Por: Gustavo D. Perednik - El género de la utopía sionista está conformado por una decena de novelas publicadas aproximadamente entre 1880 y 1920, con el objeto de vislumbrar cómo sería un Estado judío renacido en la Tierra de Israel. La más popular fue Altneuland de Teodoro Herzl - Una de las menos conocidas fue escrita en francés por Jacques Bahar, en 1898, durante la tormenta del Caso Dreyfus. Su autor alude a la posibilidad de que el odio antijudío por parte de la cristiandad francesa se revirtiera en el recreado país hebreo, y pasara a ser rencor anticristiano por parte de la judería que retorna a su tierra ancestral. Bahar muestra que dicha transformació n sería imposible, y cabe reconocer que la historia le ha dado la razón… hasta hoy en día, en que grupos de cristianos de la región son persistentemente reprimidos por mahometanos, ante la sorprendente apatía de la cristiandad mundial. La realidad elemental del Medio Oriente es que una veintena de Estados árabe-musulmanes, varios pletóricos de petróleo, se negaron durante décadas a admitir en la región la existencia de un Estado judío democrático y sin recursos naturales, que cabe en los primeros nada menos que quinientas veces. En vez de dedicarse a hacer progresar a sus sociedades, las dictaduras del mundo árabe actuaron para destruir al pequeño Israel mientras, en general, Europa legitimaba el atropello por medio de desdibujar esa verdad cristalina y reemplazarla con el mito de un pueblo palestino despojado y oprimido. La distorsión, que pudo sostenerse en los medios europeos por medio de borrar una extraña verdad: los palestinos nunca hicieron nada para crear un Estado propio en los territorios que dicen reclamar, y ni siquiera lo reclamaron durante las décadas en que dichas tierras no estuvieron bajo administración israelí. Ese único dato podía tirar por la borda la mentira de la "liberación palestina" -y por ello fue cuidadosamente salteado por los medios. El móvil de los agresores (y el de sus protectores) era el odio contra Israel, que los llevaba, primero, a perdonar los peores crímenes cometidos en el mundo árabe-musulmán, aún cuando esos crímenes socavaran sus propios intereses. Así, la cristiandad se mostró indiferente en el pasado, cuando los cristianos del Líbano fueron masacrados por musulmanes, y se muestra igualmente apática en el presente, mientras en las zonas bajo autoridad palestina los cristianos son violentados y perseguidos. Empecemos por Gaza, uno de los seis territorios con mayor densidad demográfica de todo el mundo. Más pequeña que Andorra, Gaza tiene una población de casi un millón y medio de personas, de las que el 99,8% son musulmanes. Pero a los islamistas esa amplia mayoría no les basta, porque en su totalitarismo empedernido aspiran a la homogeneidad irredentista y cabal. Su actitud hacia los cristianos es parecida a su obsesión frente a Israel: no importa cuán pequeño sea el país judío porque su mera existencia quiebra un universo monocromo árabe-musulmán, al que no le alcanza ser más extenso Europa entera. Por ello, la diminuta minoría cristiana que reside en el lugar es objeto de agresiones, y para atenuarlas opta por un constante bajo perfil. Los 3.500 cristianos de Gaza están mayormente radicados en una zona comprendida por tres vecindarios: Zeitun, al-Daraj y Sheikh Radwan. Su nivel sociocultural es más alto que el del resto del la población, tienen un representante en el Consejo Legislativo del Hamás (Fuad Kamal al-Tawil), y cuentan con cinco escuelas: cuatro católicas y una ortodoxa. La gran mayoría del plantel docente de esa red es musulmán, así como los alumnos. De un total de 2.400 alumnos en las escuelas cristianas, menos de 300 son cristianos. Pero ni aún así les es suficiente a los islamistas, que aspiran a una Gaza uniforme sin católicos, un Medio Oriente parejo sin Israel, y un mundo puro sin infieles. Vivir bajo el miedo - Esa aspiración se expresa frecuentemente en violencia, sobre todo desde que hace un año el Hamás se apoderara por la fuerza de la franja de Gaza. La incitación contra instituciones cristianas (iglesias, escuelas, cafés, bibliotecas) ha aumentado debido a la supuesta laxitud de las mismas en imponer normas islámicas en la conducta cotidiana de su población. Durante la primera mitad de 2008 los cuatro ataques más notables fueron: el 10 de enero el "Ejército de los Creyentes" arremetió contra la Escuela Internacional de Bet Lahia; el 15 de febrero el "Ejército Islámico de la Tierra de Ribat", encabezado por Mumtaz Dughmush, hizo explotar una bomba en la biblioteca YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos); el 16 de mayo fue atacada (no por primera vez) la escuela Rahabat al-Wardia, dirigida por monjas; el 18 de mayo fue destruido el restaurante cercano a la Universidad Al-Quds. Nunca se castiga a culpables ya que el Hamás gobernante es parte del extremismo islamista. La mencionada banda de Dughmush actúa impunemente desde el barrio de Tzabra. Es la que, bajo distintos nombres, secuestró por cuatro meses al reportero de la BBC Alan Johnston y, el 25 de junio de 2006, al soldado israelí Guilad Shalit, cuyo destino desde entonces viene manteniendo en vilo a la sociedad israelí en su conjunto. Se supone que el grupo terrorista representa a al-Qaeda en Gaza. Con su proverbial impotencia política, el presidente palestino Abu Mazen se opone a la embestida islamista. En su discurso del 20 de junio de 2007 condenó el vandalismo contra las iglesias bajo control del Hamás, pero sus desoídos reparos no impidieron que el 8 de octubre fuera secuestrado y asesinado Rami Ayad, empleado de la Sociedad Bíblica, ni que el 31 de diciembre los Amigos de Sunnah Bayt al-Maqdis amenazaran con atacar a todo el que osara celebrar el Año Nuevo. Los cristianos son blancos de una furia colectiva engañosamente estimulada, tan artificial como la que se desató en el mundo medio año después de que se publicaran las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten. La ola de intolerancia también impregna los territorios gobernados por la Autoridad Nacional Palestina. Desde que a fines de 1995 ésta se hiciera cargo de la ciudad de Belén, centro espiritual del cristianismo, la población cristiana ha venido disminuyendo drásticamente. Durante la administració n israelí constituía el 90% de la ciudad, y en el presente ya ha descendido a menos del 25%. Apenas asumió la Autoridad Palestina, expandió los límites municipales de Belén para incorporar 30.000 musulmanes de los campos de refugiados de las cercanías, y así aseguró la siempre indispensable mayoría islámica. El Concejo Municipal, que tenía mayoría cristiana, fue expeditamente reemplazado por uno islámico. Hasta 1994, visitaban a Belén unos 150.000 turistas anuales. Desde entonces el promedio se ha rebajado menos de la quinta parte, debido a la intimidación de islamistas que quemaron locales de comerciantes cristianos, robaron su propiedad, y construyeron mezquitas frente a cada iglesia. El silencio de Europa frente a este despojo debería asombrar, a menos que se lo entienda como parte del sopor generalizado del Viejo Mundo ante su propia islamización. La libérrima Holanda, a principios de este año, censuró una exposición que iba a llevarse a cabo en el Museo Municipal de La Haya, debido a que la obra fotográfica de la exilada iraní Sooreh Hera incluía cuadros que podrían vincular a Mahoma y su yerno con la homosexualidad. No sorprenderá que quien carece de fuerza para proteger su propia libertad de expresión avasallada, obviamente será más débil aún para salir en defensa de sus hermanos cristianos en el exterior. Fuente: El Catoblepas
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