miércoles, 29 de octubre de 2008

Los Sacerdotes en el Mundo


Los Sacerdotes en el Mundo - Texto de la conferencia a los sacerdotes de la Diócesis de Guarenas, en una reunión general del clero - 1. Las visiones sobre el mundoEs indudable que el punto de partida de una reflexión sobre el papel de los sacerdotes en el mundo y su relación con él, supone el establecimiento de algunas de las visiones que sobre él imperan en el pensamiento e ideologías dominantes. Esta tarea, sin embargo, no es fácil, siendo que tales visiones del mundo dependerán, en buena medida, de la plataforma que se tenga como punto de partida. Así, por ejemplo, una será la visión del mundo que tenga la ciencia, la técnica y la tecnología, y otra muy diferente será la visión del mundo que manejen los medios de comunicación social. Mientras que para las primeras el mundo es objeto de estudio y de dominación, para los segundo el mundo es el escenario del acontecimiento de una historia que tiene que ser contada y referida a través de diferentes medios de expresión y difusión. Pero existe otra variante más: ¿Qué tiene que ver la visión del mundo que tiene la ciencia, la técnica y la tecnología, y la de los medios de comunicación social, con la visión que maneja el común de la gente y de la sociedad? La ciencia, la técnica, la tecnología y los medios de comunicación social proyectan una determinada visión del mundo que influye notoriamente en la visión del común de la gente; pero esta misma gente es capaz, en oportunidades, de tomar distancia crítica sobre estas cosmovisiones, formándose así su propia visión del mundo y de la realidad.Lo anterior arroja una problemática mucho más aguda todavía, y que tiene que ver con la realidad del mundo considerado desde visiones fragmentadas. Hoy, a diferencia de la Edad Media, donde existía una visión única del mundo y de la realidad, asistimos a tantas visiones del mundo como ideologías imperantes existen. ¿Cuál de estas visiones del mundo es la que se sujeta a lo que el mundo es en sí mismo? No es posible hacer una opción por una sola visión del mundo, so pena de encontrarnos ante un reduccionismo empobrecedor, que impide el ideal de una visión lo más cercana posible al ideal de una visión integral. Más aún, son estas visiones unilaterales las que en definitiva producen los fundamentalismos económicos, ideológicos, políticos y religiosos, que acaban en acciones terroristas. El ex Maestro de nuestra Orden, Fray Timothy Radcliffe, citando a William Blake, recogía la siguiente oración: “Que Dios nos libre de una única visión y del sueño de Newton”. Hablando sobre el fundamentalismo, dice el ex Maestro de la Orden: “Es esta unicidad de visión lo que constituye la otra cara de la modernidad. Su expresión más agresiva puede hallarse en el fundamentalismo religioso. La muerte de los siete monjes, en Mayo, asesinados por los fundamentalistas islámicos, se yergue como un símbolo vigoroso frente al fundamentalismo que es tan característico de casi todas las religiones al final de este milenio. El cristianismo no es inmune a ello, ya sea en el fundamentalismo bíblico en el que fácilmente puede caer el protestantismo, o bien en el fundamentalismo dogmático fácil tentación para algunos católicos.”La raíz de todo fundamentalismo está en “las visiones únicas” y en la consideración de tales visiones como absolutas. Dos, a mi parecer, son los fundamentalismos más destructivos a que ha asistido la humanidad en la historia. En primer lugar, los fundamentalismos religiosos, que han llevado –y siguen llevando hoy- a las matanzas masivas en nombre del “dios” de una determinada religión. ¿Ha habido una religión que no haya sentido la necesidad de impulsar “guerras santas” en nombre de su dios? Las guerras religiosas revisten una muy variada y sofisticada forma de guerra, que van desde cruentas batallas hasta los mecanismos más imperceptibles de persecución religiosa, pero que no pasan de ser situaciones que, una vez desenmascaradas, bien pueden merecer el calificativo de “cacería de brujas”. En segundo lugar, los fundamentalismos originados por las dos grandes ideologías: el comunismo y el capitalismo. Dos visiones encontradas