Una carta para el Doctor Herman Wuani Ettedgui
SIEMPRE HE CREÍDO QUE ERES ETERNO
Me
ha sorprendido la noticia de que algún quebranto te anda rondando. Y
cómo no sorprenderme si siempre he creído y creeré que eres eterno.
Que nada puede doblegar tu diminuta estatura de gigante. Que ni sequías
ni vendavales van a torcer tu camino hacia ese mágico consultorio, casi
oculto entre ventas de todo tipo y gente vociferando sus mercancías y
frutas, abalanzándose sobre la entrada del metro, deseosos de llegar a
alguna parte.
PASABAS CON LEVEDAD DE PÁJARO POR TU CASA
Tú
salías de tu Hospital, pasabas con levedad de pájaro por tu casa y de
allí te ibas a esa larga lista de pacientes que te aguardaban, a
sabiendas de que nadie más podría darles el diagnóstico que tu sola
mirada encontraba, aun antes de auscultar la fragancia de su corazón.
Imperturbable
en tu oficio, no le das rienda a los hilos de los que la gente se
quiere sujetar para huir de la disciplina de tus rituales. Si el enfermo
no coopera contigo, todo esfuerzo lo declaras inútil.
UN FAROLERO EN MEDIO DE LA OSCURIDAD
Sabes
que no existen fórmulas mágicas, brebajes encantados, ni milagros. Que
tenemos que ser capitanes de nuestra vida para que nuestros estrechos
bajeles no colapsen. Y tú eres como un farolero en mitad de la oscuridad
que siempre encuentra las causas y das las respuestas.
TUS MANOS CONOCEN EL CUERPO HUMANO CON LA DEDICACIÓN DE LOS ENAMORADOS DE UN OFICIO
Nunca
te dejaste convencer por las nuevas tecnologías. Sabes que ningún lente
tiene la capacidad de tu pupila para detectar el más lejano intruso. Y
tus manos, Herman, conocen el cuerpo humano en forma minuciosa, atenta y
con la fe de los enamorados de un oficio.
Reconoces
cada pliegue, los detalles, las colinas y las planicies. Y distingues,
en un segundo, en el viaje de tus dedos por un abdomen si se trata de
una hernia o un absceso, un tumor o una simple celulitis.
NO TE DEJAS ENGAÑAR POR LOS DOLORES QUE IRRADIABAN HACIA EL LADO OPUESTO DE LAS DOLENCIAS
No
te dejas engañar por los espejos de los dolores que se irradian hacia
el lado opuesto de las dolencias. Identificas la edad con sólo
escudriñar el anverso de los pies. Te sabes de memoria, como si fueses
un electrocardiógrafo, la estadística de los latidos y las
reverberaciones de las sístoles.
Cómo
entonces, Herman, podía yo pensar que un día algún ente extraño pudiera
interrumpir tu meticulosa, disciplinada y ceremoniosa travesía hacia
tus aposentos de sanación.
EN UN HOSPITAL JAMÁS FUISTE PACIENTE ERES Y SERÁS SIEMPRE EL MAESTRO
En
un hospital jamás fuiste paciente. Eres y serás siempre el maestro, el
sabio, que nunca se preocupa si los demás se enteran. Son tus alumnos
quienes beben sin límites, una enseñanza que se libra sobre el cuerpo y
la mente, el espíritu y el corazón, más que en los libros.
Sabes
que al médico no lo hace la lectura de muchos tratados, sino la pasión
que se le desborda ante un síntoma, una enfermedad, una dolencia que le
corresponde definir, precisar y sanar.
TUS ALUMNOS, COLEGAS Y PACIENTES DEL HOSPITAL VARGAS
CONOCEN EL SILENCIO DE TUS PASOS
Silencioso
en tus pasos, podías pasar desapercibido en una multitud, pero, Herman,
cómo saben de ti los pasillos del viejo hospital Vargas, tus colegas
profesores y médicos, los pacientes acomodados simétricamente en largas
salas, aguardando tus revistas, y el corredor que lleva hasta tu
consultorio.
TUS NUEVAS VISIONES SOBRE VIEJOS MALES
Y cuando no transitabas entre esos dos espacios de tu vivir, convertías la diminuta oficina de tu casa, en un laboratorio de investigación, un archivo de documentos y papeles que tú ordenabas, estudiabas y reparabas hasta producir nuevas visiones sobre viejos males, aproximaciones creadoras a tópicos largamente tratados, que tu pasión por el síntoma, como puerta abierta a causas mucho más complejas, podía siempre recrear y enriquecer.
Y
fue cuando supe que no había de qué sorprenderse, porque no te
detuviste ni un día en tu trabajo, que es tu pasión y tu vivir. Tu
destino y tu frugalidad. Supe que no había habido sorpresa, sino que,
como siempre lo hacías, le diste preferencia a tu andar.
NO QUISISTE QUE NADA INTERRUMPIERA TUS LECCIONES
Estás
terminando un libro y no quisiste que nada interrumpiera esas lecciones
que quieres dejar establecidas para los que vengan después de ti. Que
le dijiste a tu organismo que se esperara, que no había tiempo para
detenerse a guardar reposo y menos a entrar a un quirófano.
Y NO SÉ SI REGAÑARTE O ENTENDERTE
Tenías
una meta y quisiste concluirla antes de reconocer el más difícil de los
diagnósticos: el tuyo propio. Y no sé si regañarte por eso, o entender
ese tu compromiso a ciegas con tu misión y tu ser.
Siempre
había querido escribirte algo más que esas notas breves que se colaban
en una torta de cumpleaños o en una tarjeta decembrina. Para decirte lo
que tú tal vez intuyes pero no sabes del todo.
