Por: Rafael Grooscors - grooscors81@gmail.com.-
"¿Cómo Volver a la Democracia Sin Violar a la Constitución?
El
18 de Octubre de 1945 ocurrió un hecho insólito en la historia de
Venezuela. Un golpe de estado, llamado Revolución por sus principales
protagonistas, desalojó del poder al último caudillo de la Restauradora
andina e instauró, para siempre, en la conducta política del venezolano,
la democracia, tal cual como la entiende la modernidad, en el tiempo
presente y en todo el Universo.
Como
un compromiso, en su pluralidad, de las grandes mayorías, el cual no
excluye la participación de las minorías, aún de aquellas que no
profesan respeto alguno por el sistema mismo, por cuanto la democracia
tiene que ser, por encima de cualquier otro carácter, signo o virtud, el
gobierno de todos, amplia y decisivamente representativo.
Revolución
llamaron a aquel golpe de estado, por cuanto su misión principalísima
era y fue, incorporar a todos los venezolanos al libre desempeño de sus
derechos civiles y políticos, dando el voto a los analfabetas, a las
mujeres y a los jóvenes de más de 18 años, por primera vez, en la tan
independizada patria de Bolívar.
Pero
Golpe de Estado por cuanto desconoció las órdenes de la Constitución
vigente, en tanto al mantenimiento de un régimen elitesco, extraño al
colectivo nacional, propiedad de una clase privilegiada, cuartelaria y
entreguista, para nada preocupada por los sentimientos, necesidades y
aspiraciones de los venezolanos.
Muchos
todavía discuten si fue o no oportuno el golpe de estado del 45 y hasta
un último best seller –“El Pasajero de Truman”, de Francisco Suniaga--
recapitula de nuevo, a la luz del presente, sucesos y testimonios sobre
aquellos acontecimientos, sin anular, en ningún momento, su cualidad
revolucionaria, la instauración, más que en la letra de las leyes, en
las mentes de los compatriotas, sin distinción de clases, ni de
ideologías, ni de raza, ni de religión, ni de sexo, ni de edad, la
democracia como estilo y sistema de vida y de gobierno, con la justicia y
la libertad como ejes principales de su sostenimiento, para que jamás
se aparte de su pensamiento y de su acción, la voluntad de no permitir
el desconocimiento de sus derechos esenciales como ciudadanos de una
soberanía específica.
¿Fue o no fue un buen golpe de estado el del 18 de octubre de 1945? Primero, que lo respondan los herederos del perezjimenismo, cuyo poder, abismal, tuvo que ceder a la presión popular y a la oportunísima participación puntual de nuestras fuerzas armadas, para abrirle de nuevo la puerta a la democracia, el 23 de enero de 1958, luego de la contumacia dictatorial de diez años de férrea dominación.
Y
que también lo respondan quienes se aventuraron en prácticas violentas,
insurreccionales, de nuevo cuño, aprendidas en las experiencias cubanas
de los años sesenta, a quienes la voluntad democrática de los
venezolanos, no sólo abandonó, sino que contribuyó a liquidar,
definitivamente, perdonando, si se quiere, a sus promotores y
obligándoles a reasumir los caminos del proceder democrático.
Que
lo respondan, asimismo, el dueño actual del poder nacional y sus
adláteres, obsesivos profetas del llamado socialismo bolivariano, para
quienes la democracia, deja de ser de todos, deja de ser alternativa,
deja de ser plural, deja de ser representativa, para ser, como la de la
URSS y la de Cuba, popular, protagónica y participativa, manera de
adjudicar su control a un solo grupo, pero de cualquier forma
identificando el sistema con el original instaurado el 45.
Reconocimiento, al fin, de que en el alma y en la mente de los
venezolanos, gobierno sin democracia carece de legitimidad y debe ser
desconocido, desacatado y destituido.
