lunes, 17 de diciembre de 2007

Más alla del bien y del mal - Nietzsche


Nietzsche piensa que hay dos clases de hombres: los señores y los esclavos, que han dado distinto sentido a la moral. Para los señores, el binomio «bien-mal» equivale a «noble-despreciable». Desprecian como malo todo aquello que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital. Aprecian como bueno, en cambio, todo lo superior y altivo, fuerte y dominador. La moral de los señores se basa en la fe en sí mismo, el orgullo propio. Por el contrario, la moral de los esclavos nace de los oprimidos y débiles, comienza por condenar los valores y las cualidades de los poderosos. Una vez denigrado el poderío, el dominio, la gloria de los señores, el esclavo procede a decretar como «buenas» las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio, la paciencia, la humildad. Los esclavos inventan una moral que haga más llevadera su condición de esclavos. Como tienen que obedecer a los señores, los esclavos dicen que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Como los esclavos son débiles promueven valores como la mansedumbre y la misericordia. Critican el egoísmo y la fuerza. Examinando la etimología de las palabra alemanas gut («bueno»), schlecht («malo») y böse («malvado»). Nietzsche sostuvo que la distinción entre el bien y el mal fue originalmente descriptiva, o sea, una referencia amoral a aquéllos que eran privilegiados (los amos), en contraste con los que eran inferiores (los esclavos). El contraste bueno/malo surge cuando los esclavos se vengan convirtiendo los atributos de la supremacía en vicios. Si los favorecidos (los «buenos») eran poderosos, se decía que los sumisos heredarían la Tierra. El orgullo se volvió pecado. Caridad, humildad y obediencia reemplazaron competencia, orgullo y autonomía. Clave para el triunfo de la moral de esclavo fue su presunción de ser la única verdadera moral. El hombre del rebaño es el camello que sólo sabe decir sí, que carga alegre con pesados deberes, arrodillándose para recibirlos mejor. Es el sujeto-sustrato de la tradición occidental, el hombre que parpadea,el de risa tonta y parloteo incesante, el que chasquea la lengua después de cada frase emitida en la plaza pública. Es el hombre que no sabe vivir en soledad, el hombre que teme las alturas: he aquí el que cultiva la moral de los esclavos, he aquí el esclavo de la moral del Bien y del Mal. Este es el hombre desconocedor de la fisiología, de que hay un bueno y un malo para cada humano y para cada momento, el hombre que ama los fundamentos, el creyente en trasmundos (metafísicos, morales, religiosos, políticos). Es éste el hombre que se siente protegido en medio del rebaño: jamás pondrá en duda sus concepciones más allá de lo que los demás, explícita o implícitamente, se lo permiten, más allá de lo que su propio decadentismo consiente. Este hombre somos cada uno de nosotros en tanto no tomamos la decisión por una moral de la distancia, estos esclavos somos nosotros al creer que porque una vez tomamos la decisión ya estamos, de una vez y para siempre en esta moral, estos seres somos todos y cada uno si nos sentamos tranquilos después de morder la cabeza de la serpiente. No es posible reír constantemente, pero para acceder a la superación, es necesario, cada vez, reír como el pastor de Zaratustra[vi]. Aunque Nietzsche dio una genealogía de la moral de esclavo y de amo, siempre sostuvo que esta genealogía era una tipología ahistórica de rasgos en toda persona.