miércoles, 23 de julio de 2008

Una Historia Real contada por uno de los actores


Lo que les quiero contar, me vino a la memoria, a raíz de un incidente de mi amada hija de 8 años, con una preciosa pequeña que vive en nuestra casa, porque sus padres, son los encargados de mantenerla en buenas condiciones...
Hace unos 24 años, vivíamos en un edificio de departamentos de clase alta-media, en una colonia de la Ciudad de México, donde en esa época se concentraba la mayor población judía... Aunque mi familia no es judía pura y en esa época éramos clientes del templo católico del mismo barrio, el Rabino de la sinagoga, supo del caso por mis amigos y me mandó llamar...
Todo comenzó, porque en el edificio vivía una familia de de 4 niñas y tres niños, cuyos padres se encargaban de todo lo que hiciera falta, desde lavar autos, cambiar focos, pintar, destapar caños, subir borrachos, bajar y subir muebles, hacer mandados, cuidar niños, lavar alfombras, destrabar los asensores, conectar antenas, etc...
El mayor de los niños, se llama Santiago, y en ese entonces tenía tres defectos, a los ojos de los demás infantes que ahí vivíamos...
El primero, y que lo marcó desde el principio era por ser pobre, pues de alguna manera todos nos sentíamos con la facultad de hablarle y tratarlo como a un inferior...
El segundo, que al igual que todos sus hermanos, les cortaban el pelo en su propia casa, dejándolos tan cortos que se les miraban todas las descalabradas, quedándoles los cabellos parados, lo que les ganó, los motes de los erizos y los cocoteros...
El tercero y que lo distinguía, incluso de sus hermanos, es que era bizco, por lo que le pusimos el sobrenombre de "ojos tapatíos" , el "disidente" y "Beto", entre otros...
Santiago llevaba su vida en bajo volumen, casi no hablaba, cuando todos estábamos presumiendo, el se quedaba callado y miraba de lado pero con admiración a los que relatábamos nuestras proesas en Acapulco, o en la nieve, o en el Central Park...
En un lluvioso verano, estabamos en la azotea de un edificio en construcción, jugando a tirar globos con agua a los peatones, que transitaban por la calle, sintiéndonos la pandilla más temible de la zona, pues esa mañana habíamos vencido a nuestros rivales, en el futbol, en el parque...
De repente, se me vino la idea de hacer reir a mis compañeros, diciéndole "Chayote", a Santiago, (el chayote es un fruto lleno de espinas, como el pelo del niño), y que con su pelo estaba reventando los globos... Como me festejaron el chiste, Santiago reaccionó, queriéndome bajar el short, que había utilizado en el partido del parque, (bajar el short era una broma que siempre nos haciamos cuando jugábamos futbol, pero Santiago siempre jugaba con pantalones completos, así que probablemente era en lo único que se sentía superior)...
Al darme cuenta de las intenciones del niño, levanté istintivamente el pie, pegándole con el talón en la ceja del ojo malo, y como había restos de arena en el suelo, le abrí la piel al incrustarle un grano que tenía pegado en el zapato...
Cuando lo vi llorando, con un hilo de sangre en la cara, sentí una de las tristezas más profundas de toda mi vida, se le notaba lo mal alimentado y lo discriminado, hasta en la manera de llorar, siempre en bajo volumen...
Todos lo veían llorando y estaban expectantes por mi reacción, yo sentí unas ganas enormes de abrazarlo, de pedirle perdón y hasta de regalarle mi bicicleta, en ese entonces mi más grande orgullo... Pero siempre he sido soberbio, lo primero que le dije altaneramente fué que él había tenido la culpa, por tratar de bajarme los shorts, que si no fuese tan pendejo, no hubiera pasado nada, pero como siempre nunca ponía el ojo en la la mira...
Fue entonces, cuando se paró, y subiendo el volumen por primera vez en la vida, me dijo que yo era el único que siempre lo estaba chingando, que me burlaba de su ojo, de su pelo, de su familia y que me divertía haciendo que los demás me siguieran la corriente...