en una permanente pugna y que han cobrado un sin número de víctimas inocentes que son enrolados en los respectivos mecanismos de muerte de ambas ideología. El martillo y la hoz, símbolos de comunismo, indubitablemente indican los mecanismos destructivos y devastadores de esta ideología. Pero la ideología de mercado, de la compra y de la venta, con su visión netamente comercial, reduce al ser humano a la simple categoría de objeto que debe entrar en los planes de la productividad, de la compra, la venta y la competitividad. Junto a estas dos grandes manifestaciones de fundamentalismo, podríamos ubicar una tercera: los fundamentalismos que originan las discriminaciones raciales y étnicas. El siglo XX fue escenario de las más sangrientas luchas por razones de tipo racial y de carácter étnico, precisamente cuando los abanderados de la ideología de la globalización por vía de las telecomunicaciones se empeñan en considerar el mundo como una “aldea”.La existencia de los fundamentalismos como consecuencias de las “visiones únicas”, entra en entera contradicción con la mentalidad que se va imponiendo en el mundo contemporáneo, en el que actitudes como la tolerancia, el respeto a la diferencia y el reconocimiento del derecho de las minorías, van siendo exigencias que las distintas ideologías pretenden hacer parte del sentido común y del testimonio de las conciencias individuales y colectivas. Se rechaza, por ende, toda expresión de totalitarismo, de absolutismo y autocracia; se considera como un delito la discriminación, y las fobias son declaradas como miedos ocultos e irracionales que actúan como agentes paralizantes del dinamismo tanto del conocimiento como de la historia. Todo fundamentalismo y todas sus manifestaciones no van más allá de ser verdaderos agentes de terrorismo, destrucción y muerte.2. ¿Cuál es la visión que del mundo maneja la Iglesia católica?La visión del mundo que maneja la Iglesia ha conocido una notable evolución. En los primeros siglos del cristianismo y motivado por la visión joánica del mundo como lo opuesto a Dios, el mundo fue considerado como uno de los “enemigos” del alma. Esta visión se agudizó mucho más cuando en el 313, con el “edicto de Milán” y la asunción del cristianismo como religión oficial del imperio, la vida cristiana fue despojada del radicalismo propio del Evangelio. Esto, a su vez, originó que muchos cristianos huyeran al desierto, con el fin de vivir la radicalidad del cristianismo en las exigencias de la vida evangélica; aparecen así los eremitorios, los cenobios y, posteriormente, los monasterios como lugares en los que los hombres –en este caso monjes- se dedicaran a la oración, a la celebración del Oficio Divino, a la lectura de la Escritura y a la búsqueda constante de la perfección. Los monasterios que progresivamente se fueron acogiendo a la “Regla” de San Benito fueron identificados como “escuelas del divino servicio”, en tanto que ofrecían un espacio propicio para “librarse” de los efectos negativos del mundo en el servicio de Dios. Esto es lo que técnicamente hablando pasó a llamarse “la fuga mundi”.De la época del primer período patrístico procede el siguiente texto, que refleja la visión del mundo que vengo comentando, y que pertenece a la “Carta a Diogneto”: “… los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. (…) El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo.” En este texto es evidente la influencia de la antropología platónica, unida a la visión del mundo como enemigo de Dios. Lo que causa desconcierto, en cierto sentido, es que este texto sigue teniendo una influencia, al menos material, en el contexto presente, considerando que este texto se corresponde con la segunda lectura del Oficio de lectura del miércoles de la V semana del tiempo pascual.Esta visión del mundo como enemigo del alma, contra el que había que luchar y del que había que librarse, se va transmitiendo de generación en generación, sobre todo en los catecismos y en las instrucciones de vida cristiana. La lucha contra el mundo y la búsqueda de liberación respecto de él ya no será ideal que sólo busquen los monjes, los frailes y los clérigos, sino que será propuesto