Por: Gustavo Pazos
Como
ya estoy viejo, nadie me para bolas. Eso es normal en Venezuela. Hace
más de 40 años un amigo que tenía unos 70 años, llamado Vicente Arellano
Moreno, me dijo mientras libábamos unas cervezas en un bar de la
esquina del Chorro, “Cuando uno llega a viejo ni los hijos lo quieren”.
En esa oportunidad contaba con 21 años y no le paré bolas a esas
palabras, porque era un carajito. Hoy veo que es verdad. Pero la vida
hay que vivirla, solo o acompañado".
Ahora
mato mi tiempo entre Internet y la lectura, que es uno de los pocos
placeres que nos quedan, es quizás el único que perdura en el tiempo a
pesar de que tus capacidades estén deterioradas. Ustedes dirán, ya éste
está decrépito y va a empezar a hablar pendejadas. El que quiera leer
estas palabritas que lo haga y el que no quiera también y le doy las
GRACIAS.
Estuve
leyendo dos libros mucho más viejos que yo, uno titulado El Capitán
Tricofero, de Pedro María Morantes, conocido bajo el seudónimo de Pío
Gil, y el otro llamado Memorias de un venezolano de la decadencia, de
José Rafael Pocaterra. El primero enemigo acérrimo de Cipriano Castro y
el otro de Juan Vicente Gómez, quienes gobernaron entre los dos, treinta
y cinco años. Eran compadres, así como Chacumbele y Baduel o viceversa,
como ustedes quieran.
En
el de Pío Gil (1904) encontré un párrafo que decía: “El mérito en
Venezuela no vale nada, De nada sirve quemarse las pestañas estudiando
medicina, matemática o cualquier otra ciencia, lo importante es saber
adular”.
En
el de Pocaterra encontré: “el pecado de Venezuela con Castro y Gómez,
excluyendo escasas actitudes individuales, es un pecado colectivo,
general, habitual. La tramoya de la farsa castrista sacó al tablao la
peor clase de pícaros…. Las cosas fueron perdiendo su contorno… las
palabras se barnizaron…. entre tufos de rebaño, el pueblo navegó hacia
lo desconocido, comenzó a embrutecerse y a considerar normal lo
anormal”. El pueblo, agregaba Pocaterra: “se olvidaba de su condición.
Hacía chistes, burlábase de su propia miseria con ese triste cinismo de
los que vienen a menos sin energías vigilantes, ni protestas ni
remordimientos”. Pocaterra hablaba con desprecio por quienes preguntaban
por el “que se me da a mí”, de la misma manera que hoy despreciamos a
quienes solo piensan en el “cuanto hay pá eso”.
Desde
que Pocaterra describió nuestra tragedia bajo Castro y Gómez han pasado
cien años, y casi nada ha cambiado en el país. Las actitudes dignas
siguen siendo eminentemente individuales, Estos ciudadanos representan
un grupo de venezolanos dignos, valientes, dispuestos a todo para
conservar su decencia. ¿Cuántos son? No lo sabemos, pero no creo
quelleguen a constituir el 10 por ciento de la población, es decir,
menos de tres millones de venezolanos. Un contingente respetable pero
insuficiente para darle un vuelco radical a la situación de desesperanza
en la cual se encuentra el país, sobre todo porque no actúan de manera
concertada.
Del
otro lado de la talanquera se encuentran los venezolanos que han
decidido apoyar activamente al dictador, unos, la gran mayoría, por
interés material, para aprovechar su oportunidad de ”comer completo” de
los bienes nacionales, mientras que otros lo hacen porque anidan un
profundo resentimiento, ya sea por su fracaso político, profesional o
social o por haberse sentido excluidos en el pasado. Todos los
conocemos: Rangel, Cabello, Chacón, Maduro, Flores, Vivas, Nobrega,
Merentes, Aristóbulo, nombres que pasarán a nuestra historia como
cómplices y aprovechadores de una dictadura del siglo XIX en pleno siglo
XXI.
Este
grupo está viviendo su momento de poder, venganza y total impunidad.
Tiene acceso a lujos que les parecían inconcebibles años atrás. Lo que
podría haber sido un sueño en el plano de la justicia social, ese de un
ex-chofer de autobús cenando en el Tour D’Argent o de un ex-cantinero
militar (Chacumbele) viajando en un Airbus privado, apenas constituyen
hoy indicaciones del nivel de ineptitud y corrupción existente en el
régimen. Este grupo de cómplices activos de la dictadura pudiera
representar otro 10 por cientode la población, casi tres millones de
venezolanos que tienen acceso a las arcas nacionales y se han repartido
muchos miles de millones de dólares.
Hay
un tercer grupo de venezolanos que dicen ser servidores del estado o de
la nación, o profesionales u hombres y mujeres de negocios que dicen
ser políticamente asépticos pero quienes tienen agendas eminentemente
personales. Este es un grupo pequeño pero muy influyente. Están bien con
todos los gobiernos, democráticos o dictatoriales, sirven para
permanecer en la riqueza y en primera fila de importancia social. No
creo que lleguen a los 200.000. Son los Chaderton, Alvarez, Gustavo
Márquez o Toro Hardy. Los banqueros, los contratistas, los empresarios,
el alto mando militar, los “ïntelectuales” del dictador.
