia la ética sea el mismo que aquel que nos lleva al resto de la filosofía: un cierto anhelo de verdad, el amor al pensamiento libre y a la libertad de acción: eso es lo que nos hace ser propiamente humanos. Y eso perdemos al ser morales: la moral nos lleva a seguir normas ajenas, creadas por otros, y a no tener el valor de cuestionarlas ni de pensar por cuenta propia. Y eso es peligroso. Un ejemplo del peligro inherente a la moral lo encontramos, en la aplicación del siguiente precepto moral, comúnmente aceptado: “Debes cumplir con tus promesas”. Pero si el individuo se da cuenta de que arruinará su vida y la de otros por cumplir una promesa, ¿debe cumplirla? Otro ejemplo: “No mentirás”. Pero si mentir hace sufrir menos a alguien y no daña a nadie, ¿no debiéramos mentir? Romper con una norma moral implica ser inmoral; quien miente o no cumple una promesa es inmoral; pero hay ocasiones en que uno debe ser inmoral en pos de un principio superior; un principio ético. A Hegel le gustaba poner como ejemplo de esto a Antígona: ella rompe las leyes de su ciudad por seguir una ley superior: la ley del amor. Si lo pensamos, encontraremos miles de ejemplos del peligro inherente a la moral. Nietzsche hablaba de la necesidad de una ética prometeica: una ética sacrílega, capaz de quebrantar las normas impuestas por los mismos dioses, por amor al crecimiento de la vida . Creería yo que con estas reflexiones, surgidas en torno a la ética como guarida, he contestado parcialmente la pregunta por el “para qué” de la ética, esto es: ¿para qué ser éticos y no morales?: Para vivir en la propia casa; para vivir la vida de manera más propia, auténtica, más comprometida y más vital. Pero, ¿cómo hacerlo? La respuesta la encontramos en el paso que da Aristóteles al hablar del ethos-costumbre y su transformación al eethos-carácter. Las costumbres o hábitos, nos dice este pensador, se van incorporando a nuestro propio ser. En ese sentido el ser humano está en constante cambio, y nuestro destino se teje con base en las costumbres que elegimos: nuestro carácter traza nuestro destino. Como dijo el poeta, cada quien es el arquitecto de su propio destino. Si elegimos costumbres injustas, actuaremos de manera injusta, y esas acciones no serán algo aislado que quede ahí: ellas se incorporan a nuestro ser. Una acción injusta pasa a ser parte del ser que la realiza, y si a ella se suma otra, y otra más, entonces “acciones semejantes –dice Aristóteles- llaman a hábitos semejantes”: el individuo tendrá el hábito de la injusticia. Y una vez que se tiene ese hábito, al cobijarlo en el propio ser, pronto éste deviene en carácter, en el anterior ejemplo, un carácter injusto. Por eso es importante elegir correctamente los hábitos: en ellos radica esa forma de ser adquirida, esa segunda naturaleza que Aristóteles llama carácter. Cualquier persona, pues, tiene un eethos-carácter. Pero podemos decir que es un carácter ético sólo cuando éste ha sido conformado de manera activa, deliberativa y libre; cuando el individuo ha elegido conscientemente su propio ser; de otra manera se trata de un carácter moral. Y aquí viene muy al caso aquella bella metáfora del pensador renacentista Pico de la Mirandola que nos relata la creación del mundo. Pico habla de cómo cada ser creado acudía a Dios, para que Él le otorgase una cierta forma de ser: Dios le daba su ser a cada ente. Al ave le decía: tú volarás, y harás tal y cual cosa. Al pez; tú nadarás, y vivirás de tal forma. Y cuando se acercó el turno del ser humano, Dios le dio el más bello regalo: no le dio nada; no le dio ser. Le dejó en libertad de adquirirlo, y le dijo más o menos esto: "No te daré una forma, ni una función específica. Por tal motivo, tú tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo constreñida a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío... No te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que tú podrás transformarte a ti mismo, en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia, como si fueras una bestia. O podrás en cambio, renacer mas allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, y serás como los Dioses." Esto es: el regalo de Dios al ser humano, fue su libertad, y con ello la más alta dignidad. Es ésta una bella metáfora de lo que el ser humano es: no es nada, no es; deviene, llega a ser a lo largo de su vida. Llega a ser Gandhi o Hitler, Beethoven o un asesino, un amante de la vida o un suicida. El pensamiento ético es una invitación a elegir nuestro ser, a dejar de obedecer o funcionar como autómatas y comenzar a pensar y elegir. Por eso la libertad es la esencia de la ética. La moral no puede llevarse a cabo con individuos libres; requiere simples seguidores. La ética no puede realizarse con simples seguidores: requiere individuos libres. La moral entrega “a las puertas de su casa” un lindo paquete con diez mandamientos y una nota que dice: “La cosa es sencilla; sígalos y nunca los cuestione”. La ética en cambio es más complicada. No entrega nada, nos deja inmersos en un mar de dudas que demandan cuestionamiento y honestidad, y requiere de mucho valor para enfrentar lo establecido, lo cual puede llagar a costar muy caro, como le ha pasado a todos “los Sócrates” que al retar la moral de su época encontraron la muerte. Pero la ética es el único ámbito en el que ejercemos la auténtica libertad. Vale la pena ser inmorales, si a cambio se logra ser éticos. En ese sentido, la inmoralidad puede ser una gran virtud. Que sea propia y no prestada la mirada con la que vemos el mundo, la forma en que lo valoramos y la manera en que vivimos y convivimos, es, creo yo, el objetivo fundamental de toda ética.
Tomado de: http://www.bioderecho.org.mx/internas/apologia_de_la_inmoralidad.htm

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