como un ideal a seguir por todos los cristianos que deseen una vida de perfección. Las corrientes espirituales originadas por la llamada “devotio moderna”, en el siglo XIV acentúan esta visión del mundo. De esta época es el famoso librito (que Pío XII califica como “áureo”) llamado “La imitación de Cristo”. En efecto, el título completo de este libro, que tanta influencia ha ejercido en la espiritualidad cristiana de Occidente, es “De la imitación de Cristo y menosprecio del mundo”. La espiritualidad que surge con la reforma y la contrarreforma acentuará esta visión del mundo, que es posible encontrar en los clásicos de la espiritualidad del siglo XVI, como lo son las obras de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Juan de Ávila, Fray Luis de Granada y San Ignacio de Loyola. Este último ejercerá una influencia de incalculable alcance a través de sus “Ejercicios espirituales”.La consecuencia de esta visión del mundo trajo como consecuencia, dentro de la moral y de la praxis cristiana en general, un desentendimiento del los cristianos respecto de los llamados compromisos temporales. Lógicamente si el mundo era un enemigo contra el que había que luchar, ¿qué sentido tenía cualquier compromiso en el mundo que no fuera una lucha contra él? Los devocionarios y los manuales de ascética y mística ofrecían una detallada forma de librarse del mundo. Si esto fue así para los cristianos en general, para los monjes, los frailes y los clérigos el asunto se planteaban de manera más radical, puesto que el estado religioso y clerical se consideraba como un medio expedito para librarse de lo que se consideraba como las insidias del mundo. Sin embargo, aquí hay que situarse en el plano de lo ideal y de lo real. De modo ideal se planteaba para el cristiano en general y para el clérigo en particular, el desentendimiento del mundo; pero es notorio que el compromiso con el poder temporal siempre fue algo concomitante a la Iglesia, hasta bien entrado el siglo XIX, con la pérdida de los estados pontificios. No obstante esta pérdida de poder para la Iglesia, la alianza de la institución eclesiástica con el poder sigue siendo una constante todavía hoy.El panorama en cuanto a la visión del mundo cambió notablemente con la llamada “nueva teología” y el giro antropocéntrico de la misma, en la primera mitad del siglo XX. Los movimientos que dieron origen a estas nuevas corrientes de la teología, en su intento de volver a las fuentes, lograron una nueva visión del mundo desde la fe, dando lugar, si se quiere, a una visión optimista del mismo, lo cual se vio reflejado, por ejemplo, en la Constitución Pastoral “Gaudium et spes”, del Concilio Vaticano II. Esta visión optimista del mundo tiene lugar, entre otras cosas, habida cuenta el progreso que conoce, sobre todo, el continente europeo cuando logra superar los efectos devastadores de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta visión optimista del mundo contrasta notablemente con la visión que se desprende de los pueblos de América Latina, sometidos a una situación de subdesarrollo y pobreza extrema. Este optimismo respecto del mundo tiene como positivo la consideración del mismo como espacio donde se realiza el plan de salvación de Dios llevado a cabo en Cristo. El mundo es sujeto de salvación y no un enemigo del que hay que librarse. El optimismo sobre el mundo no impide reconocer que en él se dan las fuerzas del pecado que, como afirmaciones desordenadas de la voluntad y libertad humanas, se oponen a la realización del reino de Dios. Pronto en la teología se conocieron afirmaciones como “el mundo, lugar del Evangelio” (Bruno Forte). El P. Edward Schillebeeckx parafraseando la afirmación de San Cipriano, “fuera de la Iglesia no hay salvación”, llegará a afirmar que “fuera del mundo no hay salvación”, como expresión de la consideración del mismo como lugar donde es posible que acontezca la gracia de Dios. El mundo es creación de Dios y, en él, el hombre está llamado a recibir la oferta de salvación de Dios en Cristo.En la consideración de la visión del mundo por parte de la Iglesia sucede, no obstante, lo que con muchas otras realidades en el seno de la misma Iglesia: a la par que una visión positiva del mundo, no dejan de haber al interno de la Iglesia movimientos y corrientes de espiritualidad que se resisten de manera brutal a la aceptación de las nuevas comprensiones de la fe. No es extraño encontrarse, pues, con instituciones clericales, congregaciones religiosas, movimientos de espiritualidad, movimientos laicales… con un tinte marcadamente neoconservador y fundamentalista, que siguen considerando al mundo como opuesto a Dios, engendrando una visión de la fe y una expresión de la espiritualidad con un carácter de evasión de cuanto tenga que ver con el compromiso en el mundo, en la sociedad y en la política. De tales visiones se aprovechan, sobre todo, los políticos demagogos y los pseudos intelectuales cuando ven amenazados sus intereses por las denuncias proféticas de la Iglesia, afirmando que los eclesiásticos deben permanecer al margen de todo lo que tenga que ver con un compromiso político en medio del mundo.3. ¿Cómo ubicarse el sacerdote en medio del mundo?La respuesta a esta pregunta obliga a remitirse al decreto “Presbiterorum Ordinis”, sobre los sacerdotes, del Concilio Vaticano II, donde leemos:“Los presbíteros, tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús, Hijo de Dios, enviado a los hombres por el Padre, vivió entre nosotros y quiso asemejarse en todo a sus hermanos, fuera del pecado. Ya lo imitaron los santos Apóstoles, y el bienaventurado Pablo, doctor de las gentes, <> (Rom 1,1), atestigua que se hizo a sí mismo todo para todos, para salvarlos a todos. Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del Pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama.No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones. Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen con este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y busquen incluso atraer a las que no pertenecen todavía a este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo y se forme un solo rebaño y un solo Pastor.Mucho ayudan para conseguir esto las virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad del corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación por la justicia, la urbanidad y otras cualidades que recomienda el Apóstol Pablo cuando escribe: <<>>. (Fil. 4,8)”.El texto anterior ubica el sacerdocio desde la perspectiva cristológica y eclesiológica. Los sacerdotes, por medio del sacramento del orden, participan del sacerdocio de Cristo para el bien y para la salvación de los fieles. Esto tiene su fundamento en Cristo Sacerdote, enviado del Padre al mundo para consumar su plan de salvación en favor de todos los hombres. Este ministerio se realiza en la Iglesia y a través de ella. Así, pues, si el sacerdocio es un don de Dios al mundo, a través de la Iglesia, con miras a la salvación de los hombres, se sigue que los sacerdotes no deben permanecer ajenos ni ser extraños al mundo al que son enviados. Sin embargo, cabe aquí destacar algunas reglas de discernimiento.3.1 Desde un sano sentido de la realidadLa ubicación y la postura de una persona –en este caso de un sacerdote- suponen un sentido del mundo, que viene dado por el conocimiento y la consideración que se tenga del mismo. Es preciso, por lo tanto, tener un acercamiento que suponga un suficiente conocimiento de su realidad, a través de los distintos mecanismos de análisis e información, que permita, a su vez, un conocimiento global y de síntesis, evitando así cualquier conocimiento fragmentario y sesgado. Las visiones únicas, las visiones cerradas, proceden de un conocimiento parcial del mundo y de la realidad que impiden ver más allá de las propias convicciones en torno a una determinada realidad. Sólo a través de una visión de conjunto, que integre en sí una visión de síntesis, será posible mirar al mundo con un sano sentido de la realidad, que evite anatematizarlo –como lo completamente opuesto a Dios- o canonizarlo, ignorando en él todo el potencial que pueda existir para oponerse el plan de Dios.El primero de los medios a que se debe acudir para el conocimiento del mundo en que vivimos son los de carácter informativo. Si bien es verdad que los medios de comunicación social