Por Armando Martiní Pietri - @ArmandoMartini
Según él mismo escribió y publicó, el secretario de la MUD no se explica los reclamos y preguntas de los ciudadanos a los cuales, teóricamente, la Mesa de la Unidad Democrática defiende de los abusos del régimen. Los mismos a los cuales prometen una Venezuela distinta una vez, se vaya el Gobierno de Nicolás Maduro y el oficialismo castro-chavo-madurista.
Podríamos concluir que, con ninguno o poco peso político -al final no es más que un personaje de escasa trascendencia en radio, proyectado por un cargo que comparado con su antecesor le queda grande-, va del timbo al tambo según le indiquen sus jefes, pues hoy en día no está claro si la MUD que asegura dialogar es de tres o de cuatro y los demás, al limbo político, no cuentan. La verdad sea dicha, estábamos malacostumbrados por la sobriedad, juicio y sapiencia de Ramón Guillermo Aveledo.
No terminamos de entender que el funcionario de una organización como ésa no tiene -ni de lejos- el mando del secretario general de un partido, con lo cual, sin personalidad política, al asistente del multipartido le quedan demasiadas opiniones que consultar, coordinar, combinar y, lo más difícil, analizar. Es bien conocido que ningún dirigente político dice nada directo, siempre apunta en una dirección para acertar otra y evitar algunas. Es el arte de la simulación y el uso amplio, abusivo e indiscriminado de la doble, triple e incluso varias caras.
Ni siquiera sus orígenes comunistas lo ayudan; quizás le pasó como a su amigo Nicolás en Cuba, que estuvo. Pero ni entendió ni aprendió. Lo del marxismo-leninismo no es sencillo. Quienes hayan leído, o al menos empezado, el voluminoso e intragable El Capital de Karl Marx, estarán de acuerdo con que el comunismo original, aparte de inaplicable y fracasado, no es para cualquiera.
Retornemos al tema, esas preguntas el secretario debe hacérselas a sus jefes, pues son ellos quienes deberían estar al tanto de lo que piensan de verdad los ciudadanos, la enorme frustración que los agobia, la creciente percepción de que el oficialismo es quien controla e impone.
A estas alturas de la vida y agitada carrera, debería saber, que esas preguntas debe hacérselas internamente, porque no sólo convendría conocer las respuestas -las correctas, no las que convienen-, sino que han sido ellos quienes han venido degenerando la fe y el entusiasmo populares hasta la compleja situación actual de decepción y derrumbe de la esperanza. Están atiborrados de contradicciones.
Convendría que el secretario hablara menos, y cuando lo hiciese tuviera muy en cuenta que se dirige a una población defraudada que cada día les cree menos. Es absolutamente cierta la conclusión que él mismo expone, “hemos sido engañados como unos niños, como pendejos se han burlado, nos han timado y peor nos han robado sueños y esperanza”, agregando que la gente siente que eso nos lo ha hecho el oficialismo, pero que buena parte de la MUD también forma parte –por omisión, ineptitud o egoísta conveniencia- del fraude perpetrado. Murió el revocatorio, feneció la Carta Democrática, pereció el juicio político, expiro la enmienda, la renuncia, la doble nacionalidad, la transición, no liberaron a los presos políticos, se olvidaron y despreciaron los esfuerzos de Almagro y ex presidentes, en fin. ¡Señores fracasaron, asúmanlo!
Debe sumar el secretario que alardea de su conocimiento del pueblo y de la calle, que está rodeado de la indignación y del reconcomio de padres y madres de familia desesperados en el temor y la angustia constante por las vidas, la salud y la educación de sus hijos, porque no importa cuánto trabajen y se esfuercen no tendrán lo suficiente para buena parte de la canasta alimentaria; gente que no va al cine porque no tiene con qué pagar ni las cotufas; debe aguantarse el peor servicio de transporte público cada vez más caro y atiborrado, que se debate entre sindicatos que sacrifican a los trabajadores por el oficialismo y los que con extrema dificultad consiguen ajustes salariales que, no importa de cuánto sean, nunca alcanzan para vivir digna y decorosamente.
El insulso secretario debe dejarse de maisantadas y delirios de un pueblo que cada día le hace menos caso, que aburre, que se ha quedado en el aparato. No lo culpamos más allá de su sosería. Él es el secretario de lobos que andan en manada mientras les sea conveniente a sus intereses y no tengan otra salida, fieras que salivan soñando con un poder que ellos mismos retrasan porque no logran entusiasmar; políticos jóvenes con malos hábitos viejos.
Ninguno de ellos se parece a los padres fundadores de la democracia, ideólogos y cultos, que cometían errores y aprendían, a diferencia hoy, que no sólo perpetran traspiés sino que, aún peor, no aprenden porque no lo entienden como equivocaciones, siempre están seguros de que tienen la razón y son los demás quienes se equivocan. Sufren el defecto deleznable de la prepotencia y ego, ni siquiera intentan hacer algún acto de arrepentimiento.
Por eso echan a un lado, silencian, abandonan a quienes hablan con claridad. Les incomodan los que les exigen fortalezas que no tienen, los tachan de radicales y hasta de traidores; se apartan de las grandes mujeres que siguen teniendo la admiración y el respeto de la gente, que ve en ellas líderes que no se doblan, que no salen a la calle a hablarles desde tarimas a los manifestantes, sino que marchan con ellos sin miedo cara a la represión, como las grandes venezolanas, las auténticas herederas de la gloria histórica, que son. Esposas y madres que no sólo no le temen a la vida, sino que como forjadoras de los nuevos venezolanos actúan, hacen observaciones, plantean correcciones. No buscan ni permiten la sumisión del pueblo sino su formación.
Quienes cuestionan son problemáticos, reclaman explicaciones, demandan soluciones, acciones concretas y, sobretodo, coherencia con lo ofrecido y sin cumplirse. Si algunos dirigentes se excedieron -y lo hicieron- es hora de que aclaren, den cuentas y pidan disculpas; no sólo porque lo prometido fue evadido por el Gobierno –lerdo en la administración, pero astuto en trabar, hacer trucos y asegurar el poder- sino porque siendo políticos profesionales no supieron prever ni se prepararon y no alertaron a los ciudadanos lo que podía suceder.
Ése es el problema, y el secretario debe saberlo sin necesidad de hacer preguntas. Hacerlas demuestra incapacidad. Y si está convencido, si conoce bien como deberían ser las respuestas verdaderas, las que no se confiesan, lo digno sería tener la honestidad y decoro de renunciar a un cargo que merece alguien mejor que él -o peor, nunca se sabe.