Es
verdad que el del 18 de octubre del 45 fue un golpe de estado, pero
para millones --¡millones!— de venezolanos, en los últimos 65 años, un
buen golpe de estado, mediante el cual se instauró la democracia,
sustituyendo una imperfecta Constitución por otra carta magna que nos
incorporó a la modernidad y a la justicia histórica. Alguien podría
decir lo mismo, en ánimo defensivo, con respecto a la extraña
composición política ocurrida en el país, en 1999, cuando se sustituyó,
subrepticia o sorpresivamente –lo alegamos nosotros— la muy completa
Constitución del 61 por la actual, probablemente menos blindada para
cubrir de riesgos la democracia que quieren todos los venezolanos.
Pero
esta sola debilidad no justificaría un nuevo golpe de estado, por lo
menos no un buen golpe de estado. Sin embargo, veamos parte importante
de lo que ha ocurrido en su ejercicio, el cual, en el mejor o en el peor
de los casos, ha servido, fundamentalmente, para entronizar en el poder
a un nuevo grupo dominante, el cual, como todos los otros anteriores
–el de Páez, el de los Monagas, el de Guzmán Blanco, el de Castro y
Gómez, el de Pérez Jiménez— aspira a eternizarse en la anécdota
histórica, a través de un Salvador (¡perdónanos Allende!) y un credo
específico, únicamente afirmado en las veleidades de un autócrata.
El 11 de abril del 2002, en desprecio del derecho a manifestar pacíficamente, como lo asume la democracia, el gobierno reprime a más de millón y medio de caraqueños, brutalmente, dejando un saldo, aún pendiente, de 19 muertos y centenares de heridos. El Presidente de la República, Comandante Supremo de las FAN bolivarianas, dio orden de aplicación de un cierto Plan Ávila, contra los manifestantes, justificándolo como una medida de imperiosa necesidad para proteger la estabilidad de su régimen.
Todos
sabemos quien era ese Presidente y todos sabemos en qué consistía el
denominado plan de defensa de su institucionalidad. Pero el hecho en
referencia, la represión de una acción civil callejera, de ciudadanos
responsables, no solamente violaba la Constitución del 99, sino que se
colocaba al margen de todos los tratados internacionales, suscriptos o
no suscriptos por el actual gobierno, en su énfasis en la defensa de los
derechos humanos, el de la vida principalmente. ¿Se justificaba o no se
justificaba en aquel momento, un buen golpe de estado? Los
acontecimientos inmediato-posteriores, respondieron la pregunta; no
obstante, la camarilla del poder contaba ya con las herramientas de la
manipulación, suficientes para criminalizar a quienes habían actuado en
defensa de los principios democráticos de la Constitución.
Pero
como comienza el desorden en el supuesto e imperfecto estado de
derecho; como hay que mantener una fachada democrática y revelar al
mundo la mejor de las intenciones políticas, se va entonces a un
referéndum revocatorio, el cual ajustaría las deudas del Primer
Mandatario con el pueblo que lo eligió.
Y ¡vaya!, luego de un proceso calamitoso de acciones y omisiones, por parte de la institucionalidad, toda bajo control estricto del Mandatario a revocar, se llega a la fecha en la cual se coronan todas las autoridades que proceden a destrozar la virginidad restante de una Constitución asaz violada.
El
referéndum pasa de revocatorio a ratificatorio, según caprichosa
interpretación constitucional del Tribunal Supremo de Justicia y el
Consejo Nacional Electoral, ya para entonces instrumentado con las
célebres máquinas de Smartmatic y las capta-huellas, “descubre” las
firmas planas e inhabilita a más de un millón de venezolanos para
ejercer su derecho al sufragio, en cuestión tan fundamental para el
destino de la República, “logrando” la ratificación del Primer
Mandatario, a pesar de que muchos, pero muchos, muchos, de los que lo
eligieron, decidieron revocarlo, sin contar al millón inhabilitado.
Toda
esta aventura plebiscitaria, más que referendaria, se hace a la luz del
día, por lo cual constituye un hecho público y notorio, prueba
suficiente de que, efectivamente, ocurrió y que mediante su ocurrencia,
una vez más, se violó, flagrantemente, la Constitución, con
responsabilidad comprobada de casi todas las autoridades vigentes.
