lunes, 22 de septiembre de 2008

Cuestión de principios


Por: Víctor Maldonado - victormaldonadoc@gmail.com - El presidente Chávez se ufana de presidir una revolución centrada en valores. Argumenta que su gobierno es nacionalista, no tolera la intervención extranjera, es antiimperialista, objeta el modelo económico del capitalismo, vela por los derechos humanos de los más débiles de la sociedad, y sostiene que el centro de la estrategia latinoamericana debe ser político. Pero cuando analizamos la práctica política del régimen vemos que los valores humanos del socialismo del siglo XXI se hacen jirones y terminan embadurnados de la conveniencia del momento. Por ejemplo, acepta la escisión de Osetia del Sur y Abjasia, pero le parece indignante la reacción autonómica de las provincias de Bolivia. Defiende "hasta con su sangre, si es posible" la integridad territorial de Bolivia, pero se ha mostrado más que interesado en dotar a las FARC de estatus beligerante y de la posibilidad de que administren una porción del territorio colombiano. Acusa a los Estados Unidos de intervencionistas, pero por otra parte amenaza con invadir a Bolivia, si le tocan un pelo a Evo. Exige para sí una línea de disciplina inalterable, pero disfruta al dirigirse directamente a los soldados colombianos, bolivianos o ecuatorianos, pasándose a toda la línea de mando sin pedir excusas o parecerle inapropiado. Practica una verborragia torrencial en los medios de comunicación, en las que se permite todas las indiscreciones posibles, y sin embargo reacciona ferozmente si un ministro de otro gobierno comenta su conducta o duda de la validez de sus propuestas. Rechaza la hegemonía militar "del imperio" pero parece estar desesperado por concertar unas bases militares rusas en suelo venezolano. Y en cuanto a los derechos humanos, depende. En ningún caso serán, por ejemplo, los de Nixon Moreno o los del prefecto del departamento de Pando, en Bolivia. Más bien defenderá los propios, advirtiendo detrás de cada sombra una conspiración magnicida, a la que ahora se suma el conspicuo José Vicente Rangel, experto montador de ollas noticiosas, a quien los achaques de la edad lo tienen viendo manos homicidas por todos los rincones de su casa. Por lo general los gobernantes mantienen un compromiso con la verdad. Tratan por lo tanto de no mentir, tal vez porque saben que al hacerlo se vuelven esclavos y rehenes de sus propias palabras. Pero eso tampoco es un problema para el nuestro, cuya capacidad para dar rienda suelta a sus delirios es proverbial. Inventa conspiraciones, persecuciones y atentados; inventa capacidades de control, inteligencia y seguimiento, que ni la CIA ha podido igualar; inventa obras y proyectos que no con todo el dinero del mundo se pueden hacer; se inventa aliados (o los compra) y últimamente se inventa silencios muy convenientes, como cuando le preguntan sobre un tal Antonini, o de sus viejas afinidades con las guerrillas. Inventa con la desesperación de alguien que se está ahogando, para ganar tiempo, o para no dejarse abatir por la ola que viene. Inventa para procurarse a sí mismo un mito que lo iguale con sus próceres. Inventa el asesinato del Libertador, la conjura de Santander, y por supuesto, la animadversión de todos aquellos que le resultan diferentes. Inventa mientras compra audiencias, mientras extorsiona gobiernos, mientras el chorro de petrodólares le sostiene un auditorio conveniente de leales y de mercenarios. Por lo que se ve, el único principio que vale la pena para el presidente es él mismo. El único valor es mantenerse en el poder, aun cuando estos dos objetivos lo hagan caer sistemáticamente en la contradicción y la mentira. Aun cuando la realidad sea una bofetada cotidiana en su rostro. Aun cuando en la emoción de un halago exitoso Aristóbulo confiese alguna que otra verdad: Que los tiranos y los criminales son ellos y no nosotros.

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