Este
grupo es quizás el más culpable de todos porque tienen la educación y
los recursos necesarios para no tener que venderse, pero lo hacen porque
quieren más dinero, más poder, “prestigio” social, una vida más
muelle. Pocaterra hablaba de esta calaña de gente como “contemplativos”.
Estaban en su “torre de marfil” hasta que llegaba la hora de la piñata
y, en ese momento, se lanzaban entre el estiércol como camellos. Son el
uno o el dos por ciento de la población, pero chupan la sangre de la
nación como millones de sanguijuelas.
Y
luego tenemos el grueso de la población, el 88 por ciento restante,
dividida a su vez, entre (1), quienes no comulgan con la dictadura, (2),
quienes piensan que están agarrando los mangos bajitos mientras esto
dure y (3), quienes dicen que nos les gustan ni los unos ni los otros
sino todo lo contrario.
El
primer grupo representa a la oposición. Este grupo se opone pero no va a
sacrificar su situación personal por oponerse. Puede votar en contra y
marchar pero no va a poner la carne en el asador. Siempre podrá esperar a
ver que pasa, siempre pensará que, mientras no le toque a él, la cosa
no está tan mala. Este grupo representa un tercio del grueso de la
población e incluye mucha clase media, una parte de los pobres y una
parte de los ricos.
El
segundo grupo está con Chávez porque les ha dado cariño, los ha
exaltado mientras insultaba al grupo de arriba. Se sienten tomados en
cuenta y les gusta la comida barata o gratis, la asistencia médica en
los barrios y graduarse de bachilleres y de universidad en poco tiempo y
sin mayores exigencias. Bastante de este sentimiento es genuino y no es
reprochable.
Sin
embargo, sus miembros no se dan cuenta de que su sentimiento de
bienestar es obtenido a expensas del desprecio del dictador por los
demás miembros de la sociedad venezolana. Y ya se empiezan a dar cuenta
de que recibir un pescado diario no es tan bueno como si lo enseñaran a
pescar. Este grupo representa otro 33 por ciento de la población.
Luego
tenemos a la otra tercera parte de la población, esa que dice que no
quiere volver al pasado pero que tampoco les gusta el presente. El
problema con ese grupo es que no van más allá de rechazar lo existente o
lo que ha existido, pero no proponen hacer algo nuevo. ¿Y entonces?
¿Cómo puede tan nutrido grupo ser válido sin presentar una alternativa?
La Venezuela de hoy exige una definición. A la hora de la verdad todo
ser humano debe asumir su responsabilidad.
Frente
a las dictaduras nuestro pueblo parece estar siempre disperso,
debilitado. Los ciudadanos pasivos no cuentan contra la dictadura. La
libertad parece importarles poco como concepto colectivo. Les interesa
más el concepto de libertad individual, su libertad. La entienden como
un privilegio de cada quien, pero no como una cualidad que debe ser de
toda la sociedad. Siempre parecen encontrar una buena razón para
minimizar la tragedia que representa la pérdida de libertad del vecino.
No se dan cuenta de que no hay diferencia entre los vecinos y ellos
mismos. La historia muestra que mañana vendrán por ellos.
Pocaterra
no se hubiese sorprendido de estas actitudes. Hubiera visto como los
hombres de uniforme se encuentran hoy mayormente corrompidos. No hay
excusa posible para que esos venezolanos acepten pasivamente la
humillación a la cual son sometidos por un paracaidista inculto. Los
civiles asisten pasivamente a la sistemática destrucción del país.
Debemos
saludar a quienes no aceptan este estado de cosas, a quienes luchan por
salir de esta pesadilla. Sobre estos venezolanos de excepción también
habló Pocaterra: “remueven rocas, cegan pantanos, de su trabajo solo
quedará el agotamiento final, para morir sin cruz de palo marcando el
sitio….
Es
más dulce echar siestas, con manos cuidadas y espíritu acicalado,
firmar papeles sin importancia, embriagarse…. Y agregaba…. “quedamos
[estos venezolanos dignos] para pasear una tristeza orgullosa de
hidalgos pobres en las ciudades del viejo mundo, traduciendo de otras
lenguas para vivir….”. Mientras tanto, viven de lo mejor en Venezuela
“los cocodrilos con charreteras” (los “boliburgueses”).
Ha
pasado un siglo y todo permanece igual. Encontraremos algún día el
camino de la grandeza? Recuerden que permanecer indiferentes o
neutrales ante una situación tan difícil como la que vivimos es más que
una cobardía, es UNA TRAICIÓN, a nuestros hijos, nietos, padres, etc.
Tomado de: http://redinternacionaldelcolectivo.blogspot.com
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