¿Podría o no, por estas causas, justificarse un buen golpe de estado?
Y
la ronda de las violaciones continúa. Se inventan “las morochas”, ardid
electorero mediante el cual se puede dar un doble valor al voto de un
mismo elector y llenar de falsos representantes todo un Congreso, sin
que prospere ninguna denuncia, ninguna diligencia que ampare el derecho
de todos, siempre a favor de una minoría reinante, la cual engaña y
engaña, quizás hasta el cansancio.
La
célebre “lista Tascón” se enriquece con la “Maisanta” y se va a un
nuevo proceso. En protesta por las condiciones reinantes, los partidos
democráticos deciden no concurrir y el 17% de los electores –¡con la
abstención de más del 80% del REP!— “eligen” a los Diputados de la
actual Asamblea Nacional, para que se dediquen, ilegítimamente, a
legitimar al picaresco y ocurrente Presidente revocado.
Se
inhabilita a muchos; se persigue y se encarcela a otros; se cierran
canales de televisión y se amenaza a la prensa, en un concierto de
violaciones a los derechos humanos, a la Constitución y Leyes de la
República, así como a los Tratados Internacionales, en la medida en que
se alaba y se respalda a regímenes como los de la Cuba comunista, donde
en los últimos 50 años, la democracia ha sido solo un sueño de ancianos
con memoria.
Los
nuevos héroes del socialismo asiático, entretanto, se acercan al
rebelde escenario --¡fascinante!— de una Venezuela fascista, disfrazada
de democracia popular y cohabitante de un mundo al que no pertenece, aún
cuando es el productor petrolero que mantiene rodando los automotores
que pueblan las autopistas norteamericanas, muy concreta expresión del
capitalismo al que dice combatir. ¡Señor, señor!, ¿Qué es esto? ¿Se
justifica o no un buen golpe de estado?
Hay
más todavía, si no lo hemos olvidado. Se “fragua” otra consulta
popular, para reformar la Constitución y acercarla al ideario comunista,
llamado socialista para engañar incautos. Pese a todo su dominio, a
toda la trampa empleada, al índice fraudulento de las instituciones que
lo soportan, el “leader” pierde la consulta y casi desconoce los
resultados. Por lo que muchos piensan –pensamos— que casi hubo la
posibilidad de un buen golpe de estado. No hay dudas de que hay astucia.
Pero hay respuesta.
La historia no falla.
Se ha manipulado el REP; se han comprado las voluntades
institucionales; se ha transformado la moral del militar venezolano,
corrompiéndolo como nunca antes; se ha “homologado” la comunicación, con
una imponente presencia gubernamental; se ha hecho de todo para engañar
al venezolano y hacerle “comer” la tajada del manjar comunista, pero
una terca actitud democrática del pueblo –bien enseñado, tras un buen
golpe de estado, el del 18 de octubre del 45— ha impedido su
cubanización.
Se llega al 26S, muy
optimistas todos, muy unidos, pero aceptando la agenda farisaica del
régimen y ya vemos, ganamos con los votos, pero perdimos con la Ley. La
Ley impuesta, inconsulta, no constitucional, no lógica, no democrática.
La Ley electoral del “desorden ordenado”.
Ahora
entramos en la recta final, “la profundización del proceso”, a despecho
de la voluntad popular. Ahora le toca la mayor parte al aparato
productivo nacional, amenazadas sus empresas, tras expropiaciones
supuestamente justificadas por el interés nacional, mediante una
conversión en propiedad social de su gerencia, volviendo los ojos al
pasado, a la ilusión comunitaria del marxismo ortodoxo.
Respondemos esta pregunta final, la cual nosotros mismos nos hacemos, como se la estarán haciendo muchos venezolanos, con otra más, la que encabeza y titula esta narración ¿Qué tiene de malo un buen golpe de estado?
Tomado de: http://elrepublicanoliberal.blogspot.com
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