Estuviste
al lado de mi madre, cuando susurrando pidió que te llamaran y que le
rezaran el shemá. Te necesitaba a su lado para despedirse. Para que no
cayera el peso de ese silencio sobre nuestros atribulados corazones.
HAS ESTADO A NUESTRO LADO DESDE QUE TENGO CONOCIMIENTO DEL MUNDO
Y
has estado a nuestro lado desde que tengo conocimiento del mundo. Y doy
por descontado que siempre estarás allí, al alcance de nuestros
anhelos, cuando a uno de los hijos le alcance un dolor punzante, o de
una caída brote una herida que no reconozcamos si es grande o pequeña.
Estás
cada vez que alguien te necesita. Llegas callado y raudo a sofocar
incendios, a aliviar angustias, a sanar enfermedades y a calmar dolores.
Sin estridencias, leve como tus pasos, amoroso como tu mano extendida.
Y NO PIENSO RETRASAR MÁS ESTA CARTA
Y
no tengo intenciones Herman de dejarte salir con las tuyas. Y mucho
menos que pretendas ahora sentarte en una sala de espera, en vez de
ejercer tu mágico oficio de curandero, de científico, de conocedor de
todos los males que pueden rumiar en el interior de un organismo.
Como
médico internista no hay quien te gane diferenciando una pancreatitis
de una apendicitis, un herpes de una alergia, una bronquitis de un asma,
un desnivel bioquímico de un desorden alimentario.
Por
eso he venido a escribirte esta carta hoy. Una carta que te debía desde
hace mucho y que te he ido escribiendo cada uno de los días en los que
sabía que estabas allí y que sólo hacía falta unos pasos para irte a
buscar.
Quiero
que sepas cuánto te queremos, cuánto de ejemplo has sido para los
hijos, cuantas lecciones dejas tejidas sobre la humanidad de este expaís
roto y quebrado. Cuántos huertos has hecho crecer sobre jardines que ni
siquiera conoces.
Y NO TE MARCHARÁS SINO CUANDO TÚ LO DECIDAS
DESDE TU AMOR INDOBLEGABLE
Quiero
que sepas, Herman, que desde donde esté, voy trenzando guirnaldas de
energía, para que salgas de las terapias intensivas, recuperes tu
habitual languidez y concluyas tu libro, y lo presentes. Y puedas
encargarte tú mismo de sanar tus dolencias, hasta que tú decidas
marcharte sin agujas ni catéteres, sin vías externas o internas, sino
porque así lo decidiste, desde tu paso parsimonioso y tu amor
indoblegable.
Y
quiero que sea largo ese tiempo. Porque muchos te necesitan y
necesitamos. Y para que todos podamos dejar a tu costado las claves de
la alegría que has regado y riegas sobre este pedacito de tierra triste.
HASTA QUE SE DIBUJE PARA SIEMPRE EN TU ROSTRO LA MÁS GRANDE SONRISA QUE HAYAS TENIDO
Para
que la aparición de tu libro sea como la fiesta de un recién nacido que
se recibe con sonajeros y ofrendas, con recaderías de amor, y
predicciones de porvenir.
Para
que se multipliquen en tu rostro las más grandes sonrisas, y cobres
plena conciencia de que no tienes licencia para enfermarte. Que aún te
aguardan muchas tareas que cumplir, oficio que ejercer y proezas que
dejar cosidas en el ojal de este mundo enceguecido y mudo.
mery sananes
15 de julio del 2014
Quienes tienen o han tenido la
suerte de conocer a Herman Wuani, saben bien que me quedo corta. Y
quienes no, pueden asomarse a lo que llamaría una verdadera pasión por
el oficio.
Con
sus 85 años, y antes de que lo detuvieran algunos estragos, cada día
como un ritual hacía camino hacia el Hospital Vargas de Caracas a darle
continuidad a su labor docente y hacia un consultorio ubicado cerca del
Metro de Bellas Artes, donde siempre lo aguardaban pacientes. Se
reducían las horas pero no la entrega. Cada caso era material para sus
investigaciones. Y está próximo a aparecer uno de sus libros, en el que
trabaja incansablemente.
Sus
virtudes mayores: la austeridad, la sobriedad y la sencillez. Un sabio y
un médico eminente en todos los sentidos. Un ser humano excepcional.
Siempre fiel a las prácticas antiguas del médico a quien se podía
alcanzar a cualquier hora y que siempre atendía a quien lo necesitara o
requiriera, sin condiciones previas. Un ojo clínico verdaderamente
extraordinario. Un estudioso permanente y un investigador al día.
Radical con sus pacientes. No hay fórmulas mágicas. El médico
diagnostica, percibe, investiga, descubre. Lo demás es labor del
paciente. Su cambio de vida, la comprensión de lo que le ocurre y de sus
causas y su disposición a participar en el proceso de su propia
curación.
Su
vida y su pasión mayor: la Escuela de Medicina José María Vargas de la
Universidad Central de Venezuela. Había quienes podían hacer su carrera
en la Escuela Luis Razetti, en el Hospital Universitario y los predios
de la Ciudad Universitaria, y quienes la hacían en el Hospital Vargas.
Herman pertenece a la segunda. Los largos y antiguos corredores de esa
edificación son testigos de sus pasos. Y quien haya sido su discípulo no
olvida ni su nombre ni sus enseñanzas. Herman es un verdadero maestro
en el sentido más extendido de la palabra. Y esta carta es una manera de
honrarlo.
Gracias por asomarse a una vida inmensamente rica
en lecciones de todo tipo, en este expaís sin rumbo, sin ética, sin
justicia, sin humanidad. ms
Tomado de:
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