Por: Dr. Angel Oropeza - @angeloropeza182 - Psicólogo Social - Una
de las estrategias sobre las cuales el Gobierno cifra sus esperanzas de
triunfo el próximo 7 de octubre consiste en desmovilizar a la
oposición. La lectura de los asesores electorales del bando oficialista
es que si la abstención aumenta producto de la desmovilización de los
sectores opositores, su porcentaje de votos duros podrían, aún siendo
minoría, ser suficientes para darles el triunfo.
Esta estrategia tiene varias versiones o, si se quiere, varias modalidades de expresión. Las más frecuentes son: el triunfalismo amedrentador, según el cual la victoria del Presidente no solo es irreversible, y por supuesto no vale la pena siquiera pensar en enfrentarlo, sino que hacerlo puede traer consecuencias personales negativas para quien lo intente; el reforzamiento de las sospechas sobre el secreto del voto; el mantenimiento de la matriz de un fraude electoral ya montado; la prédica de que solo Chávez es garantía de orden, y que su derrota provocaría una ola de caos y violencia; y la tesis de que, no importa lo que ocurra, la oposición aún teniendo los votos- no podrá desplazar al actual gobierno, bien sea porque no le reconozcan su triunfo o, en su modalidad más folclórica, porque Chávez no le dé la gana de entregar el poder.
Lo cierto es que estas distintas modalidades de desmovilización, han terminado generando en algunos sectores un cuadro que la Psicología Social ha descrito como indefensión o desesperanza aprendida. Según este concepto, cuando las personas aprenden que los resultados deseados no dependen de sus conductas voluntarias, desarrollan una "indefensión aprendida", que es el estado psicológico que resulta cuando se percibe que los acontecimientos que se dan en su entorno son incontrolables. Los efectos de la indefensión aprendida van desde déficits motivacionales ("me rindo", "contra esto no se puede"), hasta cognitivos ("yo creo que no vamos a ganar").
La generación y continuo reforzamiento de desesperanza aprendida es una constante estratégica de la administración chavecista. No solo se trata de desestimular la organización popular opositora, sino de consolidar progresivamente un piso actitudinal de aceptación y resignación colectivas sobre las cuales edificar su modelo de dominación. Si la mayoría de la población se convence vía desesperanza aprendida- que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que lo que ocurre es inevitable, que solo queda rendirse porque no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación, sin necesidad de recurrir a la represión o al uso de la fuerza, comienza a echar raíces y a ser percibido como inevitable e irreversible. No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos. Tampoco es casualidad que esta estrategia sea sugerida por los famosos manuales de guerra psicológica (" psy-war "), tan utilizados por los organismos de inteligencia de los regímenes fascistas, según la cual la población debe ser "sometida psicológicamente" mediante la generación progresiva desde el gobierno de 4 estadios emocionales: incertidumbre (frente al rumbo de los acontecimientos y de su propio futuro), angustia (que provoca paralización), desesperanza (convencimiento de que no hay nada que hacer) y, finalmente, resignación y entrega.
Decía Alí Primera que "quien vive en la oscurana, con mucha luz se encandila". Este ha sido el gobierno más longevo de los últimos 2 siglos en Venezuela, solo superado en duración por la administración de otro militar, Juan Vicente Gómez. Es lógico que después de tanto tiempo, mucha gente crea que está condenada a seguirlo sufriendo. El mismo Libertador se refería esto, cuando explicaba las desventajas de tener mucho tiempo a una sola persona en el poder, por aquello de que el pueblo se acostumbra a obedecerle. Y no sólo eso: lo más grave es que termine pensando que es inevitable, y que no importa lo que se haga, nada se puede hacer para llevarlo a término.
La calle, las últimas encuestas, y las reacciones de desesperación y perplejidad del propio presidente y sus burócratas, que no se explican cómo el pueblo ya les dio la espalda, son la mejor evidencia que la realidad política cambió, y el país se asoma a un amanecer distinto. Solo falta que empecemos a superar la desesperanza inteligentemente cultivada por el Gobierno desde hace casi 3 lustros, y comencemos a darnos cuenta que el país que queremos está a la vuelta de la esquina, y que solo depende de nosotros. En el momento en que la mayoría de la población se convenza de lo que está ocurriendo, y que nada puede impedir la voluntad de un pueblo cuando se decide a algo, simplemente estaremos definiendo el resultado electoral de octubre.
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