están condicionados por la ideología que los sustenta, no es menos cierto que éstos ofrecen la posibilidad de obtener una visión de conjunto tanto del mundo como de lo que en él acontece. El condicionamiento de los medios de comunicación social, lejos de execrarlos, nos debe impulsar a asumir una postura crítica respecto de ellos, intentado siempre evaluar el nivel de objetividad que transmitan en la narración informativa. También es preciso no quedarse con una visión informativa, con una narrativa informativa específica; es necesario, por el contrario, intentar acercarse a todas las tendencias informativas, de modo que sea posible el contraste, la diversidad y la capacidad de comparar. Los medios de comunicación social –impresos, auditivos y audiovisuales- exigen siempre de suyo una capacidad de lectura y análisis críticos, que nos permitan realizar el debido discernimiento. La parcialidad informativa y los condicionamientos ideológicos en los medios de comunicación social se han visto, de una manera muy marcada, en la presente polarización política existente en el país. Por un lado, los medios informativos privados se esfuerzan en transmitir una visión que a todas luces desfavorece al régimen de turno; por su parte, los medios de comunicación sustentados por el Estado (de una manera mucho más evidente) busca ofrecer una visión de la realidad que favorezca y aúpe las gestiones del actual régimen. ¿Cuál de las dos tendencias tiene la razón? En principio, ninguna. En los momentos actuales del país el discernimiento y la distancia crítica respecto de los medios informativos y de opinión se hacen cada vez más perentorias.El segundo medio que nos permite un acercamiento a la realidad del mundo en que vivimos es el mundo intelectual. Por mundo intelectual entiendo aquí todo lo que tiene que ver con la producción de la inteligencia, la capacidad de especulación y el discurso racional. Los intelectuales, en este nivel, son los encargados de desentrañar la realidad que esconden en sí los hechos y el devenir de los acontecimientos del mundo y de la historia. Por esta razón, sin un discurso racional y especulativo los hechos del mundo y de la historia no serían más que sucesos que carecerían de sentido y consistencia. La realidad tiene en sí misma un sentido, aunque el mismo no se descubre en una primera instancia, sino que es preciso descubrirlo por los mecanismos propios de la inteligencia y la comprensión racional. El mundo intelectual abarca los sistemas filosóficos, los sistemas de pensamientos, las ideologías que entran en juego en el escenario mundial, de la producción científica, técnica y tecnológica; pero dentro de este marco también quedan comprendidos el mundo de las artes, de la literatura, la poesía, las artes plásticas y la música como canales de expresión del mundo del pensamiento y del sentimiento. Pero junto a todas estas producciones es necesario atender los sistemas de pensamiento que nacen como análisis descriptivos de las mismas y, sobre todo, como las críticas de que son susceptibles. Es esto lo que nos permite hablar de una filosofía del lenguaje, de la ciencia, de la historia, de la cultura y del arte… Sería, en definitiva, el pensamiento crítico de la ideología.Finalmente, a la realidad del mundo nos acercaremos a través de un proceso de atenta escucha a quienes viven a nuestro alrededor. Es una tentación constante para el clero y la jerarquía eclesiástica en general, considerarse los dueños absolutos del mundo del saber. La visión medieval de la Iglesia que controlaba el saber universal de las universidades, en cierto sentido sigue dominando algunas conciencias individuales y colectivas, aún y cuando la modernidad y el nacimiento de la racionalidad científico/técnica puso en evidencia que la Iglesia no era capaz de mantener el dominio del saber. Sin embargo, es típico de muchos eclesiásticos la falsa conciencia y la funesta ideología de considerar que es dueño absoluto del saber, que lo sabe todo, lo cual lo lleva a encerrarse en el círculo cerrado de la propia autosuficiencia, en este caso, intelectual. Esta falsa visión es lo que engendra la incapacidad de escucha y de prestar atención