Aunque desde el principio supe que él tenía razón, no supe ser humilde y le dije, que siempre lo chingaba porque se pasaba de pendejo, y que ni siquiera para el fut bol (nuestro máximo valor) servía, porque el balón pesaba más que él y que si para colmo remataba con la cabeza, lo ponchaba...
Entre las risas de los demás, me dijo que nos creíamos mucho por ser ricos, pero que él no nos había nunca pedido nada, y se fue llorando...
Sentí ganas de pedirle perdón, pero como todos me estaban mirando, lo dejé irse, a la vez que le decía que ya se iba la niña a llorar con su mamá...
Pasaron los días, y Santiago se negaba a salir a jugar con nosotros, provocándome un velado malestar, pero que disimulaba de maravilla entre mis amigos, pero un día delante de todos, la mamá de Santiago me dijo: Dice Santiago que siempre creyó que eras su amigo, porque siempre lo hacías reir, pero ahora que le pegaste, ya ni siquiera lo vas a buscar, que le echas la culpa de todo lo que pasó...
Yo le contesté que todo había sido un accidente, que era él quien me había echado la culpa y que si no se quería juntar conmigo, pues que se juntara con las niñas...
El papá de uno de mis amigos que iba pasando, se quedó a oir toda la plática y cuando me oyó hablar se subió al asensor moviendo la cabeza en señal de desaprobación...
Al otro día por la mañana, el papá de Isaac, tocó en nuestra puerta informando de todo a mis padres y pidiéndoles permiso de llevarme con el Rabino esa misma tarde, a lo que mis padres accedieron...
A las siete de la noche, bañado, peinado con fijador y de traje, estaba esperando al papá de Isaac, en compañía de mi banda para ir con el Rabino, cuando lo vi aparecer, sentí que estaba en un lío bien gordo...
Nos fuimos caminando las dos calles que mediaban entre la Sinagoga y nuestro edificio, Isaac , su padre y yo...
Me dí cuenta que el Rabino estaba perfectamente informado hasta de los detalles, pues al ir narrando los hechos iba ennumerando todos los errores que cometí y las oportunidades que por soberbio, había desperdiciado para arreglar las cosas y sobre todo para dejar de hacerle daño a Santiago...
Cuando comencé a llorar el Rabino dijo que por lo menos, aunque tarde estaba comenzando a mostrar humildad, pero que me faltaba el coraje que se requiere para repara una falta de ese tamaño...
A mis nueve años, esas palabrabras me hicieron sentir el más vil de todos los humanos, y le contesté que sentía coraje, pero que fuera él quien me dijera como salvarme del infierno, pues no me había atrevido a reconocer mis culpas...
Entonces el Rabino dijo: A partir de mañana y hasta terminar el verano, irán Santiago y tu a trabajar a la tienda del señor Rosenbaum, en el centro, tú serás el protector de Santiago pero sin decirle, si tiene que cargar algo pesado, lo harás por él, tambien sin hacerlo evidente lo defenderás de cualquier persona, incluso del mejor de tus amigos, si alguien quiere bromear a su costa, verás la manera de que no lo hagan, que no coma alimentos insanos, ofreciéndole los tuyos si es necesario, le darás sin que él ni nadie lo sepa la mitad de tu sueldo, por lo que tú ganarás la mitad, y lo acompañarás a todas sus citas con el doctor para que lo curen de su ojo y además le vas a agradecer que te considere su amigo despues de haber actuado como su enemigo...
Le dije que estaba dispuesto a hacerlo para que Dios me perdonara, y el me contestó, que eso no era todo, que todos los días al bajarnos del metro, de regreso del trabajo, teníamos que pasar a la Sinagoga para hablar con él y demostrar que cumplimos con la sentencia...
Así lo hicimos durante las dos semanas que quedaban de vacaciones, pasabamos a ver al Rabino diariamente y muchas veces saliendo, a solicitud de Santiago, pasábamos a la Iglesia a dos cuadras, para pedirle al Santísimo que no lo dejaran ciego con la operación de su ojo...
Hasta la fecha, Santiago y yo somos amigos...

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