a las personas que viven a nuestro alrededor.Con bastante frecuencia –lo cual no deja de ser una notable falta de respeto- se escucha en algunos eclesiásticos afirmaciones que dan a entender la incapacidad de sus fieles para la comprensión y el acometimiento de determinadas empresas. Esta consideración es en sí misma falaz. Por un lado, está fuera de toda duda que la capacitación profesional es una constante en muchos fieles, lo cual los hace no sólo sujetos de comprensión, sino capaces de hacer interesantes aportes en distintos planos de la vida de la Iglesia. Por otro lado, quienes no han tenido acceso a una determinada capacitación profesional, normalmente han adquirido una suerte de sabiduría empírica, que también los sitúa en condición de comprensión y de hacer aportes necesarios a la vida de la fe en la Iglesia.Una de las razones por las cuales la predicación de la Iglesia resulta ineficaz –y en algunos casos impertinente e irrelevante- es por esta falta de capacidad, en algunos eclesiásticos, de escuchar las voces que vienen del pueblo; ya no sólo a las voces creyentes, sino también de aquellos que no creen, de los que cuestionan, critican, de los que no ven el sentido de la realidad que nosotros manejamos. Es por ello que no es de extrañar que la predicación de la Iglesia, en ocasiones, vaya paralela a lo que es la realidad cotidiana de los creyentes y de los no creyentes, de los practicantes y de los alejados. Pero también es evidente que la falta de sensibilidad que, unida a la falta de capacidad de escucha, es lo que ha contribuido a hacer más reducida la visión de la Iglesia, en algunos eclesiásticos, respecto del mundo. Si los eclesiásticos deseamos tener un sano sentido del mundo y de la realidad, es urgente la toma de conciencia de la necesidad de escucha y de sensibilidad… Escucha y sensibilidad para con todos, no sólo para los creyentes, los practicantes y devotos, sino para todos los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor, a lo cual nos debe animar la conciencia de que todos, en principio, son poseedores de buena voluntad, por más que vivan en lo que nuestra visión nos permita identificar como error o inmoralidad. Sin llegar a la ingenuidad extrema, la mala voluntad es algo que sólo hay que dar por hecho cuando ya se agoten todos los recursos para descubrir la buena voluntad en las personas.3.2 Desde una experiencia de feUna visión ideal del sacerdote es la consideración del mismo como un hombre de fe que, en el marco de una profunda experiencia creyente, fue capaz, en un momento dado de su vida, de responder a la iniciativa de Dios en su vida, que lo escogió para ser ministro de su gracia y dispensador de sus misterios. Por medio de la predicación autorizada de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos de la fe, ejerciendo con Cristo la función de enseñar, regir y santificar, el sacerdote continúa la obra de la salvación que Cristo llevó a efecto con su encarnación y con la entrega de sí mismo en favor de los hombres. De esto se desprende, ante todo, que no es posible concebir la vida ministerial en el sacerdocio si no es desde una profunda experiencia de fe, lo cual es equivalente a decir una profunda experiencia de Dios. Si esto no es así, lamentablemente el sacerdote no pasará de ser un mero funcionario y su ministerio pastoral será el ejercicio de funciones, a veces aisladas, inconexas e incoherentes.Cuando escribo estas reflexiones, el clero y muchos otros sectores de la sociedad, así como la opinión internacional, están a la expectativa de lo que se presume sea el “filtro” para impedir que las personas de condición homosexual, los que hayan tenido ese tipo de prácticas o los que apoyen la llamada cultura gay, sean ordenados sacerdotes. Está fuera de toda duda que no se trata de un tema marginal. Por el contrario, es un problema que exige un serio y concienzudo discernimiento, porque la respuesta a lo que se presupone como una iniciativa divina, no puede depender de una determinada orientación sexual que, dicho sea de paso, no ha sido objeto de elección y que, por tanto, no es susceptible de ser imputada moralmente como lícita o ilícito. La homosexualidad es un hecho humano que, en palabras del P. Edward Schillebeeckx, escapa de una valoración ética. Ahora bien, más radical aún me parece el problema de los candidatos a recibir el sacramento del orden y que no han tenido en sus vidas una experiencia creyente, una experiencia de fe. Esto se convierte en sí en la ocasión propicia para que el ministerio sacerdotal sufra sus peores ediciones y falsificaciones, pues se le considerará como una plataforma para escalar niveles en la sociedad y tener la posibilidad de subir de estatus económico. ¿Hay verdaderas intenciones de hacer discernimientos vocacionales que vayan más allá de una “cacería de brujas” para determinar quién es y quién no es homosexual? ¿Hay una voluntad férrea de discernir, acompañar y orientar las iniciales experiencias de Dios que llevan los candidatos al seminario a fin de que sean purificadas y consolidadas? La ubicación del sacerdote en el mundo y su relación con él, dependerá en muy buena medida de su experiencia creyente.Desde una experiencia de fe, el sacerdote puede reconocer el mundo como creación de Dios. El reconocimiento del mundo como creación de Dios lleva al reconocimiento, a su vez, de la bondad original y primigenia de todo cuanto existe y de todo lo que posee una condición creatural. En este sentido, la fe en Dios como creador de todo lo que existe libera de todo posible pesimismo maniqueo y nos sitúa en el ámbito de un optimismo de la gracia. La fe en Dios creador nos puede liberar, además, de todas aquellas visiones fatalistas que pululan en muchas de las ideologías contemporáneas, y que contribuyen a formar una falsa conciencia de la bondad del mundo.Pero una visión de fe no nos pude sustraer del reconocimiento y la aceptación de que en el mundo existe la posibilidad de situarse de espaldas a Dios por el pecado. El pecado es la afirmación desordenada de la voluntad y la libertad humana de cara a Dios, que no reconocen su dependencia respecto de él y que se ubican al margen de su existencia. El pecado siempre es una posibilidad antropológica, porque sólo el hombre se puede situar de espaldas a Dios, y esto lo hace en el mundo y en la historia que le ha tocado vivir. Porque existe el pecado como una posibilidad personal, existe el pecado en el plano estructural, en el plano institucional y en el plano social. El pecado no es un hecho aislado, sino que una realidad que tiene consecuencias y proyecciones en el mundo y en la sociedad. Por eso siguen siendo válidas expresiones como “el mundo como opuesto a Dios” o “el pecado del mundo”, en tanto que reflejan esta posibilidad del hombre de afirmar desordenadamente su autonomía con relación a Dios.Sin embargo, ni siquiera el pecado del mundo y el mundo como oponente de Dios pueden sugerirnos un pesimismo respecto del mundo. Y todo porque la última y más definitiva palabra de Dios con relación al mundo es la salvación, hecho que se llevó a cabo cuando el Jesucristo asumió la realidad de la naturaleza humana y, con ella, toda la realidad de un mundo y una historia concreta. Jesucristo en su pasión fue víctima del pecado del mundo, de la oposición de la historia a Dios; pero a partir de su resurrección de la muerte y de su victoria sobre el poder el pecado, el mundo se ha convertido en lugar de salvación y espacio de acontecimiento de la gracia como oferta perenne de Dios. Si la experiencia de fe nos revela la realidad del pecado del mundo y de la necesidad que el mundo tiene de salvación, marcaría nuestra identidad como ministros de reconciliación y enviados a seguir actuando en el mundo el acontecimiento de la salvación.Finalmente, una experiencia de fe nos debe llevar a vivir en el mundo los valores del Reino de Dios, que no son otros que los valores del Evangelio de Jesucristo, a saber: viviendo nuestra condición de hijos en el Hijo Jesús y expresando esta condición filial en una actitud de fraternidad que vaya más allá de las reducidas fronteras donde nos ubicamos, para abarcar a todos los hombres y mujeres que se convierten en destinatarios de nuestro mensaje de salvación.
Publicado en http://www.ideasteologicas.blogspot.com

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